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Manuel Vilas: «Las naciones están condenadas a desaparecer»

En «Los besos», el escritor recrea el pensamiento de un profesor jubilado que encuentra en el amor y los diferentes planos del erotismo un cauce opcional a los senderos vitales vigentes

El escritor Manuel Vilas
El escritor Manuel VilasShooting _Serveis _FotograficsMiquel González

Manuel Vilas ha trazado una narración de corte íntimo, confesional, de derivas y flecos reflexivos. «Los besos» (Planeta) se reordena magnéticamente como un conjunto de meditaciones de un jubilado sesentero, Salvador, que arrastra briznas de pesimismo en las solapas de sus cavilaciones. Es un personaje lúcido, con el remolque de cierto cansancio en el pensamiento, y tallado con una multiplicidad de aristas que lo hacen difícil de asir y que ha metido en tribulaciones al novelista, que confiesa, no sin cierto humor, que le ha resultado complejo de embridar. «Este Salvador es complicado -reconoce con un punto ironía-. Es muy voluble. Me parece complejo... hay meditaciones suyas que van hacia un lado y luego hacia el otro. A veces es un idealista y otras recapacita sobre el dinero. Va un poco por libre y me resulta difícil clasificarlo. Se me fue de las manos. Los personajes son tan contradictorios y complicados como los seres humanos...».

Manuel Vilas ha moldeado un profesor cercano y meditativo. Un hombre que decide retirarse a un pueblo de la sierra y abandonar las aulas cuando enmudece ante los alumnos. «Es un silencio simbólico. Quería aludir a cómo la transmisión del saber se ha atascado y paralizado. Los profesores no dicen nada a los estudiantes. Hoy parece que el saber no necesita ser transmitido». Vilas, poeta, narrador, lector de filosofía, evita pesimismos, pero no realidades, y muestra una diana incómoda: «Estamos en un lugar temporal donde el saber tradicional parece haber quedado en suspensión por el cambio a una civilización tecnológico-científico y la actual crisis de las humanidades. No podemos determinar si el saber que hemos creado tiene utilidad en el mundo que asoma. La ciencia y la tecnología están barriendo valores que constituyeron la civilización occidental. La desaparición de las humanidades no va a salir gratis. Va a tener un precio muy alto».

Vilas, que ha moldeado a Salvador con materiales de acuñado reciente, la pandemia, los materialismos rampantes y otras ventiscas vigentes, explica que su narrador emerge del impacto de la Covid, un accidente histórico que empuja a su alma a «preguntarse por la condición humana, porque las crisis, como prueban los grandes momentos, nos obligan a cuestionarnos la identidad, qué es el ser humano y a mirar el pasado de nuevo». El escritor, que reconoce que «es arduo crear una obra literaria sin pensamiento político si se tiene ambición», nos brinda la cara de un hombre que va descubriéndonos las fallas de este mundo. «Él ve un atasco moral en España. Este diagnóstico es bastante certero. Es como si hubiéramos perdido una energía histórica. Tiene que ver con la UE, a quien también le falta esa energía política, pero que, en cambio, sí vemos en otros países: EEUU, China, Rusia... La UE es como si no tuviera fuerza para afirmar su presencia. Es como un fin de raza. En Europa hay muchas cosas, pero la idea de entusiasmo no está. Fíjate. No ha habido una vacuna europea. Está la inglesa, otras...».

-Salvador predice la desaparición de las naciones.

-Y tiene toda la razón. Dentro de 500 años, menos, las naciones van a desaparecer. Será un paso gigante que la humanidad dará, pero no sé cuándo. Es evidente que va a pasar. Las nacionalidades caerán. Están condenadas a desaparecer. Tardará, porque hay sentimientos nacionales aún, pero la historia va a ir derrotándolos. No me parece una idea descabellada.

-Su personaje ve a España como un país «en lenta descomposición política, acosado por populismos de izquierdas y derechas, por el independentismo, la corrupción...

-El diagnostico de Salvador no me parece exagerado. Es incómodo y desde luego no es para que nos lo tomemos a risa. Este hecho no se adscribe a la izquierda o derecha, sino a la racionalidad, a la asepsia racional.

-Y se queja de la falta de héroes, que han sido sustituidos por el sentimentalismo.

-Hoy faltan héroes en el sentido clásico, esos individuos que se sacrifican por los demás. Esto es lo que no hay. Esas personas que ven más que el resto, que dirigen la historia con sacrificio de su propia persona para ponerse al servicio de los demás. En el siglo XX, por mencionar un nombre, sería Churchill, un político que representa esa visión, esa capacidad de entrega a favor del progreso y la modernidad, y que se entrega por el futuro de los demás.

-Y la política lo enloda todo con sus declaraciones.

-Hay una presencia abusiva del noticiario y el argumentario político. El relato dominante es el político y es atosigante no tener ninguna otra alternativa que no sea la política; que sea imposible no crear una mirada determinada por otros acontecimientos que sean esos, aunque sean nimios. Esto conlleva una pérdida de libertad de uno mismo porque no permite crear una mirada propia sobre el mundo con valores salidos de cada uno.

-Hay una reclamación de otras palabras que no vengan del espacio política.

-Los llamados países cultos y sociedades con cultura tienen argumentarios que no provienen de la política. Crean una base de pensamiento sobre otra realidad, que no está alimentada por la política. En España es muy difícil encontrar eso. Todo está determinado por ellas. Salvador dice que, si todo se reduce a las palabras políticas, la realidad pierde brillantez, amplitud y resulta imposible vivir de una manera grande y superior. Esto también tiene que ver con la pérdida de libertad. Si no haces más que usar conceptos y razones que dictan los medios, tu vida se empequeñece y arruina desde un punto de vista moral. Salvador quiere más vida, más pasión, más belleza. Esas son las palabras que reclama, con las que se siente más libre.

-Reclama intelectuales.

-Pero la inteligencia debe estar dentro de la humildad. Tiene que darse de la mano con ella. Las humanidades se necesitan. Arte, literatura, filosofía son espacios que no son los de la conveniencia política. Los espacios de la verdad, donde se van a decir cosas que nos van a iluminar. Generan cosas que nos entusiasman y nos dan ganas de seguir vivos... Pero si hay un ejercicio de inteligencia sin humildad es horroroso. Lo hemos visto muchas veces: intelectuales que hablan sin humildad. La humildad significa empatía con aquellos a los que va mal en la vida. El intelectual a veces lo asociamos con el que le va bien, vive en sus libros, de sus conferencias, siendo profesor de universidad. Pero no es eso. Hay que salir de ese sitio y conocer a las personas que tienen trabajos horribles y a los que les va mal. Hay intentar ofrecer esa inteligencia desde ese sentimiento hacia ellos. Y no hacerlo con los topicazos de la solidaridad. No, hay que proponer lugares más novedosos.