La “impureza” de Madina y Sémper: “Hay que institucionalizar la memoria, no el olvido”
Alejados de la política activa, Eduardo Madina y Borja Sémper presentaron en la Seminci de Valladolid un documental sobre su lucha contra ETA a diez años del final de la banda terrorista
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Hace tiempo que anunciaron que ya no son políticos, pero las hechuras de sus trajes abstractos, tejidos con retórica, dialéctica y ganas de pelear la palabra, en cierto modo, les delatan. Eduardo Madina (Bilbao, 1976) y Borja Sémper (Irún, 1976), retirados ya de la res pública activa, visitaron ayer la Seminci de Valladolid para, de alguna manera, descolgar el hábito con el que les conocimos en la vida pública y presentar «Impuros», un nuevo documental dirigido por Alberto Utrera en el que conversan y comparten su experiencia, la de crecer con la violencia de ETA y batallarla aunque les pudiera costar la misma vida. «Me llevo bien con la ficción sobre ETA. He visto “Patria” y “La línea invisible”, pero también habría que mencionar libros como “Los pasos incontables”», explica Madina, antes de la reivindicación de Sémper, divertido por la pregunta: «¡Y “Vaya Semanita”! Fue un programa que se rio de los vascos antes de que los vascos se pudieran reír de sí mismos».
Ambos, nacidos con apenas unos días de diferencia, simbolizan los retales perdidos del bipartidismo hegemónico en su desintegración y, por qué no, son también “impuros” de sus propias disciplinas políticas. Después de ser amenazados durante años por la banda terrorista, e incluso sufrir un grave atentado como en el caso de Madina, los dos ex políticos se sientan con LA RAZÓN para hablar del fin de ETA, de la reciente vuelta a la palestra de Arnaldo Otegi y, en definitiva, el por qué de su qué: “Impuros”, que se estrena este viernes 29 de octubre tras verse en Televisión Española. Bajo la dirección de Alberto Utrera, Madina y Sémper vuelven a los momentos más dolorosos de su juventud, para transformar aquella angustia en paz e intentar enhebrar el hilo invisible de cuatro décadas de horror.
-Voy a ser completamente original. ¿Dónde, cuándo y por qué nace la idea de “Impuros”?
-Eduardo Madina: Plaza y Janés. Un libro. Se titula “Todos los futuros perdidos”. Los dos vemos ahí una oportunidad de hacer una aportación a la memoria en un momento relevante, cuando se iban a cumplir diez años del fin del terrorismo de ETA. Y un nombre propio, Alberto Utrera, que cree que en las conversaciones para el libro hay un material audiovisual que puede proyectar mucho más allá el mensaje. Y, sobre todo, multiplicar el público al que va a llegar. Borja y yo nos venimos arriba, decimos que sí a todo, y nos metemos en un caserío de Mondragón a grabar tres días y medios, con 18 horas de brutos y jornadas de trabajo emocionalmente duras. Para mí, con este tío en frente (señala a Sémper) también ricas intelectualmente.
-¿Tuvieron voz sobre lo que entró de esa conversación y lo que no en el documental?
-E.M.: No. No, porque el director no nos dejó apenas dar nuestra opinión (ríe).
-Alberto Utrera: No, pero por una cuestión meramente cinematográfica. Cuando esto nació, hubo algo que tanto a los guionistas como a los productores, Goyo Panadero, Ana Fulgueira, nos llamaba mucho la atención. Y es que esto no deja de ser la historia de dos chavales que luchan contra un poder establecido. Y cuentan su historia. Borja (Sémper) cuando habla del tren a Irún y Eduardo (Madina), cuando se recuerda a él mismo diciendo “no sé movido por cuántas ideas, pero la principal siendo la de que nadie pueda matar a nadie”. Me lo sé de memoria porque me caló. Así le dimos el tono de diálogo, el conciliador. ¡No cambiaron ni una coma! Y me extrañó siendo ex políticos...
-Borja Sémper: El libro quizá profundiza más en todo lo que nos pasó, nuestra experiencia y nuestro aprendizaje político, pero el documental es más personal. Por eso se llama “Impuros”, porque queríamos que trascendiera. Aun siendo ETA el hilo conductor, creíamos que era relevante trascender de ETA para hablar del totalitarismo. En este caso, ejercido en una parte muy concreta de la geografía española. Principalmente porque siempre habrá “puros” que nos intentarán decir cómo serlo y querrán excluirnos de la realidad.
-Ustedes y yo no somos de la misma generación. ¿Creen que la juventud o las nuevas generaciones tiene claro qué fue ETA o qué significó el terrorismo de la banda?
