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Isabel Pantoja, de la leyenda de Paquirri a la cárcel de Alhaurín

Desde el principio unió en su leyenda el talento artístico y las penurias de la vida
larazon
La Razón

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Fue la última en llegar a la copla andaluza y supo renovar el género sin perder las esencias flamencas. También fue la última folclórica en llegar a las coplas de Rafael de León, que aunque escéptico le ayudó a moldear su figura, afinar sus maneras, corregir la dicción y la puesta en escena, como una reencarnación de Juanita Reina. Su mentor era el maestro Solano, que entusiasmado con la voz de la tonadillera le escribió su último espectáculo «Ahora me ha tocado a mí» (1977) con letras de Rafael de León.
La fe del maestro Solano por esta tonadillera sevillana, hija y nieta de una saga de cantaores y guitarristas, los Pantoja –su padre Juan Pantoja formaba parte de los Gaditanos, que triunfaron con «¡Qué bonita es mi niña!», dedicada a Maribel–, fue recompensado con creces por esta cancionetista de raza, que cultivó el cancionero clásico de la copla flamenca y renovó el repertorio con baladas modernas de José Luis Perales y rancheras de dolor de Juan Gabriel. La «princesita», que cantaba por un milhojas en la pastelería del barrio, debutó a los siete años en el homenaje a Juanito Valderrama en Sevilla. Antes del cambio, sugerido por su casa discográfica, grabó un disco de Sevillanas, en donde cantaba «En tu capota de seda», dedicada al torero Francisco Rivera, con quien mantenía un idilio secreto.
«Torero, torero, torero»
Los tópicos del «Typical Spanish» que cantaba Carmen Sevilla se engarzaban con el devenir vital de la tonadillera cuando se casó con el torero de moda «Paquirri» y lo perdió en el redondel de Pozoblanco por una cornada mortal de «Avispado» en 1984. Siguiendo la tradición flamenca, fundió su vida privada con la musical, al estilo de las letras toreras de las coplas: «Que le pongan lazo negro a la Giralda, a la torre de la Vega y a la Alhambra de Graná / Y también a la bandera rojigualda y un silencio en los clarines de la fiesta Nacional».
Pero las exequias del entierro de Francisco Rivera habrían sido dignas de la copla torera más tremendista de Rafael de León. Sevilla entera se tiró a la calle al paso del féretro y del Mercedes de la tonadillera al grito de «¡Torero, torero, torero!» Cien mil sevillanos sacaron el féretro del coche fúnebre y le dieron la vuelta al ruedo de la plaza de la Maestranza. Isabel bajó del coche, de negro luto, y siguió al ataúd hasta desmayarse y en volandas y entre ayes la devolvieron al coche.
Así entró la Pantoja en su propia leyenda al unir arte y vida en un revoltijo que la llevaría posteriormente a la cárcel de Alhaurín y años después a un televisivo enfrentamiento con su hijo Paquirrín. Pero el mito estaba sólidamente asentado porque después de tantos avatares sensacionalistas volvió a los escenarios con el apoyo de sus admiradores.
Ahora la copla era ella, Isabel Pantoja, que hizo de su vida un romance repleto de desatinos que encandiló al pueblo llano y nutrió de noticias sensacionalista las revistas del corazón. Años después de la muerte del torero, Isabel Pantoja volvió a la copla con dos películas folclóricas del estilo de sus ídolos de antaño: Juanita Reina y Conchita Piquer: «Yo soy ésa» (1990), donde cantaba el repertorio de Quintero, León y Quiroga, que devolvía al público posmoderno la pasión por la copla, y «El día que nací yo» (1991), donde seguía interpretando el cancionero clásico, desde el éxito de Imperio Argentina «El día que nací yo» a «Me embrujaste» de Conchita Piquer y «Lola La Picorera» de Juanita Reina.
Isabel Pantoja resucitó momentáneamente la copla para abandonarla a continuación. Con las baladas aflamencadas de Paco Cepero remozaba su repertorio y se alejaba del estilo de bata de cola de las folclóricas: pelo suelto, vestimenta moderna y baladas sentimentales aflamencadas. Siguiendo al giro posmoderno de Rocío Jurado.
Mezclar en la coctelera de la vida sus pasiones privadas con la musicales era lo propio de la divas de la copla. Y los amores entre una tonadillera y un torero, carne de copla. Fue José Luis Perales el encargado de componer su famoso «Marinero de luces», copla lenitiva de los achares de la Pantoja: «Marinero de luces de sol y de sombra / De mar y de olivo / Se quedó tu silencio de rojo y arena. / Clavado en el mío».
Durante una de las fiestas del Orgullo gay organizanadas en Madrid aseguró a la multitud: «Soy una más entre ustedes. Vuestro orgullo es mi orgullo porque sin vosotros no sería grande». Sin duda fue la última de las grandes divas folki venerada por travestis y gays.