Putin, un autócrata de Feria
La Feria del Libro de Madrid está llena de novedades y relanzamientos editoriales que analizan el ascenso del líder ruso. Su figura pone de relieve la atracción que ejercen los dictadores y el interés que sigue habiendo por las raíces del mal
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Putin ha comenzado a generar tanta bibliografía como Hitler, Stalin y Franco, lo que, sin duda, supone un singular récord. Su figura siempre ha ejercido una particular atracción, comenzando por el mismo Donald Trump, un tipo que admiraba la capacidad del presidente ruso para acumular poderes. Desde la invasión de Ucrania, el interés sobre él ha crecido de manera exponencial. Algo que sin duda han alimentado varios episodios de su pasado, como su trabajo como espía en el KGB, su reservada y apenas conocida vida privada, su ascenso al poder y su capacidad para haber reavivado el nacionalismo ruso y antiguos zarismos.
A lo largo de los años, la percepción que existía a su alrededor ha sufrido una significativa evolución, como deja entrever, de manera expresa, el comentario que Mark Galeotti introduce en su reciente libro, «Tenemos que hablar de Putin» (Capitán Swing), que sale a la venta esta semana: «Durante la presidencia de Barack Obama, el presidente de la Comisión de Inteligencia del Congreso, Mike Rogers, se lamentó de que “Putin juega al ajedrez y tengo la impresión de que nosotros estamos jugando a las canicas”». No era una sensación exclusiva de los norteamericanos. Era una idea que estaba extendida y, de hecho, ilustra muy bien cómo Putin ha pasado de ser considerado un déspota capaz de ganarle la partida a algunos dirigentes occidentales, lo que despertaba cierta admiración en algunas facciones, a ser contemplado como un peligroso adversario para Europa y las democracias. Y, ya por extensión, ser percibido como la nueva personificación del mal, a la altura de viejos mandatarios soviéticos que convirtieron la URSS en un campo de gulags o aquellos gerifaltes que encabezaron el Tercer Reich.
Hitler y Napoleón
La televisión, atenta a las audiencias, no ha dejado escapar la oportunidad y emite de una manera casi ininterrumpida reportajes sobre él. Y las plataformas tampoco han rehuido este interés. La respuesta editorial ha sido lanzar monografías nuevas y recuperar títulos que intentan responder a las interrogantes que envuelven al jerarca ruso. «¿Quién atrae más: Batman o el Joker? ¿Drácula o Van Helsing? Los antihéroes y los personajes calificados de malos generan más interés porque no son personajes simples. Con la historia sucede igual. ¿Cuántos estudios existen sobre la psicología de Hitler? ¿O de Napoleón? Todos quieren comprender la maldad, o esa metamaldad, porque está claro que tiene un origen. Todos quieren saber de dónde procede. Esto explica el interés editorial», explica Frédéric Mertens, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Europea de Valencia.
Cada año se editan cientos de libros que abordan esta cuestión. Este marzo se publicó, sobre este asunto, «Hitler y Stalin» (Crítica), de Laurence Rees, que analiza a estos dos monstruos de los totalitarismos. La frialdad de sus crímenes continúa encogiendo el espíritu. Es interesante observar que, en ambos casos, eran personajes de una sorprendente mediocridad, algo que también queda de relieve cuando se repasa la figura de Sadam Hussein. Y que también parece compartir Putin, como pone de relieve Frédéric Mertens al citar el comentario de un antiguo espía del KGB que fue supervisor del jerarca ruso. «Comentaba que Putin se caracterizaba por su pereza intelectual y la necesidad de llegar a éxitos fáciles. Se había postulado para unos puestos en el extranjero, pero no servía y todos lo calificaban como un mal espía. Por eso, al final, se le destinó a Alemania del Este. No era un buen alumno del KGB. Seguramente esta frustración, su ambición y querer compensar algunos fracasos, pasaba por conseguir el poder. Es curioso que sus compañeros espías se convirtieron en oligarcas y magnates económicos y financieros, pero él se quedó con esta nostalgia de la política soviética. Todo esto es un elemento importante para entenderlo. El otro es su visión radical que le ha llevado a adoptar una postura nacionalista, si no es directamente racista. Putin es una especie de maldad en evolución».
