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Libros de la semana: del cante jondo según Montero Glez a la nueva novela de Daniel Saldaña

Las novedades editoriales también pasan por “El poder del perro”, de Thomas Savage y en la carrera del Oscar gracias a Jane Campion, o “De Blancanieves a Kurosawa”

Las manos de Camarón, uno de los protagonistas, claro, del libro
Las manos de Camarón, uno de los protagonistas, claro, del libroLa Razón

“La huella jonda del héroe”: Montero Glez se rompe la camisa por el cante jondo

★★★★☆
Por Ángeles López
Montero Glez recupera este inclasificable libro galardonado con el Premio Llanes de Viajes en esta cuidada edición revisada por el autor y que cuenta con un prologuista de excepción: Javier Ruibal. Una rara avis de libro de viajes, físico y temporal, por el Sur, que va desde La Línea o Algeciras hasta Granada, Sevilla y Cádiz. Pero el movimiento, en estas páginas, es lo menos interesante y los acordes paisajísticos se reducen a lo indispensable, puesto que se ocupa de dibujar un mapa emocional marcado por los sones y los melismas de la esencia flamenca así como de los lugares que han sido medulares para la misma. Nos habla de pueblos, barrios y ventorros capaces de despertar sinestesias asociadas a personajes de la cultura popular: Camarón, el Tenazas, Pericón de Cádiz o Manolo Caracol; poetas y músicos relacionados con la tradición folclórica como Manuel de Falla o García Lorca; artistas como Picasso y Cocteau... sin olvidar amigos como Ceesepe y Alberto García-Alix, junto a recuerdos de viajeros como Rochfort Scott y Richard Ford. Desde la Venta de Vargas a Gibraltar no falta el hilo conductor de reflexiones «monterianas» que evocan la huella de Hércules y el fenicio Melkart. El autor de «Sed de champán» se detiene en Sancti Petri, frente a un templo desaparecido, para ofrecernos la imagen de esos muros al otro lado de «el moro» con ansias de curioso y en una evidente muestra de voyeurismo del aficionado a los toros y los ángeles con cuernos picassianos.
Voluntad testimonial
Pero, como la aproximación mistérica no quedaría completa sin el sonido, Montero ensarta las diabluras de los jipos, imbuidos del remolino de novedad que trae el injerto de la base, el arcoíris que cantaba la muerte de Camarón, la faena de José Mari Manzanares y la queja por seguiriyas de Caracol, en una quemazón flamenca que romperían la camisa de cualquier hijo de vecino. En este relato hay una voluntad testimonial que no escapa de la realidad al tiempo que se percibe una querencia por los tipos marginales y los modos de vida semidelincuenciales que ya transitara el autor en «Pólvora negra». No es un secreto la devoción que siento por Glez, que, una vez más, me ha hechizado con palabras de las que no he sido capaz de distraer la atención. Un libro que nos permite disfrutar del rey de las navajadas narrativas.
Lo mejor: la prosa musical y flamenca que nos acompaña durante todo este viaje interior y físico
Lo peor: lo peor de concluir un libro de Montero Glez es la espera para disfrutar de la siguiente entrega

“El poder del perro”: la obra por la que Campion puede arrasar en los Oscar

★★★★☆
Por Toni Montesinos
El género del western se está revalorizando con obras como la de C. Pam Zhang, «Cuánto oro esconden estas colinas», o la de Hernán Díaz, «A lo lejos», por no hablar de la sublime «Tierra salvaje» de Robert Olmstead. Pero, mucho antes, en 1967, se publicaba «El poder del perro» (traducción de Eduardo Hojman), que Jane Campion acaba de llevar al cine. Su autor, Thomas Savage, trató algo que se popularizó gracias al filme «Brokeback Mountain», basado en un relato de Annie Proulx, quien aporta un epílogo a esta edición.
Y es que el tema central es la homosexualidad reprimida dentro del mundo de las haciendas ganaderas de Montana, que en realidad se manifiesta mediante la homofobia de Phil, quien intentará manipular a su hermano George y a la mujer de este, viuda y madre de un hijo afeminado. Esta relación es el origen de un drama que bebe de la biografía del propio Thomas Savage en torno al alcoholismo de su madre, un vínculo de maltrato con un hermanastro y una relación gay por la que abandonó a su familia. Pero, más allá del entorno recreado, de 1924, estamos ante una muy buena historia de luchas interiores en la que los objetos o la vida animal se convierten en símbolos para entender la mirada de cada cual; y, además, llevando al terreno de lo ficticio toda una serie de emociones primarias, reales, enquistadas en el seno de cada personaje y que van saliendo a flote de maneras lacerantes y narrativamente muy intensas.
Lo mejor: la alusión del título a un salmo sobre los enemigos del rey David y a los que crucificaron a Jesús
Lo peor: necesita un lector sensible al contexto concreto que se narra y a la psicología sexual

