Restringido

«La última mujer de Roberto Bolaño»

Una semblanza publicada en México, «El hijo de Míster Playa», de Mónica Maristain, recorre los principales hitos literarios y personales del autor de «2666»

El escritor es recordado por las personas que le rodearon por ser un autor de grandes conocimientos
El escritor es recordado por las personas que le rodearon por ser un autor de grandes conocimientoslarazon

Bolaño, el mito de Bolaño, no para de crecer. De ser alimentado para seguir aumentando en documentales, en papeles póstumos, en posibles memorias y biografías, en exposiciones, en obras de teatro y, también, en una semblanza firmada por Mónica Maristain, la periodista argentina radicada en México con quien Bolaño (fallecido a los cincuenta años en Barcelona en 2003) mantuvo una amistosa correspondencia por e-mail durante algún tiempo y que, como señala en el libro, «tuvo la mala suerte de hacer la última entrevista a Roberto Bolaño y el talento suficiente para no ser recordada por ello». Publicado por la editorial mexicana Almadía, «El hijo de Míster Playa» fue hecho a partir de los testimonios de varias personas que estuvieron cerca del autor de «Los detectives salvajes». Maristain, que había entrevistado a Bolaño para la revista «Playboy» de México en julio de 2003 (el mismo mes en que murió el escritor) fue la encargada de entrevistar a esas personas para realizar el documental de Ricardo House «La batalla futura 1 y 2». Así que aprovechó el material reunido y escribió esta semblanza particular e incompleta del escritor chileno.

Entrega total a la literatura

El padre de Bolaño; su editor, Jorge Herralde; los escritores Rodrigo Fresán, Bruno Montané, Carmen Boullosa; el crítico Ignacio Echevarría; varios de sus compañeros de andanzas en México; gente que lo conoció en su vida cotidiana, y muchos otros, son algunos de los tantos amigos y conocidos entrevistados en este libro, en el que Maristain intenta abarcar sin éxito la breve pero intensa vida del creador de «2666» y en el que llama la atención una ausencia notable: el testimonio de Carolina López, la viuda del escritor, que fue su esposa durante veinte años, la primera lectora de todo lo que Bolaño escribía, la madre de sus dos hijos, la persona a la que dedicaba sus libros y, como señala Maristain, la «única administradora del archivo que dejó el autor».

El libro recorre la infancia en Valparaíso; sus años de juventud en México; cuando con el poeta Mario Santiago sacudió la cultura oficial de ese país, presidida por Octavio Paz; su llegada a Barcelona en la década de los setenta; la relación con sus padres; la admiración hacia Nicanor Parra; sus invectivas contra el «establishment» literario chileno y su entrega total a la escritura, esa escritura que lo llevó a ser uno de los autores más importantes (quizá el más importante, de momento) que ha dado la literatura latinoamericana desde el «boom».

En ese sentido, es revelador el testimonio de Jorge Herralde, que fue su editor y quien leía, después de la esposa del escritor, los manuscritos. Lo recuerda como un hombre cultísimo, con el que compartió muchas conversaciones, pues estuvieron ligados no sólo comercialmente, sino también en un plano afectivo. «Tenía un amplio conocimiento de la cultura francesa, leía a sus contemporáneos con pasión, a favor y en contra», explica Herralde, que se muestra orgulloso de haber sido el editor de «Los detectives salvajes» y del «gran triunfo póstumo de «2666», esa monumental novela de más de mil páginas y, según Herralde, «uno de los fenómenos más atípicos y más interesantes que han pasado en la buena literatura en lengua española en los últimos cincuenta años».

El recuerdo paterno

La voz del padre de Bolaño, un hombre con el que el escritor mantuvo un silencio y una distancia de dos décadas, es una de las más potentes de «El hijo de Míster Playa». El título, de hecho, alude al apodo que recibió el padre de Bolaño en su faceta de boxeador, cuando ganaba todas las peleas a orillas del Pacífico. Pero también supo ser camionero en el desierto de Chile, en una época en la que llevaba a su hijo, que por entonces tenía cuatro años, por carreteras desoladas. Hay una anécdota preciosa del padre de Bolaño que para el escritor, con el paso del tiempo, se convirtió en el primer paisaje que le regalaba la memoria cuando pensaba en Latinoamérica.

El libro, sin embargo, no es un camino de rosas. Uno de los temas más delicados tratados por Maristain (que también piensa escribir una semblanza sobre la vida de Bolaño en México) se refiere a las cuestiones amorosas del escritor y a un conflicto latente entre dos mujeres: Carmen Pérez de Vega, a quien en el libro se la llama curiosamente «la última mujer de Roberto Bolaño», y Carolina López, que, dice la periodista, «ha sido últimamente bastante vapuleada por las decisiones que ha tomado en torno a la obra de su marido.» El tema, señala Maristain, «aburre un poco». Según Maristain, la vida no ha hecho más que poner «a estas dos mujeres jóvenes, llenas de vida, fuertes y frágiles a la vez, en un atolladero injusto que sólo el tiempo y nada más que el tiempo logrará resolver». Y agrega: «Ambas coinciden en un gesto: el recelo total ante los periodistas que se acercan a preguntar, por lo que en esta historia sabe más el silencio, que otorga mucho más que las palabras que no se dicen».

Maristain, sin embargo, no dudó en indagar un poco más en el tema y habló con Carmen Pérez de Vega, a la que califica de «fascinante, de una inteligencia y sensibilidad superiores» y a la que Bolaño, afirma la periodista citando un artículo de Gonzalo Maier publicado en la revista chilena «Qué pasa», presentaba «sencillamente como Carmen, mi novia.» ¿Cómo era Roberto, Carmen?, se le pregunta a Carmen en el libro. «Era una persona muy inteligente, leal, que valoraba muchísimo la amistad y el respeto. Era un maestro», responde esta mujer que, según se afirma en el libro, conoció a Bolaño en un viaje en tren desde Pamplona a Barcelona. Años más tarde, se cuenta también en esta semblanza, fue la encargada de llevarlo en coche desde Blanes hasta el Hospital de Vall d'He-bron, donde Bolaño murió poco después como consecuencia de una enfermedad hepática.

En el libro tampoco están, lamentablamente, los testimonios de quienes acompañaron a Bolaño en su intrépida vuelta a Chile en plena dictadura. Pero más allá de esa construcción mítica (y de cuestiones personales que al lector atento de la obra de Bolaño quizá no le interesen demasiado) queda, por suerte, el testimonio de quienes lo conocieron realmente. Personas que podían ser un escritor cualquiera, un pastelero de Blanes, el dueño de un videoclub; personas que, como señala el poeta Rodrigo Quijada, que conoció a Bolaño en el DF, vieron en el autor de «Los detectives salvajes» a alguien que se conoce en un momento determinado de la vida y al que se puede recordar siempre con mucho cariño. Los que conocieron a Bolaño, dice Quijada, «saben que lo que estoy diciendo es cierto». Eso.