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Cultura

Los otros escritores amenazados por el fundamentalismo

Hay cientos de autores que son incómodos para los radicales islámicos, a los que no les gusta la libertad de expresión

Algunos periódicos de Irán han jaleado el ataque al novelista
Algunos periódicos de Irán han jaleado el ataque al novelistaVahid SalemiAgencia AP

¿Quién se acuerda ya del atentado contra el semanario «Charlie Hebdo»? Solo han pasado siete años, y hace dos volvieron a amenazar a la revista satírica francesa. Dos integristas se metieron en la redacción de la publicación y se pusieron a disparar al grito de «Alá es el más grande». Hubo doce muertos. El «delito» fue una puñetera viñeta.

Luego hubo una manifestación de dos millones de personas por las calles de París, con la participación de 40 líderes mundiales. La conmoción fue tal que pareció que era la primera vez que los islamistas atentaban contra periodistas y escritores. La gente tuvo esa impresión porque ya se habían olvidado de Salman Rushdie. Irán puso precio a su cabeza por su novela «Los versos satánicos», publicada en 1988. La recompensa por matar al escritor era de 3 millones de dólares, que en 2016 subió a seis. Fue un escándalo. La buena gente se echó las manos a la cabeza, aunque ya hubo entonces quien dijo que no había sido buena idea hablar de Mahoma si ofendía a los musulmanes. El escritor tuvo que esconderse en el Reino Unido y luego en Estados Unidos. Fue un escándalo, pero pasado el tiempo la gente se olvidó.

Sin embargo, en la década de 1990 el integrismo islamista se dedicó a atentar contra periodistas y autores de todo el mundo. Otros tuvieron que esconderse al ser amenazados. Es el caso, por ejemplo, del periodista Yahia Benzaghou, asesinado en 1994 ante su domicilio, en un barrio popular de Argel. Taslima Nasrin, un escritora feminista bengalí, propuso revisar el Corán para mejorar la situación de la mujer. Los fundamentalistas pusieron precio a su cabeza y hubo una manifestación en su país pidiendo su muerte. Huyó a Estocolmo para salvar la vida. Abdelkader Alloula era un dramaturgo satírico. El Frente Islámico para la Yihad Armada lo asesinó el 10 de marzo de 1994 en la calle. El escritor egipcio Farag Füdaa, laicista y contrario al fundamentalismo, fue ametrallado el 8 de junio de 1992 en El Cairo delante de su hijo de 15 años. Naguib Mahfuz, premio Nobel de Literatura en 1988, fue apuñalado en el cuello por «hereje». No hay que irse tan lejos. El año pasado, en 2021, fueron asesinados en Afganistán dos miembros de Pen Club, organización dedicada, entre otras cosas, a denunciar la represión de la libertad de expresión.

El atentado contra la vida de Salman Rushdie nos enseña mucho sobre la pérdida de libertad que sufrimos, el olvido mal entendido, y el desdén cuando el hecho se produce lejos. A pesar de tantas muertes no hemos aprendido que el gran valor de Occidente es la libertad de expresión. Hemos aceptado con normalidad la censura, la cultura de la cancelación, lo woke, y la dictadura de la «corrección política». Aceptamos que no debemos expresar nuestro pensamiento abierta y libremente porque habrá alguien que se ofenda y tendrá derecho a callarnos. Hemos asumido la autocensura como el mejor modo de supervivencia social y de evitar la exclusión, igual que si viviéramos en la tiranía con la que sueñan los totalitarios.

El fundamentalismo islamista es uno de los totalitarismos con los que convivimos, que amenaza nuestros valores liberales y democráticos. No es algo del Lejano Oriente. Hablamos de una ideología global y transversal, presente en todos los países y clases sociales, que afecta al pensamiento y comportamiento del creyente y del que no lo es. Cuando a Abu Bakar Bashir, líder de la Yemaa Islamiya, le preguntaron si tenía algo que decir a las familias de las 187 víctimas del atentado en Bali cometido en 2002, contestó: «Lo único que les puedo recomendar es que se conviertan al islam lo antes posible». Pero no se confunda usted, porque el integrismo islamista sobre todo mata musulmanes. Estos tipos no son terroristas por motivos económicos ni educativos, ni por el cambio climático. Tampoco son «locos». Hablamos de asesinatos políticos organizados para imponer un modelo de vida que supone la eliminación de cualquier desviación o crítica. No olvidemos esta vez que nuestra sociedad se funda en la libertad, y que la expresión es la manifestación del pensamiento que nos hace personas.