“El baile y el incendio": Saldaña, bajo el asfixiante volcán de Malcolm Lowry

★★★★☆
Por Jesús Ferrer
Daniel Saldaña pertenece al grupo generacional de la nueva narrativa latinoamericana junto a escritores como Carlos Velázquez, Valeria Luiselli o Fernanda Melchor. Conforman un estilo literario donde la realidad y la ficción se mezclan entre referencias autobiográficas, crónicas costumbristas, mundos paralelos y un desencantado humor crítico. En «El baile y el incendio», finalista del Premio Herralde de Novela, presenta una historia de amistades recuperadas, desencuentros familiares y amores evocados. Cuernavaca: tres amigos –Erre, Conejo y Natalia– que no se encontraban desde la adolescencia vuelven a contactar, provocando las reavivadas emociones de los primeros escarceos sexuales, el descubrimiento de la identidad, las expectativas de futuro y las frustradas ilusiones. Todo, en el marco del baile que se ensaya como un esotérico rito tribal, a lo que cabe añadir el sobrecogedor paisaje de unos desoladores incendios.
Estos referentes, recogidos en el título de la novela, marcan la intimidad de unos personajes inquietos y tensionados por la demoledora reminiscencia del pasado. Cuernavaca es la ciudad de «Bajo el volcán», obra escrita por Malcolm Lowry, intencionada coincidencia que transmite una sombra de atormentada sordidez y perturbadora ambientación.
Desengaño y baile
A destacar la minuciosidad con la que se concretan detalles cotidianos, así como su atmósfera de irrealidad. Estamos ante un retrato de la adolescencia como iniciática etapa de autorreconocimiento.Dramas sentimentales de ingenua consistencia son abordados con humor mientras que unos emotivos desengaños configuran estos caracteres. El baile como forma de expresión popular sirve de pretexto para ahondar en las relaciones entre unos personajes cuyos pasados y presentes se alternan con eficacia narrativa. Una prosa de estudiada sencillez, la bien conformada estructura argumental, el acertado perfil de los protagonistas y la sensible resolución de la trama conforman esta notable novela.
Lo mejor: el entramado de relaciones personales vinculadas al rememorado pasado
Lo peor: nada que sea especialmente destacable en esta, por otro lado, equilibrada novela

“De Blancanieves a Kurosawa”: cine para todos, y en familia

★★★★★
Por Sergi Sánchez
Lo más hermoso del libro de Javier Ocaña es que entiende la cinefilia como un legado. El legado que, como críticos de cine, heredamos de los maestros a los que leímos y de las películas que vimos y que, ahora, si se dejan, podemos transmitir a hijos y alumnos. El amor al cine, pues, es, sobre todo, una cuestión de filiación, siempre que no la pensemos desde la militancia excluyente sino como un medio, uno de los más bellos, de estar en el mundo, de comprenderlo o de pelearse con él.
Cuando Javier Ocaña confiesa haber tomado prestado el título de un capítulo de «La hipótesis del cine», el imprescindible ensayo sobre la pedagogía del cine escrito por Alain Bergala, está proponiendo un viaje que, por un lado, quiere disfrutar más del proceso de compartir que de llegar a la meta (que puede ser Kurosawa o cualquier otra: el Ozu de «Buenos días», por ejemplo), y que, por otro, también funciona como precioso cuaderno de bitácora en el que se inscribe la experiencia vivida (la memoria, la educación sentimental) y la que todavía está por vivir, la que se está construyendo en una sala o en el sofá de casa. Por eso no hay que entender este libro, atravesado de certeros y asequibles análisis de clásicos del cine, en la más amplia acepción de la palabra (¡viva la reivindicación de «Mi chica»!), solo como una guía para ver cine con tus hijos, sino como un notabilísimo ensayo divulgativo para aprender a mirar tanto la vida como las películas.
Lo mejor: la generosidad con que aborda la transmisión cinéfila como un productivo viaje de doble sentido
Lo peor: que siempre vas a echar de menos títulos que forman parte de tu propia guía