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Diario de guerra de un holandés en la batalla del Ebro

Se publican los recuerdos de juventud de Evert Ruivenkamp, brigadista en la Guerra Civil cuya familia encontró el relato de sus días de voluntario en España
Miembros de las Brigadas Internacionales
Miembros de las Brigadas InternacionalesJuan PandoMuseo Nacional Centro de Arte Reina Sofía
  • Periodista en activo ya en 1989. Desde entonces ha vivido los estertores del tipómetro, el alba de internet y tecleado aquí y allá hasta llegar a La Razón en 2007. Nada como la prensa local para manejar este oficio. Allí la multitarea, y de un tiempo a esta parte más política que otra cosa.

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La implicación de los Países Bajos en la Guerra Civil española y las vivencias de los centenares de ciudadanos holandeses que combatieron en ella es un episodio poco conocido que suma un capítulo que arroja nueva luz sobre aquellos combatientes anónimos. Se trata de un hallazgo único, el relato en primera persona de los recuerdos de aquella España batida a sangre y fuego en la voz de un joven voluntario. Publicado el pasado abril en su país, desvela un emotivo y cautivador testimonio sobre uno de los 700 holandeses que formaron parte de los 30.000 voluntarios –cifra que se acerca a la más comúnmente aceptada, aunque la Asociación de Amigos de Combatientes en la España Republicana (ACER) habla de entre 35.000 y 59.380– de 52 países que tomaron las armas en España.
Hace tres años, una familia de La Haya encontró un viejo cuaderno azul con una etiqueta roja y blanca en la mesita de noche de un pariente fallecido. «Mis recuerdos de España de la lucha por la libertad 1936-1939», dejó escrito su dueño sobre el contenido de sus páginas, que contienen el diario de guerra de Evert Ruivenkamp, que tenía 22 años cuando decide viajar al sur indignado por la política de no intervención de los Países Bajos y el resto de democracias europeas cuando estalló en España la sublevación de julio de 1936. Aunque sus padres –su madre, que le tuvo en Filadelfia tras un azaroso viaje del que vuelve sola y con dos hijos, y, su padrastro– no le dejan marchar en ese momento.
Era albañil y nunca antes había estado en el extranjero, pero le fue fácil emprender la tarea que se había propuesto uniéndose a quienes querían colaborar en el mismo empeño. En los Países Bajos, los comités de ayuda a España estaban activos en todas partes y muy rápidamente grupos de voluntarios partieron para contribuir en la lucha contra Franco.
El diario de Evert se ha publicado con una introducción y un epílogo de Yvonne Scholten, autora de varios libros sobre voluntarios holandeses en España y de una web donde es posible recabar información sobre cada uno de los 650 localizados hasta ahora, entre ellos, el propio Ruivenkamp.
El diario íntegramente editado se titula «Een Hollandse Jongen aan de Ebro» (Un joven holandés en el Ebro) y es el primer relato de la vida cotidiana de un sargento holandés durante la guerra de España. Según Scholten, se trata de un documento singular porque hasta el momento es el único diario de uno de aquellos «chicos corrientes» que fueron a luchar a España. «La mayoría tampoco tenía apenas educación, a veces no más de unos pocos años de escuela primaria. Evert también tuvo una educación limitada, pero su holandés es excelente y su informe muy vivo», cuenta la investigadora.
Evert pasó nueve meses en España, de marzo a diciembre de 1938. Le hubiera gustado «ir antes», escribe, pero sus padres se lo impiden. En 1938 se va sin su permiso. Tenía entonces 23 años. A través de Bélgica y Francia, Ruivenkamp emprende su temprana aventura. Llega a España el 31 de marzo con destino a Albacete, donde es responsable de la instrucción de las Brigadas Internacionales el coronel Julio Mangada, conocido como el «General del Pueblo».
Evert es destinado a la XI Brigada, veterana unidad que ha estado en los principales escenarios de la guerra y en la que el joven vivirá en el Ebro una de sus más duras pruebas, como parte del XV Cuerpo de Ejército de Manuel Tagueña. Allí tiene lugar una sangrienta y decisiva batalla en el verano de 1938, derrota de la que el ejército republicano ya no puede recuperarse, dando paso en pocos meses a la victoria de Franco.
En julio, Evert comanda una compañía durante la ofensiva republicana en el río. Describe la despedida de los soldados en el pueblo donde han estado desplegados. Los españoles se despiden de sus mujeres, los internacionales de sus familias de acogida, a las que llaman ‘padre y madre’.
Mamá me besa en la frente (…) Me trago una lágrima y con una voz excesivamente cortante mando ‘Compañía firme’. Seguido de ‘Compañía adelante…arr’. Mis órdenes suenan fuerte. Me asusta y un escalofrío recorre mi espina dorsal. Pero la tensión se rompe y la marcha ha comenzado. Unos cuantos gritos más desgarradores de algunas chicas y todo el batallón se mueve. Ahora estamos aquí y ellos se quedan en las aldeas. Así ocurre en todas partes, las mujeres se quedan atrás. Los hombres se asientan en el frente. Sin embargo, todos luchan por la independencia del país. La independencia de la República. La república de los trabajadores libres que están dispuestos a pagar con su sangre su libertad.