Es necesario nombrar aquí «El manual del dictador», de Bruce Bueno de Mesquita y Alastair Smith, que Siruela ha recuperado este año y que aporta las claves para que descubramos por qué los dictadores actúan como actúan. Por ejemplo, por qué invaden países de su entorno. Pero es ineludible mencionar en esta pléyade de libros a «Limónov» (Anagrama), de Emmanuel Carrère, donde esboza una biografía sucinta de él. Existen otros volúmenes más recientes, como el esencial «Los hombres de Putin» (Península), de Catherine Belton. La autora explica cómo el hombre fuerte del Kremlin se rodeó de antiguos miembros de los servicios de espionaje ruso y juntos asaltaron el poder. Una crónica, hecha a base de entrevistas y testimonios, que radiografía cómo el caos que desencadenó la caída del Muro de Berlín supuso un ambiente propicio para tomar las instituciones por parte de Putin y cómo luego se corrompieron la Policía y los tribunales. Lo que le sucedió a uno de sus opositores, Yuri Shutov, que disponía de pruebas comprometidas contra Putin, es elocuente: «Llevaba tiempo siendo una figura profundamente controvertida, y circulaban rumores sobre sus vínculos con los bajos fondos de San Petersburgo. Pero una vez que Putin pasó a ser director del FSB, aquellas sospechas se convirtieron en querellas. Lo acusaron de haber encargado dos asesinatos consumados y otros dos en grado de tentativa. Fue detenido muy poco después y enviado al centro penitenciario más duro de Rusia, conocido como Beliy Lebed, o “Cisne Blanco”, ubicado en Perm, en lo más remoto de Siberia. Ya nunca salió de allí».
Frédéric Mertens explica uno de los puntos esenciales de la permanencia de Putin. «Juega con un pasado que a nivel colectivo habíamos olvidado. Es el ideario del imperio soviético que habíamos enterrado en 1989, con la llegada de Gorbachov. Está a medio camino entre el régimen comunista y la Rusia neoliberal. Él usa esta nostalgia de la grandeza de la Unión Soviética y una visión imperialista. Esto ha llevado, cuando empezó a invadir Ucrania, a que lo compararan con Hitler».
Perdiendo la cordura
Mertens subraya otro asunto relevante: «Putin produce morbo. Y más ahora cuando se extienden rumores de si este hombre ha entrado en una fase de locura, padece una enfermedad grave, está perdiendo la cordura o se está radicalizando para dejar una herencia o un legado político, como la expansión del imperio ruso». Putin se presenta, de esta manera, como un hombre que es capaz de apelar a la bandera zarista como a los éxitos de Stalin –que ha vuelto al presente sin que sus muertos supongan ningún complejo– durante la Segunda Guerra Mundial.
Una obra que importante en este aspecto es «El hombre sin rostro: el sorprendente ascenso de Vladimir Putin» (Debate), de Masha Gessen. Esta monografía ganó el National Book Award de no ficción y es el relato de cómo llegó al poder en 1999 y ajustó cuentas con rivales y adversarios recurriendo, sin ningún pudor, a toda clase de medios. Gessen conoce de primera mano esta experiencia, lo que aporta un punto escalofriante a la lectura. Otro libro que ha recobrado su actualidad es «El nuevo zar: Ascenso y reinado de Vladímir» (Península), una biografía que se retrotrae a su infancia en Leningrado, que discurrió en la más absoluta de las pobrezas y su paso por los diferentes escalones del KGB hasta sentarse en lo más alto de Moscú.
Galeotti participa de este nuevo «boom» con el título antes citado y también con «Breve historia de Rusia» (Capitán Swing), que da perspectiva histórica. Este autor escribe sobre Putin: «Se había rodeado de subordinados sumisos, halcones como él y aduladores ambiciosos que competían entre ellos por la oportunidad de decirle no lo que necesitaba escuchar, sino lo que quería oír. Muchos debían de saber que el jefe se estaba haciendo una idea equivocada sobre Ucrania, pero, teniendo en cuenta que estaba en juego algo en lo que él creía apasionadamente, ¿quién estaría dispuesto a decírselo y poner en riesgo sus contactos, sus privilegios, su posición?». Se ve que muy pocos.