Sección patrocinada por sección patrocinada
Habiendo huido de Inglaterra por problemas con el fisco, los Stones se establecieron en una lujosa villa de la Costa Azul

Aquel excesivo y tórrido verano de los Rolling Stones en Nellcôte

La banda inglesa vivió hace 50 años en la Costa Azul su época más enloquecida que derivaría en la publicación de su legendario álbum “Exile in Main St.”

Aquel verano de 1971 fue largo y mucho más que cálido para los Rolling Stones. Fueron meses tóxicos e insanos. Algunos quedaron por el camino. Otros, los propios músicos, no solo sobrevivieron a una experiencia descomunal, sino que la aprovecharon para encontrar la inspiración necesaria para componer las canciones de aquella obra maestra que sería «Exile in Main St.». Aquel de Nellcote fue un miserable verano lleno de grandeza. ¿Qué había llevado a los Stones a abandonar Francia? La respuesta no es difícil si se conoce la trayectoria la banda, y no es otra que el dinero. O más bien la ausencia de él, por matizar. Fue el 30 de marzo de 1971 cuando la banda dio una fiesta de despedida junto a amigos como John Lennon, Eric Clapton o William Burroughs. El motivo no era otro que decir adiós a esa Inglaterra que les acribillaba a impuestos. «Bye, bye, pérfida Albión», se le oyó decir a Mick Jagger.

Para primeros de abril, todos los Stones estaban por el sur de Francia disfrutando de otros aromas y sabores. Bill Wyman y Mick Taylor alquilaron una villa en Grasse, donde se deleitaban con los perfumes de la Provenza, mientras Charlie Watts se instalaba en las áridas colinas de Cévennes. Jagger elegiría la exclusiva Saint Tropez para preparar los preparativos de su inminente boda con Bianca y comenzar a introducirse en la alta sociedad, su más ansiada aspiración. La elección de Keith Richards resultaría ser la más extravagante y decisiva: la villa de Nellcôte.

Mick Jagger posa para el fotógrafo Michael Cooper en la cocina de la excéntrica y animosa mansión Nellcôte
Mick Jagger posa para el fotógrafo Michael Cooper en la cocina de la excéntrica y animosa mansión NellcôteCentro Cultural BorgesCentro Cultural Borges

Situada en la costera Villefranche, aquella mansión se convertiría en la protagonista pasiva de esta singular historia. Estaba rodeada de palmeras y cipreses traídos de diferentes partes del mundo por el almirante (o contrabandista, según fuentes) que la edificó. Años después, ese hombre se suicidaría entre los mismos muros que levantó. Una escalera unía los jardines con una playa privada y las habitaciones de abajo tenían unos techos de siete metros. En el húmedo sótano se escuchaba todo tipo de ruidos (psicofonías, según Richards) y unos ecos singulares. Pero lo que acabó de decidir al guitarrista fue que muy cerca se encontraba el puerto de Marsella, hacia donde llegaba la heroína tailandesa más pura.

Lo más incomprensible del asunto es cómo pudieron sus otros compañeros, y principalmente Jagger, dejarse convencer para instalarse allí y comenzar a grabar las maquetas del «Exile». Seguramente no les quedaba otra que plegarse al caprichoso estilo de vida del guitarrista, quien por entonces era el principal bastión impulsor de la banda en muchos sentidos. Con el disco «Sticky Fingers» catapultándoles a la cima del rock and roll, convivir con el diablo parecía la única posibilidad para perpetuar ese creativo estado de gracia y, de paso, comenzar a ganar los millones de dólares (libres de impuestos) que ellos creían que se merecían. Así que en un lento goteo fueron llegando todos los Stones al cuartel general de Richards y allí instalaron su improvisado lugar de trabajo. Irían solventando los problemas que se suscitaran a su manera.

Keith Richards se decidió por la villa entre cosas, por la cercanía con el puerto de Marsella, receptor de la heroína tailandesa

Por ejemplo, si la instalación eléctrica no daba para soportar las tremendas exigencias de un estudio móvil de grabación, no había problema: el equipo se conectaba a las cercanas líneas eléctricas de los ferrocarriles franceses y que otros pagaran la cuenta. Y si hacía falta desayunar a las dos de la madrugada, lo mejor era contratar tres chefs a tiempo completo.Y si Richards no se despertaba con ganas de tocar hasta las cuatro de la madrugada, se le esperaba en el sótano con paciencia franciscana y diversas cosas para matar el tiempo. Y si hacía falta heroína, no faltarían correos corsos con maletines de ejecutivo llenos de caballo. Los 7.000 dólares semanales que se gastaba Richards no le parecían mala inversión. De esta forma, Nellcôte se llenaba cada día de músicos, poetas, vagabundos, camellos, bohemios, aristócratas, chaperos, pintores, cineastas, parásitos y gente inútil de la más variada procedencia.

