Muere a los 80 años Charlie Watts, el hombre tranquilo de los Rolling Stones
El músico, de magnética personalidad, callado y profundo, había cancelado su presencia en la gira de la banda británica para someterse a un procedimiento hospitalario
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Su formación de artista plástico, su estilo elegante de instrumentista de jazz y su carácter tranquilo que renegaba de los tópicos de las estrellas del rock hicieron de Charlie Watts la personalidad más magnética y misteriosa de los Rolling Stones. El baterista falleció ayer a los 80 años después de haber sido ingresado en un hospital para un tratamiento que no había trascendido pero que le apartó de la gira «No Filter» que la banda iba a retomar. Desde ayer por la tarde, cualquier visita a la página oficial de la legendaria banda devolvía solo una imagen de Watts, de brazos cruzados, mirada elegante y encorbatada franqueza. El veterano músico, con sus maneras de «gentleman» y su espíritu callado, era el mayor de los cuatro de la banda y sin duda el miembro más discreto. Quizá también el más interesante, por su rol de observador distante desde la atalaya trasera de los aspavientos de Keith Richards y Mick Jagger y sus luchas de egos. Watts había sido intervenido en 2004 por un cáncer de garganta.
Clase trabajadora
A pesar de sus gustos refinados y su presencia elegante, Charlie Watts (Londres, 1941) fue un hijo de clase trabajadora. Su padre era conductor de camión y pasó sus primeros años en Wembley, en una casa prefabricada en la que su familia fue realojada debido a los bombardeos que durante la Segunda Guerra Mundial destruyeron su vecindario. Allí, en los grises años de la posguerra, se enamoró del jazz gracias a los discos de uno de sus vecinos, Dave Green, que tocaba el bajo. Charlie, fascinado por Thelonious Monk y Charlie Parker, se construyó su primer tambor antes de que sus padres pudieran regalarle su primera batería con 13 años. Con sus instrumentos rudimentarios tocaban el estilo de moda en las calles de Londres, el «skiffle» que llegaba como un género híbrido entre el folk, el blues y el naciente rock & roll. Sin embargo, poco a poco Green y Watts se hicieron conocidos en la escena local de jazz y posteriormente en la de rhythm & blues. El batería, siguiendo su vocación artística, se matriculó en la Harrow Art School y pronto encontró trabajo como diseñador gráfico.
Fue en la escena de rhythm & blues, mientras tocaba con Alexis Korner, donde conoció en 1963 a los que serían sus compañeros de grupo. Brian Jones, Mick Jagger y Keith Richards necesitaban alguien solvente para sustituir a Tony Chapman y aunque Watts prefería el jazz y desconfiaba del rock & roll (ya había rechazado una oferta de los Stones en una ocasión), conectaba con sus nuevos compañeros por el amor hacia el blues. Fue el último en sumarse al grupo que, en sus escasos meses de vida ya llevaba algunos cambios de formación. Con su flema característica, diría que aquella noche empezaron «cinco décadas de verle el trasero a Mick Jagger». Y resultó ser eso mucho más que literalmente, porque observaba a las estrellas de la banda y su modo de vida pero elegía no compartirlo. Lo vivía, pero rebajaba su intensidad, fiel a sus opiniones: «La única diferencia entre tocar jazz y rock and roll es el volumen. Eso, y que en el jazz están los músicos más cerca», dijo en una entrevista a «The New Yorker».
Watts rechazaba los cantos de las «groupies» que acosaban a la banda constantemente y de ello quedó constancia con su actitud en la visita a Mansión Playboy que Robert Greenfield narró en «Viajando con los Rolling Stones», cuando Watts prefirió una sala de juegos de la mansión de Hugh Hefner que otros entretenimientos. Nunca le llenó el estereotipo de las estrellas del rock y proclamó su amor por su esposa Shirley Ann Sheperd. «En los años 70, Bill Wyman y yo decidimos dejarnos crecer la barba, y el esfuerzo nos dejó exhaustos», dijo con fino humor sobre su desinterés por las lides del triunvirato del sexo, drogas y rock & roll. Sin embargo, no permaneció inmune a los patinazos con el alcohol y las drogas. En los años 80, debido a lo que él describió como una crisis de mediana edad, cayó en la adicción al alcohol y la heroína, de la que pudo salir gracias a su esposa y su hija Seraphine. «Hasta Keith Richards se preocupó por mí», concedió irónico.
Sublimación estética
Su papel en la banda fue el de la sublimación estética. Fue motor de uno de los mayores grupos de la historia, arquitecto de un sonido. Más allá de su firmeza como metrónomo y su impecable estilo de potencia disimulada, ideó portadas, diseñó escenarios y hasta la pequeña «performance» de 1975 en la que la banda interpretaba «Brown Sugar» en un camión que recorría Nueva York. Por no hablar de su impecable vestimenta, alejada de los barroquismos de Richards y Jagger, la mayor parte de las veces bastante discutibles. Nunca abandonó a su primer amor, el jazz. Su Charlie Watts Orchestra, una banda de 32 miembros, actuó en vivo en el Fulham Town Hall en 1986 y lanzó varios álbumes con su quinteto. Como un broche precioso a su educación y trayectoria, en 2009 fundó ABC & D of Boogie Woogie, una banda de swing junto a Dave Green, su amigo de la infancia, con quien se enamoró del jazz y con el que guardó amistad siempre. Con él se marcha el primer rolling stone, un hecho alarmante en sí mismo, y uno de los más grandes baterías de la historia. Pero uno que, además de ser muy bueno, prefería no llamar la atención.