“De Blancanieves a Kurosawa”: cine para todos, y en familia
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Por Sergi Sánchez
Lo más hermoso del libro de Javier Ocaña es que entiende la cinefilia como un legado. El legado que, como críticos de cine, heredamos de los maestros a los que leímos y de las películas que vimos y que, ahora, si se dejan, podemos transmitir a hijos y alumnos. El amor al cine, pues, es, sobre todo, una cuestión de filiación, siempre que no la pensemos desde la militancia excluyente sino como un medio, uno de los más bellos, de estar en el mundo, de comprenderlo o de pelearse con él.
Cuando Javier Ocaña confiesa haber tomado prestado el título de un capítulo de «La hipótesis del cine», el imprescindible ensayo sobre la pedagogía del cine escrito por Alain Bergala, está proponiendo un viaje que, por un lado, quiere disfrutar más del proceso de compartir que de llegar a la meta (que puede ser Kurosawa o cualquier otra: el Ozu de «Buenos días», por ejemplo), y que, por otro, también funciona como precioso cuaderno de bitácora en el que se inscribe la experiencia vivida (la memoria, la educación sentimental) y la que todavía está por vivir, la que se está construyendo en una sala o en el sofá de casa. Por eso no hay que entender este libro, atravesado de certeros y asequibles análisis de clásicos del cine, en la más amplia acepción de la palabra (¡viva la reivindicación de «Mi chica»!), solo como una guía para ver cine con tus hijos, sino como un notabilísimo ensayo divulgativo para aprender a mirar tanto la vida como las películas.
Lo mejor: la generosidad con que aborda la transmisión cinéfila como un productivo viaje de doble sentido
Lo peor: que siempre vas a echar de menos títulos que forman parte de tu propia guía