Durante la encarnizada lucha que sigue, narra cómo tuvo que obligar a uno de sus hombres –de nacionalidad española– para que usara una ametralladora pesada: «Se encoge y me mira aterrorizado. Por un momento creo que me observo en un espejo. Me mira con los mismos ojos que siento deben ser los míos. Le ordeno a él y a su camarada que disparen. No se atreven. Además, no me sorprende. En medio de un cruce de fuego tan asesino mi corazón también se desvanece. Por el amor de Dios, no hagas que se den cuenta. Si lo notan estamos perdidos».
A los pocos días del infierno del Ebro, el joven sargento está desconcertado. Se anuncia que los voluntarios tienen que abandonar España. El Gobierno de la República ha decidido disolver las Brigadas Internacionales en un intento desesperado de poner fin a la intervención alemana e italiana, crucial para el otro bando. Evert no lo entiende, tiene la sensación de haber traicionado a sus compañeros españoles: «Tantos peligros compartidos juntos y ahora tendré que volver a Holanda. Me pone muy triste».
Muy distinto es el tono con que comienzan sus escritos, cuando se maravilla con todo lo que no conoce, tiene buen ojo para las guapas chicas españolas e informa con desparpajo sobre sus peripecias. Pero su ánimo cambia gradualmente y el hilo común que recorre el diario de Evert es la escasez. No había suficientes armas, tenían poca munición, vestían una mezcla de uniformes, no se podía confiar en los camiones rusos y, a medida que avanzaba la guerra, los soldados tenían más y más hambre y sed.
El joven observa la miseria que azota a la población civil y describe los últimos momentos de soldados horriblemente mutilados en un enfrentamiento en el que pierde a muchos camaradas. Lo que narra está completamente en la línea con lo que escribirán otros voluntarios. Lo único con lo que podían contar era con su espíritu de lucha. Por lo demás, formaban parte de «un ejército de perdedores». Como ejemplo, la impresión que una unidad recién formada que partía hacia Madrid desde la base de Albacete causa en el general Miaja, que anota en un informe: «La brigada enviada al frente parecía más una banda armada que una unidad organizada».
El diario de Evert Ruivenkamp finaliza el 4 de octubre de 1938, aunque él permanece en España otros dos meses antes de regresar a Holanda entre el 3 y el 5 de diciembre de 1938. Sus escritos ofrecen una interesante visión de la vida cotidiana de los combatientes. No se puede olvidar por la forma de escribir que el autor tiene 23 años. Es interesante ver cómo usa palabras en castellano para describir al lector los estados de ánimo por los que atraviesa.
Evert pasó más de medio año en España, sin duda los meses más importantes de su vida, cuyo fin está cercano. ¿Se sentiría culpable por sobrevivir cuando muchos de sus camaradas murieron allí? Willy de Lathouder fue uno de esos compañeros de armas que perdió durante la batalla del Ebro. Su hijo nació en marzo de 1938, fruto del matrimonio con Rosario Plana Solé, una joven enfermera española que lo cuidó durante meses tras resultar gravemente herido a finales de 1936. Después del regreso desde España, Evert se hace cargo de Rosario y su hijo. Se casa con la joven viuda en 1940.
En los Países Bajos fue privado de su ciudadanía, lo que no impidió que el Gobierno le reclutara para hacer frente a los nazis, aunque Ruivenkamp irá más allá. El 30 de junio de 1943, tras ser golpeado y torturado, es ejecutado por los alemanes por su participación en la resistencia.
Había prendido fuego a una reserva de heno de la Wehrmacht como señal de que la lucha contra el invasor seguía viva tras una serie de detenciones. Tiene que dejar la bicicleta que le ha quitado a un resistente de Rotterdam para poder huir rápidamente y eso resulta fatal, porque pone a la Gestapo tras la pista de la célula que dirige a toda una serie de grupos de resistencia. El acto de sabotaje conocido como «el incendio en el Laakkwartier» es el epílogo del joven holandés de la guerra de España.

La custodia de los recuerdos: de su mujer a su hermana mayor

La hermana mayor de Evert Ruivenkamp falleció en 2019. En su mesita de noche, su hijo Evert, llamado así por su tío, encontró el diario que Ruivenkamp había escrito en España. No se sabe cómo el texto sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y acabó finalmente en manos de su hermana. Su esposa Rosario pudo haberlo guardado y entregado a Rosa antes de volver a España al final de su vida. Evert Ruivenkamp debió escribirlo entre 1939 y 1943 sobre la base de notas originales –nunca recuperadas– que hizo en España y logró pasar de contrabando a los Países Bajos.