-E.M.: Los estudios sociológicos del CIS, y de un CIS vasco que llamamos euskobarómetro, dicen que no. Dicen que la gente menor de 25 años conoce muy poco y por debajo de 18 conoce prácticamente nada. Los nombres de las víctimas más icónicas de ETA no le dice nada al 75% de los menores de edad en España y en Euskadi. Eso era un aliciente muy fuerte, poder aportar en el debate de la memoria. Es verdad que Euskadi está en una fase postraumática, y quiero pensar que estamos en una especie de valle de olvido que precede a una punta de memoria. Quiero pensar que no nos va a pasar lo mismo que con la Guerra Civil y que vamos a tener una relación menos tensa con nuestra propia memoria. Quiero pensar que vamos a aprender, porque en esa lucha contra ETA hay lecciones contra el nacionalismo, el populismo o la pelea contra la xenofobia. Se puede usar para los nuevos fantasmas que recorren Europa y Occidente.
-Me interesa esa comparación con la Guerra Civil. Al haberse destruido numerosos archivos y no disponer de los medios audiovisuales modernos, mucha historia vívida se perdió y se puede contar, pero no enseñar. ¿La documentación gráfica que existe sobre ETA puede ayudar en esa labor? ¿Quizá por eso hacen “Impuros”?
-B.S.: Totalmente. Es la idea. Complementar el libro para intentar llegar a otros públicos, otras miradas, otras maneras de interpretar la realidad. El material audiovisual corre como la pólvora, y hace también mucho más accesible y democrática la historia. Nos está pasando que mucha gente ve la película con sus hijos, y nos lo cuenta. Y hay mucha gente que no había visto ciertas imágenes. Tendrías que ver los datos de enlaces compartidos cuando el documental estuvo en RTVE. La gente se quedaba ciertamente impactada y era, en cierto modo, reconfortante. Se me ocurren mil maneras más de pasar el rato que encerrarme en Mondragón a recordar una de las etapas más duras de mi vida. Pero si esto sirve, como sirvió entre gente joven del equipo, para entender qué ocurrió y a quién le ocurrió, quedo satisfecho.
-Y en ese repaso de momentos clave, llegamos al 20 de octubre de 2011. ¿Qué sienten? Imagino que ustedes lo saben antes que el resto de la opinión pública...
-E.M.: Sí, así es. Por hacer una imagen visual y literaria a la vez... El cierre de un libro de Bernardo Atxaga que se titula “Esos cielos”. Una presa, aparentemente de ETA, vuelve en autobús de Madrid a Bilbao y cuando llega atraviesa el puente del Ayuntamiento. Justo cuando está pasando por ese puente, el cielo se abre para ella representando una nueva vida y un nuevo escenario. Yo pasé por ese puente al día siguiente del anuncio del cese, sobre las 7:30 de la mañana, para ir a una entrevista a un medio de tu mismo grupo. En ese paso por el puente, también se me abrió el cielo. Y, sin ponernos tan estupendos, más pragmáticos, para muchos se abrió también una nueva vida.
-B.S.: A mí no deja de parecerme sorprendente cómo no nos encontramos con esa fecha como algo positivo. Yo entiendo que se pueden hacer mil lecturas, complementarias o añadidas, pero que esa fecha no sea un punto de inflexión y de encuentro entre quienes estuvimos en el buen lado de la historia y reconocernos en ese día como ganadores junto al Estado de Derecho frente a la desesperanza, las teorías del empate infinito y demás... Pasaron muchas cosas, por mucho que supiéramos que iba a ocurrir. Es un día que lamento profundamente que no nos reconozcamos y que no celebremos como se merece.
-¿Y a nivel personal?
-B.S.: Hablaré de mí, perdona. A veces se hace difícil obviar el plural (ríe). Al final, naces, creces y te desarrollas en un entorno en el que la violencia es el pan nuestro de cada día. No has conocido otra cosa en tu vida. Tu entorno y tu contexto vital está marcado año tras año por la existencia de una banda terrorista. ¿Es que a alguien le puede quedar alguna duda de que el día en el que te dicen que eso se acabó definitivamente no va a volver no es un día feliz en lo personal? No puede quedar duda. ¿Eso imposibilita hacer análisis políticos sobre el mañana y lo que queda por hacer? ¡No! Ni mucho menos. Pero es un día objetivamente feliz y objetivamente bueno. Reconocerlo así es lo que te otorga verdaderamente legitimidad para hablar de lo que queda por hacer.
-Hablemos de lo que queda por hacer. Cuando Arnaldo Otegi relaciona la negociación de los presupuestos de 2021 con los presos, este periódico abre su edición web con ello y, quizá con razón, corre la indignación. ¿Qué queda por hacer? ¿Por qué creen el fin de ETA es algo polarizador y no unificador?
-B.S.: A ti le va la marcha (ríe).
