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Manuel Puig, el escritor que el “Boom” detestaba

Roberto Bolaño lo reivindicó y David Foster Wallace reconoció su influencia, pero el “Boom” no valoró su obra. Seix Barral emprende la recuperación de sus obras, con títulos nuevos este septiembre, de un autor que nunca se amoldó a cánones literarios frecuentes y mantuvo ideológicamente independiente
Elisa Cabot.
La Razón
  • Diego Gándara

    Diego Gándara

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No fue fácil el ingreso de Manuel Puig en el canon de la literatura argentina. Su obra, una obra distinta y original, que rompió los moldes y los esquemas básicos de la novela tradicional, tardó años en ser reconocida. Especialmente por los escritores de su generación. Y, más que especialmente, por los escritores del llamado «boom», quienes vieron en Manuel Puig a un «rara avis». Alguien que había irrumpido en el acartonado panorama literario de finales de la década del sesenta como un advenedizo, como un escritor sin estirpe bibliotecaria y que utilizaba recursos que entonces eran considerados «poco literarios», además de contar con una personalidad poco acorde a la pose masculina y comprometida con la izquierda que exhibían los escritores del boom. Hoy, sin embargo, tantos años después, el escritor argentino sigue siendo un autor de referencia.
Cuando se cumplen noventa años de su nacimiento, la larga estela dejada por Manuel Puig sigue perdurando en el cielo estrellado de la literatura. No es sólo ya un modelo para muchos escritores argentinos o latinoamericanos (Roberto Bolaño, que le dedicó su novela póstuma «Los sinsabores del verdadero policía», lo considerara un verdadero genio) sino también para reconocidos e innovadores escritores en otras lenguas, como por ejemplo el norteamiercano David Foster Wallace, quien siempre nombró a Manuel Puig como una de sus más importantes influencias.
En ese sentido, como una prueba de la vigencia de su obra, no es extraño que Seix Barral, con ocasión de un nuevo aniversario del natalicio de Manuel Puig, se haya propuesto rescatar sus ocho novelas. Se han publicado ya las primeras cinco («La traición de Rita Hayworth», «Boquitas pintadas», «The Buenos Aires Affair», «El beso de la mujer araña» y «Pubis angelical») con prólogos de Bob Por, María Dueñas, Mario Mendoza, Antonio Muñoz Molina y Camila Sosa Villada, mientras que, para septiembre, se espera la publicación de las tres restantes: «Maldición eterna a quien lea estas páginas», «Sangre de amor correspondido» y «Cae la noche tropical» con prólogos de Tamara Tenenbaun, Claudia Piñeiro y Paulina Flores, respectivamente. Todo un acontecimiento literario en este año Puig.
Proveniente de una familia que emigró desde España a la Argentina (su abuelo era catalán y su abuela, gallega) a comienzos del siglo XX, Manuel Puig nació a finales de 1932 en Coronel Villegas, un pueblo de la Pampa húmeda, situado a quinientos kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Su padre era un comerciante de vinos. Su madre, enfermera en el Hospital. Una pareja típica con un hijo sensible y de ciertas maneras suaves y delicadas al que llamaban «Coco» y que, para escapar del clima asfixiante y machista de ese pueblo de provincias, se entretenía yendo al cine con su madre, donde se le aparecía un universo de fantasía lleno de musicales, de mujeres hermosas y bien vestidas, de historias de amor y melodramas. Otra manera de vivir la vida, lejos del machismo, la homofobia y la violencia.
Su contacto con el cine, en todo caso, y con las revistas de moda de la época que compraba su madre, resultó su vía de escape. Tanto fue así que, con apenas veinticuatro años, huyó de Coronel Villegas y se marchó a Roma, a estudiar dirección en el Centro Sperimentale di Cinematrografia. Una vez terminados sus estudios, en 1963, cambió de destino y se mudó a Nueva York, donde consiguió un trabajo en la compañía aérea Air France. Allí, en sus horas libres, empezó a escribir lo que primero fue un guion y que después acabó siendo «La traición de Rita Hayworth», su primera novela, donde se cuenta la historia de varios habitantes de un pueblo ficticio llamado Coronel Vallejos a través de diálogos directos, de cartas y de reflexiones y, sobre todo, a través de los ojos de un niño, Toto, que registra todo lo que vive y sueña en ese mundo de fantasía, de bellas mujeres del celuloide, de amas de casa de pueblo.