Ambiente insano y enfermizo

A veces, Richards decía ya de madrugada que se iba arriba a por una guitarra y no volvía hasta cuatro horas después. Y cuando regresaba, Jagger se había marchado y los otros estaban jugando una inaplazable partida de póker. O un día veían por ahí a Gram Parsons componiendo canciones junto al guitarrista y días más tarde se enteraban de que Richards había echado de la mansión a quien horas antes consideraba el mayor genio del country vivo y el mejor de sus amigos. También podía ocurrir que le pusieran su primer chute de heroína a la hija del chef de la mañana, la muchacha que casualmente se encargaba de «cuidar» a Marlon, el hijo de Keith. Y que nadie se quedara sin comer o beber de día o de noche.

Lo increíble es que en ese ambiente apareciera la inspiración suficiente para componer y grabar las maquetas de «Exile», como ocurrió. Cosas como «Rip this joint», «Casino Boogie» o «Tumbling dice», que fueron algunas de las primeras en salir. Y luego muchas más, canciones que forjarían el auténtico «sonido Stone» dentro de la que sería considerada como su época más clásica. ¿Cómo pudo ocurrir en ese ambiente tan insano, paranoico y enfermizo? Había razones.Primero, porque pocos músicos hay que se desenvuelvan mejor en medio del caos que Keith Richards. Segundo, porque Jagger sabía que estaba montado en la ola ganadora y era el momento de tragar con todo porque aquellas canciones les iban a hacer multimillonarios de por vida. Y finalmente, porque detrás había una banda de músicos tan extraordinarios como pacientes y leales, gente que se levantaba de la cama solo para apoyar el nuevo riff que se le había ocurrido a Richards o una sorprendente línea melódica de Jagger. Solo así se explica que del infierno de Nellcôte salieran toneladas de bendita música.

En un sótano plagado de excesos, la banda grabó uno de sus mejores discos
En un sótano plagado de excesos, la banda grabó uno de sus mejores discosEfeEfe

Richards todavía lo recuerda con cariño: “Cuando era yonqui aprendí a esquiar, hice ‘’Exile on Main St.’’ y gané a Mick Jagger jugando al tenis”, diría. Pero lo cierto es que aquella fue una experiencia devasatadora en muchos sentidos para mucha gente. Por ejemplo, Parsons saldría de allí con una condena de muerte que se ejecutaría en dos años. Muchas familias enteras tendrían que acudir a centros de desintoxicación para poder contar tiempo después lo que vieron en Nellcôte, si es que sobrevivían.

Para octubre de 1971, Jagger había decidido que ya había tenido bastante ración de locura y no volvería allí. Poco después, le robarían a Richards once guitarras, la ropa y el dinero. Y probablemente ese material estaría en manos de gente con la que poco antes había compartido cuchara y espejo durante alguna rutinaria noche en Nellcôte. Mientras, una investigación sobre tráfico de drogas amenazaba con llenar la villa de agentes. Suficiente. Richards se largó de allí la madrugada antes de que una patrulla intentara apresarle y se reunió en Los Ángeles con Jagger para terminar de mezclar la veintena de canciones que meses después se convertirían en parte del álbum doble «Exile in Main St.». Había sido un largo y tórrido verano.

¿Nueva música en el horizonte?

Fue en febrero cuando Keith Richards puso un twit –o al menos eso apareció en su cuenta auténtica– en el que se leyó: «¡Nueva música en el horizonte!». Eso llegó cuando la rumorología estaba en su apogeo y los papeles se llenaban de especulaciones sobre un inminente álbum de los Rolling Stones. Antes se había podido escuchar la (poco estimulante) canción «Linving in a ghost town», llena de clichés y sacada al albur de la situación de pandemia actual. Se publicitó incluso como un adelanto del futuro álbum de los Rolling Stones. El hype se disparó: ¿por fin un disco con material nuevo después de 16 años? Lo último que grabaron los Stones fue un disco de versiones de blues llamado «Blue & Lonesome», de 2016, después de que fracasara el enésimo intento por juntarse y grabar canciones originales. Ya hace cinco años de aquello y los fans siguen esperando un nuevo álbum de la banda más famosa del planeta. ¿Será en el presente año?