Sao Paulo
Dos extraños salvados por la ficción
Los protagonistas de «El beso de la mujer araña», de universos opuestos, hallan la tolerancia en la estética del cine
Es lo que tiene la cárcel: resulta fácil convertirse en microcosmos cuando la vida carece de la libertad que haría felices a los que la habitan. Por eso, en una celda de escasos metros cuadrados, los encerrados están predestinados a entenderse. Cómo, si no, un escaparatista homosexual que luce su bata estampada de seda por encima de la rodilla convencerá a un preso político, viril como sus ideas, brazo armado contra la intransigencia del Estado, de que la ficción neobarroca de los melodramas baratos, de los culebrones pasionales, de ese cine clásico de Hollywood rebosante de glamour y mentiras piadosas, es el único vínculo posible con el mundo para dos personas tan distintas. En «El beso de la mujer araña» la ficción es la tabla de salvamento, el origen de la tolerancia entre universos opuestos que descubren su perpendicularidad.
En realidad, la novela de Manuel Puig y la película de Héctor Babenco no hacen sino confrontar lo femenino y lo masculino, lo lunar y lo solar, transformando esa confrontación en la más extraña de las extrañas parejas. A Molina (William Hurt) y a Valentín (Raúl Julia) les cuesta compartir sus respectivas sensibilidades a un mismo nivel. Molina retoma las maneras de Norma Desmond después del final de «El crepúsculo de los dioses», es una diva trasnochada que por fin tiene con quien hablar, y sus ensueños, poblados por el encanto de una hechicera de serie B que no se llama María Montez sino Sonia Braga, tienen un destinatario. Valentín, primero reticente, desprecia la feminidad de esas ficciones, pero luego descubre que en ellas está el germen de esa revolución por la que él lleva luchando toda su vida. En el mundo real Molina y Valentín no habrían cruzado una sola palabra; en su jibarización carcelaria acaban siendo uña y carne, un amor imposible que cristaliza en una película imaginaria que podría haber dirigido Josef Von Sternberg.
Si «El beso de la mujer araña» no cae en el más absoluto de los ridículos no es tanto por la palabra de Manuel Puig, que bascula entre lo sensible y lo melodramático, sino por el músculo de sus actores. William Hurt interpreta a Molina poniendo toda la carne en el asador: acentúa los rasgos amanerados del personaje hasta tal punto que adquiere una dimensión extraterrestre, de hombre-mujer fuera del mundo, colgado de la luna de sus deseos. Raúl Julia ofrece el contrapunto de la lógica masculina, el imperativo de las ideas intentando trepar por la liana de los sueños de su contrincante, mostrando a su vez que toda extraña pareja siempre es menos extraña de lo que parece.
Rodaje peligroso
Dicen las malas lenguas que William Hurt y Raúl Julia no cobraron nada por su trabajo, dado que se trataba de una producción independiente de alto riesgo y no llegaba el dinero para pagar a actores tan prestigiosos. Pero cuenta también la leyenda que, durante el rodaje de «El beso de la mujer araña» en Sao Paulo (Brasil), Hurt estuvo a punto de ser asesinado por unos atracadores que estuvieron bastante cerca de volarle la cabeza. El protagonista de filmes como «Fuego en el cuerpo» decidió mantener el suceso en secreto porque podía poner en peligro la producción del filme. El resultado de su discreción en esta historia acabó por recompensarle: ganó el premio al mejor actor en el Festival de Cannes y se llevó también el Oscar de Hollywood.
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