-E.M.: Es extremadamente complejo. Primero porque sigue siendo un tema doloroso, con la memoria en disputa y multitud de puntos de vista. Tiene toda la razón Borja (Sémper) cuando dice que no hemos sabido ganar, en el sentido de que no hemos sabido consensuar ni compartir la victoria entre todos. Sigue habiendo voces de diputadas o de ex Ministros que a grito pelado dicen que ETA está más viva que nunca. ¡No es verdad! Debe saber todo el mundo que ETA ya no existe, que hemos ganado. Y ellos también, los que dicen eso. No entiendo bien esa retroactividad hacia algo que se fue definitivamente el 20 de octubre de 2011. El debate es otro, sobre la memoria y la institucionalización de la memoria. Y es importante que nos demos cuenta, para que no se institucionalice el olvido. Antes que la generación que va de la tuya a la de mi hijo, que tiene 12 años, no sepan nada de lo que pasó y se nos escurra entre los dedos. Yo no sé por qué Otegi sigue siendo relevante en la política, o hay quien lo considere así, y todo el respeto para ello, pero ETA dejó de existir hace diez años. Y no va a volver.
-B.S.: Siendo relevante lo que pueda decir Otegi, no creo que deba ser tan relevante como para condicionar la política española. Ni la opinión de los medios, porque en realidad hay en ello una estrategia de presencia mediática en la que no deberíamos entrar. España tiene problemas mucho más importantes que Otegi. Eso no quiere decir que las cosas que dice no merezcan un análisis, pero su importancia está sobredimensionada.
-Ya que hablábamos de marcha. ¿Se han sentido ustedes “impuros” en la disciplina de sus propios partidos?
-E.M.: Los partidos no son territorios muy dados a la homogeneidad. Por lo menos el mío, con 140 años de historia, tiene dentro un rock and roll interno que es base del mismo. Es heterogéneo, es plural. Y caben dentro de él todas las formas de entender la izquierda y el socialismo. Siempre ha habido mucha tensión y diversidad de opiniones, y por eso siempre he estado cómodo ahí. Es un partido vivo y plural, con el socialismo siempre en disputa. Eso es lo que hacía al partido socialista, al menos hasta que yo lo dejé hace cuatro años, un lugar de intelectualidad y vida. La impureza, diría yo, es seña de identidad del PSOE.
-B.S.: Yo crecí en la cultura del Partido Popular a través de uno de los íconos de la heterodoxia, que era Gregorio Ordóñez. Siempre creí que el PP era un lugar para aglutinar a un abanico amplio de ideologías, desde el centrismo militante que hasta podía coincidir con lo socialdemócrata, pasando por el liberalismo hasta llegar al conservadurismo democrático. Esa pluralidad es la que definía un partido de centro-derecha dispuesto a reconocerse en la misma España en la que hacía política. El problema está en achicar esa pluralidad, convertirla en embudo y desfigurar, a mi entender, lo que era el PP al que yo me afilié. Ordóñez, en cambio, cuando tocaba, se enfrentaba con la dirección del partido en Madrid o cerraba filas. Tenía su propia identidad y estaba cómodo en la heterodoxia.
-Antes de que se marchen, quería hablar de un momento de verdad cinematográfica en el documental. Al recordar la época de las amenazas de muerte, ustedes narran los automatismos adquiridos, como sentarse siempre de frente a las puertas...
-B.S.: A mí me siguen saliendo de manera automático. No son un problema vital, no entorpecen mi día a día, pero ahí están. Uno se llega a sorprender de lo que hace automáticamente. Si estas son las consecuencias de esa pelea, bienvenidas sean. Alguna otra tara tendré, pero de momento ojalá sea todo eso.
-Diez años después. ¿Es frágil la paz del País Vasco?
-E.M.: En el sentido de la violencia terrorista de ETA, honestamente creo que no. Creo que es una paz sólida, bien cerrada en octubre de 2011. ETA no va a volver. No creo que ETA pueda volver en el corto o medio plazo. En el largo histórico, claro, nadie sabe nunca nada. Se me hace muy difícil, eso sí, imaginar un terrorismo como el del período histórico que marcó ETA. Creo que hoy el País Vasco cada vez tiene más rasgos de una sociedad normalizada, pero la historia del terrorismo y de España respecto al mismo nos ofrece muchas lecciones para construir una sociedad mejor. Nos alerta contra los dogmas de la pureza, de los que creen que dueños del espacio público o de la identidad nacional de la gente. O de quienes quieren definir unívocamente todo eso. No creo que la paz sea frágil, pero sí los modelos sociales y los Estados liberales que nos dimos tras la Segunda Guerra Mundial. Las democracias que surgieron del abismo europeo, creo yo, sí están en disputa.
-B.S.: Ya lo siento, pero debajo de esta respuesta vas a tener que poner Borja Sémper. No lo puedo explicar mejor, lo estropearía. El terrorismo de ETA no va a volver, principalmente porque está completamente deslegitimada. El grueso de la población vasca ya ha entendido que el terrorismo es una derrota. Ahora bien, los riesgos son otros, y la complejidad de la sociedad vasca, la española, la vasca en la española, o la española en la vasca, seguirán suponiendo un reto de integración. En Democracia nunca se puede bajar la guardia.