Un premio perdido

«Me aconsejaron que escribiera en mi idioma –explicó varios años después Manuel Puig a Joaquín Soler Serrano–. Y en lo posible, sobre algo que conociese, sobre una experiencia mía. Lo único que en ese momento recordé con claridad fue la voz del personaje, lo que decía. Lo único que podía hacer era registrar esa voz. Y empecé a escribir. Y por primera vez, en todos esos años de intentos de creatividad, me surgió un material. Cuando me quise acordar tenía escritas unas treinta páginas en dos tardes.»
Así, con el manuscrito de la novela en la mano, en 1967, Manuel Puig regresó a Buenos Aires y empezó a escribir su segunda novela: «Boquitas pintadas». Al año siguiente, el manuscrito de «La traición de Rita Hayworth» llegó a Barcelona para participar del Premio Biblioteca Breve, organizado por la editorial Seix Barral. Pero la novela ganadora, después de un empate técnico, resultó ser «Últimas tardes con Teresa», de Juan Marsé. Luis Goytisolo, miembro del jurado, había aposta por la novela de Puig, pero Mario Vargas Llosa, que también era miembro del jurado, inclinó la balanza hacia Marsé, que finalmente se llevó el premio. «”La Traición de Rita Hayworth”es muy poco literaria. Y además su autor escribe como Corín Tellado», dijo después Vargas Llosa.
La novela, en cualquier caso, fue publicada en Buenos Aires ese mismo año por Jorge Álvarez, pero la prensa cultural de entonces apenas se hizo eco de la novedad. Sin embargo, cuando al año siguiente «La traición de Rita Hayworth» fue traducida al francés y pulicada por Gallimard (el periódico «Le Monde» la situó entre las mejores novelas del bienio 1968-1969), el nombre de Manuel Puig comenzó a ser reconocido. Así, una vez terminada, su segunda novela, «Boquitas pintadas», fue enviada al premio que organizaba la revista «Primera Plana», pero la novela, como la novela anterior, también fue desestimada por el jurado. Esta vez, por otro peso pesado del «boom», Juan Carlos Onetti, que dijo saber muy bien cómo hablaban los personajes de Manuel Puig y cómo escribían sus cartas, pero que no sabía, en cambio, cuál era el estilo de Manuel Puig. La novela, de todos modos, fue publicada en 1969.
Es que Puig, tanto en su primera novela como en «Boquitas pintadas», había instaurado una forma inédita de hacer literatura, un poco alejada, entre otras cosas, de una vieja noción de estilo. Una literatura, como decía Vargas Llosa, poco literaria, pero que, no obstante, había cambiado la manera de concebir una novela porque no sabía, precisamente, escribir novelas al estilo clásico. Aunque decía sentirse atraído por la obra de Kafka, de Faulkner o de Joyce (dijo que había hojeado un poco «El Ulises» y que le había gustado que fuera un libro compuesto por técnicas diferentes) lo cierto es que Puig, de algún modo, lo que hizo fue adaptar el género a su gusto y escribir las novelas a su manera y con los materiales que disponía, extraído del mundo del cine, del arte pop, de los teleteatros y de la vida las amas de casa argentinas.

Una novela sospechosa

En 1973, con «The Buenos Aires Affair», Puig no sólo se permite escribir otra novela a su manera, sino que lo hace recurriendo a un género más literario como es el policial, además de utilizar recursos como el monólogo interior y coquetear con el discurso psicoanalítico. Pero así como sus dos primeras novelas fueron desdeñadas por la crítica y por el establishment literario, «The Buenos Aires Affair», que narra una historia de desapariciones, obsesiones y pistas falsas y en la que el lector es el detective, fue leída con sospecha por el gobierno peronista de entonces, que censuró y prohibió la novela y acusó a Puig de antiperonista. Amenazado por el grupo parapolicial y anticomunista Triple A, Manuel Puig se marchó a México y ya nunca más regresó a su país.
Después, en 1976, en plena dictadura militar argentina, con la publicación de «El beso de la mujer araña», alucinante juego de espejos entre un guerrillero y un homosexual encarcelado y con el cine como telón de fondo, el nombre de Puig comenzó a circular y a ser reconocido, aunque su lugar dentro del canon literario no dejaba de resultar incómodo.
Dejó México, se instaló por un par de años en Estados Unidos y publicó su obra «Pubis angelical», donde su apuesta literaria se mantuvo en todo lo alto, y a la que siguió «Maldición eterna a quien lea estas páginas», publicada en 1980, con un Manuel Puig ya muy bien instalado en Brasil. Escribir novelas, decía, era hacer novedad tras novedad. Así, con «Sangre de amor correspondido», en 1982, la novedad fue el registro de la voz del protagonista, que Puig transcribió casi de manera directa, y que narra una historia de amor, de locura y de muerte.
En 1988, después de la publicación de «Cae la noche tropical», vivió un par de años en Italia hasta que se mudó a Cuernavaca, donde murió en 1990. La noticia de su fallecimiento apenas se reflejó en el ámbito cultural y hubo que esperar varios años hasta que su obra, sus ocho novelas, empezara a ser reconocida por miles de lectores, aunque, como era de esperar, tampoco resultó demasiado fácil su aceptación dentro del sector literario. Su formación cultural no era rígida ni tampoco aristocrática. Estaba más interesado en el arte, sobre todo el Pop Art, en el cine de Hollywood, en la música popular, los radioteatros y la televisión que en los clásicos griegos. No era tampoco un escritor de izquierdas ni lo que se dice un escritor comprometido y era, además, homosexual. Alguien que veía el mundo de la literatura lleno de «bluffs», como escribió en una de sus cartas, pero que irrumpió en ese mundo como un rara avis que dispuesta a quedarse.