Crítica de clásica
Julia Fischer dirige con virtuosismo a la Academy of St Martin in the Fields
La violinista comanda en el Auditorio Nacional al conjunto londinense tocando con un sonido precioso, suave y dulce al que jamás asoma la más mínima muestra de aspereza
A punto de finalizar la temporada de Ibermúsica nos visitó la Academy of St Martin in the Fields con Julia Fischer, a quien el ecléctico programa permitió alternar el trabajo como violinista con el de dirección desde el grupo comandando a la veintena de atriles, entre los que el sexo femenino predominaba. En el “Rondó para violín y orquesta en la mayor, D.438″ y en el otro Rondó mozartiano en do mayor K.373 demostró esas altas cualidades musicales -no sólo toca el violín, sino también el piano- que la hicieron merecer el Premio Menuhin de 1995 y ser esta temporada artista residente de la London Philharmonic, que hace bien poco también nos visitó. Tiene Fischer un sonido precioso, suave y dulce al que jamás asoma la más mínima muestra de aspereza. Toca con gran delicadeza, lo que le permitió volar alto en el “Adagio” schubertiano y en las dos obras lució también un sonido amplio, fraseo y afinación impecables, sentimiento y sensibilidad. Cuando alguien toca así contigo es imposible que no te inspire y de ello se contagió el conjunto londinense.
Estas dos conocidas obras fueron acompañadas por otras dos mucho más infrecuentes. De un lado las “Variaciones sobre un tema de Frank Bridge, Op.10″ de Britten y de otro la “Sinfonía de cámara, Op.110a”. La primera obra fue escrita en homenaje de Britten a su maestro partiendo de un tema de su cuarteto de cuerda “Three Idylls” que desarrolló en diez variaciones. Las líneas melancólicas alternan con el misterio, la inquietud y hasta con una cierta ironía, que explota en la curiosa variación, casi belcantista, con los violines acompañados por el resto de la cuerda tocando pizzicatos como si fuesen guitarras. La partitura de Shostakovich posee una larga historia. Proviene de su Cuarteto n.8, una música desgarradora en la que el compositor reflejó sus angustias y miedos vividos en su Rusia, con múltiples citas a obras previas propias y ajenas, llegando casi a considerarla como una autobiografía. Veinticinco minutos muy intensos, que como los otros tantos de Britten, fueron tocados por St Martin con empuje, pero sin grandes alardes. Anotemos que, tras la liberalización del uso de mascarillas, ya regresaron las toses.
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