“Sangre en la frente”: retrato en color de una tragedia en blanco y negro
Jordi Bru y Jesús Jiménez explican a LA RAZÓN la fuerza del color en la fotografía, idea que plasman en libro «Sangre en la frente», que recoge más de 180 imágenes que reflejan la historia de drama y trincheras de la Guerra Civil española
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No es solo un libro de fotografías de la Guerra Civil española, sino una historia de este conflicto a través de la fotografía. La contienda del 36 dejó un legado de imágenes que, ahora, bien ordenadas, lo que nos ofrece no es el retrato apremiante de la última hora o el acontecimiento urgente que pide paso a gritos en las rotativas, sino el relato involuntario de una confrontación con sus diferentes escenarios civiles y bélicos. Los reporteros gráficos vinieron a España con un afán periodístico, la ilusión de dar noticia de los acontecimientos, pero lo que ahora nos devuelven esas gavillas de instantáneas y materiales cargados de verismo es un involuntario documental sobre lo que ocurrió durante ese trienio, desde el «¡No pasarán!», los levantamientos primeros, las milicianas que posan orgullosas en las azoteas de Barcelona, la incorporación de soldados a filas, como esos que pasan por delante del Congreso de los Diputados (sede de la democracia y la tolerancia) y todo aquel incendio de oratorias que inflamó las emociones de los dos bandos hasta los primeros desfiles de la victoria y el campo de Argelès-Sur-Mer, donde los derrotados, ya cautivos y desarmados, como difundía cierto mensaje radiofónico, todavía levantaban el puño en alto en una última y consciente insurrección, esta vez contra una realidad.
Lo que reúne «Sangre en la frente» (Desperta Ferro) son 180 instantáneas que, desempolvadas de ideologías y de posibles intenciones primeras, nos brindan de forma imprevista un retablo honesto de lo que ocurrió desde las trincheras y los combates hasta la retaguardia, con sus éxodos, venganzas, represiones, los saqueos de iglesias y el papel al que quedaron relegadas en abundantes ocasiones las mujeres. En definitiva, los políticos y combatientes, los altares y los cementerios, las calles, las plazas y los muertos. Sus autores, Jordi Bru y Jesús Jiménez, alejados de cualquier tentación partidista que hubiera emborronado su tarea, han recuperado este conjunto de fotos, en numerosas ocasiones desconocidas o prácticamente ignoradas, para ofrecernos el apabullante relato visual de aquella confrontación sin caer en ningún maniqueísmo y ofrecernos la historia de nuestra contienda con toda su sincera brutalidad.
La empatía, algo necesario
Les han dado a estas imágenes un protagonismo imprevisto, el realce que suele proporcionar el color. Lo han hecho con una motivación nada desestimable: que posean el marchamo de cierta cercanía, que a veces suele perderse con el blanco y negro original, y aproximar así estas imágenes procedentes del pasado a la sensibilidad presente con todas sus arduas exigencias de realismo. Una labor que, lejos de ser un puro ejercicio de recuperación, un malabarismo o un funambulismo gratuito, lo que provoca es una mayor conmoción en los lectores. Los retratos, de repente, pierden esa lejanía, la distancia que tienen de antemano, y parecen escapar al marco de su época, estar más próximos a nosotros. Recobran su expresión, la huella de su vitalidad y, sobre todo, lo más relevante, lo que consiguen es empatía, algo necesario para comprender el pasado. Antes reconocíamos esos rostros, pero, ahora, retirado el velo monocromo, lo que tenemos delante son personas semejantes a nosotros, lo que nos hace sentir con mayor fuerza aquella tragedia.
El libro está dispuesto en orden cronológico y avanza desde el inicio del enfrentamiento, en 1936, hasta sus últimos compases en 1939. En sus páginas vemos nidos de ametralladoras, cadáveres que yacen decapitados en trincheras, calles de ciudades destripadas por los bombardeos, la cabina de un Stuka que participó en la batalla aérea, un legionario descamisado con los brazos y el pecho adornado con intimidantes tatuajes, los tanques T-26 soviéticos, el camino a Francia de los que huyen de la barbarie, los famosos moros que vinieron de África enrolados en unidades y, además, aporta datos en los que muchas ocasiones no se repara, como el miedo que existía entre los combatientes a la amenaza química, como revela una instantánea donde un soldado se prueba una máscara de gas.
Si existe un contraste no es solo entre el color y el blanco y negro. Son también las paradojas que asoman al mirar estas fotografías con cierto detenimiento. Unas contradicciones que acentúan el horror y que nos dan la escala justa de lo que ocurrió. Aquí vemos cómo se entremezclan las columnas de los ejércitos con las de los civiles que parten al exilio; el traje de los políticos con el uniforme de los generales, la vestimenta de los campesinos con el uniforme caqui de los que parten hacia el frente, la casullas y dalmáticas del clero con las ancianas con pañolones y las jóvenes que tejen ropa en la retaguardia. Unos paralelismos que marcan, más que una diferencia profesional, las divisiones que se abren en una sociedad cuando una guerra se declara.