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Magritte, creador de iconos

El Museo Thyssen arranca su temporada expositiva dedicando una amplia retrospectiva al pintor belga, que iluminó un universo nuevo y paradójico poblado de pipas y bombines
Gonzalo Pérez MataLa Razón
La Razón

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Artista es quien vislumbra en lo común y doméstico un universo nuevo. Magritte no es pintor por pintar, sino porque entrevió un espacio de realidades originales, sin introspecciones previas ni exploraciones anteriores (eso ya son seguidores, escuela, imitadores, en fin, los que se apuntan a seguir la mano adiestrada del maestro), que nos abrió las compuertas de un cielo supeditado a otras normas y reglas. A la lógica del surrealismo, que es una lógica por subversión y desembarazada de los logaritmos y racionalidades convencionales, le imprimió un aliento renovador, como también haría más adelante Dalí, otro genio periférico y contrapuntístico, que él pobló de imágenes icónicas, insospechadas, dotadas de muchas aristas y resplandores, que son las que el público evoca cuando se pronuncia su nombre. «Es un pintor de una enorme vigencia y actualidad porque ha conectado con la sensibilidad contemporánea. Eso tiene mucho que ver con un motivo: que él pintara de manera repetida una serie de objetos hasta convertirlos en iconos. Él poseía ese don y esa capacidad. De hecho, ha impuesto la manzana, la pipa, el hombre con bombín como genuinos iconos. Es peligroso reducir a un artista a cuatro imágenes, yo procuro no hacerlo, pero también es verdad que, en este caso, él se lo buscó», aclara con un punto de humor en la voz Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen Bornemisza y comisario de esta exposición. Él ya venía acariciando el lejano propósito de traer una retrospectiva ambiciosa del creador belga, que no se había exhibido en nuestro país desde 1998-1999 (la anterior muestra dedicada a su pintura fue en 1989 y la organizó la Fundación Juan March). Un hueco, ausencia, mejor dicho, que se hizo esperar y que sufrió los retrasos y reveses derivados de la pandemia y sus restricciones.

Un artista vigente

«La máquina Magritte», que se inaugura ahora y que reúne 95 lienzos, «enigmas» como prefiere definirlos el mismo Solana, proviene de estos aplazamientos y reinvenciones. No alberga todas las piezas que hubiera deseado debido a la vigencia y demanda actual que existe sobre Magritte. Pero dos de los cuadros que no han podido venir a Madrid se verán en Barcelona, segunda sede de este montaje. Estas piezas son: «El sentido de la realidad» y «Le viol», dos de los lienzos más reconocibles del artista. Esta exposición solventa el inconveniente de la limitada presencia de la pintura de este creador en nuestros museos y dará pie a indagar en la imaginación imprevisible de Magritte, que es traviesa, juguetona, impregnada de autoironía y poblada de referencias. «Él mismo –explica Guillermo Solana– reconoció que su afán era buscar y exaltar el misterio de los objetos familiares. A un artista que se propone el misterio no estaría bien del todo explicarlo. La meta de esta exposición no es hacer desaparecer esas ocultaciones, porque forman parte de la esencia y la gracia de su pintura. Pero sí que existen maneras de entender cómo funcionaba su imaginario, que generó una rica cantidad de enigmas».
Con esa intención, la exposición ahonda en un pintor insólito, que fraguó un material inquietante, hipnótico. Él mismo admitió que realizaba «cuadros pensantes». Una idea que redondeó en otra frase célebre: «Mis cuadros son pensamientos visibles». Con un impulso de trabajo cimentado en las variaciones, Magritte ahonda en un tema hasta agotarlo. Un recurso o manera de pensar una idea que ahora es posible observar en el Thyssen. La pinacoteca ha ordenado su obra para resaltar cómo algunas de ellas, que en principio parecen independientes y que no tienen nada que ver con el resto, poseen puntos en común con el resto.

El suicidio de la madre

Magritte arrastraba el trauma del suicidio de su madre, una mujer enferma, que padecía depresiones y que decidió aligerar la gravedad y el peso de la existencia arrojándose al río Sambre. Su cuerpo, recuperado más adelante, apareció con el camisón por encima del rostro. Una imagen, según reza la leyenda, que contempló su hijo y que se incorporó, con toda probabilidad, al bestiario visual del artista. «Magritte nunca habló sobre esto y por eso se ha construido el mito de su traumatismo a su alrededor. No niego que fuera un trauma fundamental, pero sí considero que la imagen de la cabeza cubierta con un paño no tiene por qué proceder solo de ahí. Los surrealistas ya recubrían los objetos para mantener vivo lo misterioso. Una fotografía de Man Ray, “El enigma de Isidore Ducasse” supone el inicio de esta tendencia», reconoce Guillermo Solana.
Magritte autoriza toda una vitrina de posibilidades en sus cuadros: cristales rotos que continúan reflejando en sus fragmentos el paisaje que reflejaban, cuadros que completan espacios naturales, siluetas suprimidas que funcionan como puertas hacia horizontes ocultos, piedras constreñidas en habitaciones diminutas, inquietantes rostros emergentes y levitaciones improbables. «Existen dos autores del siglo XIX que a Magritte le apasionaban: Edgar Allan Poe y Lewis Carroll. Este último es un poeta del absurdo, de la locura, pero al mismo tiempo es un matemático y un lógico. Hay una analogía con Magritte, porque también hay un método en la locura en él. Los dos fantásticos, delirantes, pero ambos a la vez muy rigurosos. Detrás de ellos existe una estructura lógica. A él le fascinaban las novelas de Carroll y creo haber descubierto en algunas fuentes de este artista en algunos pasajes concretos de las novelas dedicadas a Alicia».
Una de esas influencias pueden apreciarse en la disminución y el agrandamiento de las figuras que introduce Magritte en sus óleos. «Se sabe -prosigue Guillermo Solana- que Alicia crece y mengua hasta una docena de veces en los libros. El modo concreto de estos agigantamientos, inspira a Magritte. Hay ilustraciones de John Tenniel que se pueden relacionar con algunos de sus cuadros, como el de «La giganta», «La habitación de escucha» o «El aniversario». En estas composiciones, los objetos dibujados casi desbordan la habitación donde son ubicados, «como la propia Alicia que llega a reconocer que le gusta alargarse y encogerse como un telescopio». Una frase que quizá ayudó al mismo Magritte a entender que el significado profundo de una pintura debe extenderse también «telescópicamente».