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Los Rolling Stones vuelven a sacar la lengua en Madrid

La banda ha llegado a la capital, donde inician su gira europea y donde Ronnie Wood celebrará sobre el escenario su 75 cumpleaños

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Los Rolling Stones desembarcan en Madrid con el anuncio reciente que ha hecho Ronnie Wood a «Esquire» de que «Sixty», su vigente gira europea (el nombre hace referencia a los sesenta años que llevan tocando), es el último tour que realizará la banda. Para muchos esta es la noticia más triste que han escuchado desde que enterraron a su mascota en El Retiro durante el confinamiento, pero es que, si uno hace cálculos y suma las edades de Mick Jagger, Keith Richards y el bueno de Ron, lo que se obtiene es el saldo nada menospreciable de 229 años, una cifra capaz de poner de los nervios al más templado de los geriatras.
No creo que existan demasiados médicos que recomienden a los ancianos que acuden a sus consultas que salten a los escenarios en vaqueros ajustados y camisetas horteras para no parar de moverse y de ir de un lado a otro durante dos horas ininterrumpidas bajo el intenso calor que desprenden los focos y el sudor que provoca el bailoteo. Y mucho menos si se trata de unos tipos que peinan, nunca mejor dicho, porque conservan intactas sus melenas, respectivamente 78 , 77 y 74 inviernos, dependiendo de si se trata de Mick, Keith o Ron. Y eso que ahora falta uno de sus fundadores, el batería Charlie Watts, que el pasado mes de agosto se despidió de nosotros con ochenta tacos bien vividos y disfrutados.
Lo normal a estas alturas es que el resto de los miembros se estuvieran tranquilitos en sus mansiones. Pero la realidad es que sus Satánicas Majestades han hecho lo que les ha dado la gana desde que eran jóvenes y no van a cambia ahora. Su mala fama siempre ha sido un hábito, algo que necesitaban para vivir, como la sangre o el oxígeno. Esto proviene desde sus orígenes, cuando los periodistas preguntaban a sus padres si dejarían que sus hijas se casaran con uno de estos tipos melenudos (no hace falta consignar la respuesta) y los críticos que asistían a sus conciertos se preguntaban qué es lo que hacía que sus zapatillas se pegaran al suelo donde ellos tocaban (descubrirían después que era la orina de las seguidoras).
Pero desde que debutaron en el Marquee Club de Londres, allá por 1962, y emprendieron una época de triunfos marcada por hits como «(I Can´t Get No) Satisfaction», «Brown Sugar», «Jumpin Jack Flash» o «Sympathy for the Devil», canciones ajenas a la mella del tiempo, no todo permanece igual. Es verdad que se mantiene intacta su mitología: cuando tenían novias (en plural), mandaron al garete los sueños espirituales de Lennon y compañía porque el mantra les aburría más que un programa de «Master Chef» y grabaron «Exile on Main Street» en Villa Nellcôte, un lugar situado entre Francia y el desastre (les robaron la casa, se les incendió la cocina y Keith Richards estaba más enganchado a la heroína que un enchufe a la electricidad). Las cosas ya no son así. La banda ha pasado casi a ser una compañía por su manera de ganar pasta. Las peleas entre Keith Richards y Mick Jagger mostraron claras diferencias de carácter. El primero era capaz de esnifarse las cenizas de su padre y el segundo, de recibir el título de Sir sin que se ruborizara.
Ahora vuelven España para tocar. Pero tanto han mudado las cosas que ni siquiera existe el Vicente Calderón, el estadio donde tocaron por primera vez. Ahora deben alojar sus himnos en el Wanda Metropolitano. La última vez que pasaron por Madrid estuvieron en aquel coliseo y ofrecieron un espectáculo tan rotundo que hasta las momias de La Almudena se removieron en sus tumbas. Si bien los Stones no son los mismos, es cierto que todavía el dios mosaico los teme. Sabe que el diablo despierta simpatía y que la música de tan Satánicas Majestades envejece igual de bien que las tablas del Sinaí.