Toronto ‘77: La épica toxicidad de los Rolling Stones
«Live at the El Mocambo Tavern, Toronto 1977» es el documento sonoro de un periodo delirante que incluye negocios, heroína, matrimonios rotos y rock and roll
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El debate sobre cuál ha sido la mejor banda de rock and roll de todos los tiempos siempre estará abierto, pero sin embargo no deben quedar dudas sobre cuál ha sido la más divertida de todas. Son los Rolling Stones, y su episodio de Toronto en 1977 así lo refleja. Es una historia delirante que habla de intoxicación, recreo, hedonismo, blues y hasta un surrealista affaire con una primera dama. Sus satánicas majestades, en la auténtica cumbre. «Live at the El Mocambo Tavern, Toronto 1977» se publicará el 13 de mayo y es uno de los materiales más famosos de la banda británica. Tras décadas circulando en el circuito pirata, ahora ve la luz un documento excepcional de un grupo en un gran momento. Tan mítico como todo lo que rodeó a aquella grabación.
Para comienzos de 1977, los Rolling Stones seguían fuertes a pesar de la profunda adicción de Keith Richards. Mick Jagger había tomado las riendas de la banda y él decidía el rumbo. El grupo le debía un disco más a Atlantic antes de quedar libre y la decisión fue obvia: entregar un disco en directo. Sería «Love you live» y la idea era que una de las caras del vinilo doble estuviera formada por clásicos del rythm & blues. Por eso, Jagger decidió buscar un club pequeño para dar unos conciertos de los que extraer ese material que devolviera a la banda a sus raíces. Y como Richards tenía problemas para entrar en Estados Unidos por un asuntillo relacionado con la cocaína, pensó que lo mejor era irse a Toronto.
Allí se citaron para mediados de febrero. Se presentaron todos menos Richards, que tardaría todavía una semana en llegar. Lo hizo el 24 de febrero de 1977, cuando descendió del aeropuerto con su mujer, Anita Pallenberg, su hijo Marlon y 28 baúles con cosas. En el avión se había metido el que pretendía que fuera su último chute y con tanto disimulo como desprecio echó en el bolso de Anita la cucharilla quemada para que la culparan a ella. Se alojó en el Harbour Castle Hotel junto al resto de los Stones, pero en una planta aparte. Fueron tres días de heroína. Y en estado comatoso le encontró la Policía Montada del Canadá, quien halló también suficiente droga con él como para denunciarle hasta por tráfico. Jagger no se lo podía creer: una semana esperando a Richards para poder ensayar y el guitarrista estaba en comisaría. Y en mitad de una negociación millonaria. Pero volvió a ocurrir: no se sabe cómo, Richards se encerró en un baño, no salió hasta dos días después y se puso a tocar con toda la banda sonando de miedo.
El 4 de marzo fue la primera actuación en un ambiente tóxico y cargado de humo, y los Rolling Stones se salieron literalmente ante 300 enloquecidos espectadores. Entre las primeras filas estaba una joven llamada Margaret Trudeau, esposa del primer ministro canadiense. A sus 28 años, estaba a punto de entrar en ese libro de actores secundarios que tanto han hecho por elevar la leyenda de los Rolling. Lo que sigue es memorable. «Crazy Maggie», como la había bautizado la Prensa canadiense, se había casado seis años antes con Pierre Trudeau, 30 mayor que ella. Él era el intelectual y ella una bella ex hippie y fan de la cultura pop y las estrellas. Le pareció buena idea pasar por Toronto y alojarse en el Harbour Castle Hotel. Obviamente, Jagger quiso conocerla –guapa, influyente y llena de contactos, algo irresistible para el cantante– y la chica anunció una fiesta post concierto en su suite. Y aquí es donde Jagger brilla. Concluida la fiesta, mandó a su agente de Prensa a la habitación de Maggie con una botella de champán, que ella recogió con amabilidad. Y lo siguiente que hizo el empleado de los Stones fue filtrar a los medios que la mujer había sido vista de madrugada en pijama en el hotel de los Stones. Lo que probablemente no sabía Jagger es que en realidad sí hubo «un lío» –según la definición del bajista Bill Wyman–, aunque el protagonista había sido el más inesperado: Ron Wood, el nuevo guitarrista de la banda.
Tras el siguiente concierto, Maggie se marchó de fiesta con Wood y Charlie Watts. Estuvo fumando porros y jugando a los dados hasta las nueve de la mañana. A la tarde fue cuando leyó en la Prensa: «Orgía sexual en la suite de la esposa del primer ministro». Aunque difícilmente se podría hablar de orgía conociendo que por ahí estaba el bueno de Watts, lo cierto es que Jagger tenía el episodio que deseaba y que añadía leyenda a la demoníaca historia de la banda.
La agraviada Maggie
Pero, como en cualquier gran película que se precie, la movida continúa con un nuevo giro impresionante. Resulta que esa misma tarde, y mientras Maggie lee esos titulares escandalosos, llaman a la puerta de su habitación. Ya teme cualquier cosa. Y a quien ve es a Marlon, el hijo de Richards, quien con lágrimas en los ojos le pregunta: «¿Dónde se han ido todos?». Resulta que el guitarrista está tirado en el baño sufriendo un fortísimo síndrome de abstinencia, pero ninguno del grupo parece estar disponible para ayudarle. Tampoco Anita, que se ha ido de compras. Al pequeño Marlon solo se le ocurre acudir a aquella mujer a la que hace un par de semanas ni conocía. Y sería Maggie, la agraviada Maggie, la única persona que acompañó a Keith Richards y limpió sus vómitos en Toronto. También jugó con Marlon mientras Richards dormía hasta la llegada de Anita. Todo el asunto significaría el final del matrimonio Trudeau.
Jagger reunió al grupo, incluido el guitarrista, para advertir que habría una redada segura de la policía en busca de drogas, una publicidad que no podían permitirse en medio de las negociaciones por el nuevo contrato. La decisión fue que se marchasen a casa dejando que Richards se las apañara por su cuenta con la justicia canadiense para no entorpecer el futuro discográfico. El guitarrista se quedó de piedra. «Le han dejado tirado», decía Anita una y otra vez sin acabar de creérselo. «Los Rolling Stones son más importantes que cualquiera de nosotros», fue la frase lapidaria que Richards acuñó con el paso del tiempo como una forma de ajustar cuentas con el pasado y como ejemplo del particular sentido de moralidad que siempre ha guiado a la banda británica.
El final de la historia es igualmente espectacular. No se sabe cómo, pero los representantes del grupo consiguieron que el Gobierno de Estados Unidos emitiera un permiso especial de entrada en el país para Keith Richards y Anita bajo la única condición de que ingresaran en un centro oficial de desintoxicación. Se sometieron a un tratamiento de electroshock y Jagger tuvo la deferencia de enviar al guitarrista una cinta con canciones de reggae. El tratamiento no sería efectivo a corto plazo, pues Richards volvió a consumir heroína, pero sí conseguiría que al menos admitiera su necesidad de desengancharse y de, esta vez sí, admitir que deseaba vivir sin la heroína. Atrás había quedado un mes absolutamente delirante incluso para los patrones que por entonces manejaban los Rolling Stones. En Toronto se habían quedado muchas cicatrices, un matrimonio presidencial roto, un yonqui que ya no quería serlo y unos conciertos maravillosos que ahora podemos disfrutar en plenitud. Con ustedes, los únicos e inimitables Rolling Stones.