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Crítica de “La última película”: pulseras de celuloide ★★★

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La Razón
  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección y guion: Pan Nalin. Intérpretes: Bhavin Rabari, Dipen Raval, Rahul Koli. India, 2021. Duración: 110 minutos. Drama.
Estamos ante un “crowdpleaser” que se pega unos cuantos baños de nostalgia para embellecer la idiosincrasia estética de la cultura hindú, aunque todo lo que rodea al protagonista -Samay, un niño que descubre el cine como si hubiera visto una aparición divina- queda desenfocado en favor de la crónica de su iluminación cinéfila. Es decir, el sistema de castas, el machismo y el papel de la mujer más allá del entorno doméstico, el conflicto entre tradición y modernidad… son apuntes, a veces ni eso, que se desdibujan frente al camino que emprende Samay hacia la religión de la luz. Su amistad con un proyeccionista, que le enseña a montar rollos de celuloide, a descartar fotogramas y a entender que el cine es, también, una sucesión de oscuridades, le empuja a fabricar sus propias sesiones cinematográficas en una aldea abandonada.
Samay, que significa “tiempo”, pone al tiempo a trabajar, y el modo en que hace aparecer al cine en los momentos y lugares más insospechados, tiene una dimensión poética que no por ingenua resulta más poderosa. En ese sentido, “La última película” -título equívoco: no confundir con el espléndido filme de Peter Bogdanovich- desarrolla aquello que conocemos como “magia del cine” -y que “Cinema Paradiso” embalsamaba en un ámbar azucarado- de formas harto creativas, no solo en las proyecciones domésticas que Samay organiza con sus amigos sino en esa feliz idea que convierte los rollos de celuloide en pulseras de plástico con nombre propio. En fin, el cine siempre estará ahí, donde menos se lo espera.

Lo mejor

La ingenuidad del conjunto no empaña sus poderosas ideas sobre la fuerza iluminadora del cine.

Lo peor

El tratamiento que hace de cómo se vive en la India contemporánea es un tanto superficial.