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Manuel Vilas: “El lector puede distinguir los poemas que escribí cuando bebía”

El escritor reúne su poesía en “Una sola vida”, que incluye inéditos y supone una suerte de autorretrato literario, moral y vivencial

El escritor Manuel Vilas
El escritor Manuel VilasJesús G. FeriaLa Razon

La poesía de Manuel Vilas proviene de la termodinámica de la vida, del hedonismo del placer y el disfrute de la existencia. Los suyos son versos alicatados con el mismo ejercicio de la existencia, lo que ocurre en el contorno de lo diario: el trabajo, las hamburgueserías, la música, los diferentes lutos, las fobias y los admirados, como Bernini o Borromini, porque estas son también unas páginas cargadas de artistas. En «Una sola vida» (Lumen) reúne la poesía escrita y aporta muchos poemas nuevos, que van entremezclados con los viejos, y ofrecen al lector un retrato nuevo.

¿Es más Caravaggio o más Goya?

Goya me toca por ser español y aragonés. Soy más Goya, sí, pero Caravaggio me gusta mucho, porque en su pintura hay algo malvado, una malignidad misteriosa, que me hipnotiza. También en su personalidad, su inadaptación, que es filosófica, con el mundo, en litigio con el tiempo, la sociedad.

¿Es un inadaptado?

Alguna vez he sido un inadaptado. Cuando hice la mili, el capitán de mi compañía, me comentó: «Tú, Vilas, has estado doce meses y no te has adaptado ninguno de esos días». Pensé: «Este hombre me ha calado». Mi inadaptación es fruto de querer que la vida sea mejor. Mi poesía es un canto a la vida, a la libertad. Es una poesía muy del sentido del placer, el gozo y de todo de lo que es su enemigo.

¿Individualista?

Soy un individualista, un desobediente. No me gusta obedecer, que me digan lo que tengo que hacer. Estoy harto de obedecer, sobre todo si son órdenes y si la obediencia va contra la inteligencia natural. Eso es humillante. Toda mi poesía puede ser tildada de desobediencia. En la obediencia hay una renuncia a tu personalidad. Obedecer es perder tu identidad. Es unificarse con la masa. Por eso la iconografía de la obediencia es un desfile, donde no existe el individuo.

Vive en sociedades obedientes.

Y España es el país más obediente del mundo. Es un país muy avanzado, pero extrañamente obediente. ¿Por qué obedecemos? En países similares al nuestro de la UE, no es igual. Pero en la pandemia, los españoles hemos acatado cosas que no eran de sentido común. ¿Por eso se obedeció tanto a Franco?

Lo dice con humor.

Hay un punto de comedia en esto. Siempre he reivindicado que en mi manera de entender el mundo está la ironía, el humor, que es una mano tendida a la gente, no solo la parte trágica. Hay que relajarse y ver la parte divertida. En mis poemas también reivindico el sentido del humor.

Estas poesías son también una colección de principios.

Hay una moral. Mi poesía quiere narrar los triunfos de la vida: la pasión y el placer de vivir son los amigos de la vida. ¿Sus enemigos? Los totalitarismos políticos, la muerte, la adversidad, la fealdad. Muchos poemas están dedicados a la fealdad urbanística de España. Todas nuestras periferias son feas. Es casi un ataque político contra el ciudadano. He hablado con arquitectos y me responden que es lo que nos pide el mercado. Les respondo diciendo que ahí va a vivir gente, que pongan un adorno. Es curioso. Solo son feas las periferias. No las del Madrid del centro. Esas casas son bonitas...

Habla de la clase trabajadora.

Sí, hay una conciencia de clase en mi poesía. De una clase media baja que es muy anarquista y libertaria, muy disolvente, pero que no reivindica los valores de izquierda, que busca una combustión general, que no espera que la izquierda la redima... eso sería de una inocencia (risas).

¿Es su poesía rebelde?

Mi poesía es una lucha feroz contra la hipocresía, la que sea, venga desde la ideología que sea de todas las que están ahora sobre el tapete. Es una búsqueda de la verdad desesperada. Es intentar comprender qué está pasando. Una de las verdades es el dinero, cuánto vale cada cosa.

El dinero es un tema.

La conclusión de la historia es el precio de las cosas. En las conversaciones todo es cuánto ganas, cuánto te ha costado, cuánto vale. El mundo pregunta lo que vale cada cosa. Cuando un hijo consigue un trabajo, el padre le pregunta: «¿Cuánto te van a pagar?» Esto genera hipocresía, especialmente en la izquierda, porque lo quiere ocultar, le quiere dar un barniz... trabajo justo, dignidad, yo me apunto a eso, pero la pregunta final del capitalismo es esa. El capitalismo es comunista, cristiano, leninista. No le importa mientras la pregunta siga siendo: cuánto vale esto.

¿Y qué nos salva?

La modernidad. Cuando veo fotos de personas de los 60 y 70, los humillados por el tiempo. Si nos hacen una foto y la ven dentro de 50 años, esas personas pensarán: «Mira estos pobres». La modernidad es lo que te salva de esa humillación. «El perro andaluz» no es una película antigua. La modernidad es lo más relevante del arte. Cuando un artista ha dado con la clave de la modernidad, lo ha conseguido. Cuando Buñuel raja el ojo, está luchando contra la superstición de la mirada, los valores socialmente admitidos. Y el arte debe luchar contra estas supersticiones, el éxito, el dinero, la religión, la monarquía inglesa (risas). Detrás de la monarquía inglesa es un poder económico, los ingleses se han hecho dueños del mundo con esta monarquía. La monarquía inglesa es un buen negocio.

¿Se arrepiente de algún ideal?

De algunas formas de iconoclastia juvenil, la típica, ese nihilismo de los 25 y 30 años, cuando eres joven... Ese pasar de todo, no me gusta; esa rebeldía sin contenido no me gusta, aunque sea normal tenerla. Me refiero a cierta inmadurez, el hacerte el interesante que he visto tanto.

En estas páginas aparece el alcohol, la cocaína, los McDonald’s, la Coca-Cola...

Todo eso es peligrosísimo (Risas). La cocaína, por supuesto. La Coca-Cola, menos, y los McDonald’s, también, por la grasa. Pero la cocaína y el alcohol son peligrosísimos. Dejé de beber el 9 de junio de 2014. Cualquier lector es capaz de diferenciar los poemas de cuando bebía y cuando ya no bebía. El alcohol ha sido un acompañante de la literatura durante el siglo XX. Más del 50 por ciento de los escritores eran alcohólicos. Deja una impronta, porque produce una exaltación de la vida. Hay un camino muy estrecho del alcohol a la literatura, pero es un falso compañero. Eso del poeta maldito es una chorrada. Un tópico que ha servido para crear una mitología. No se escribe mejor por beber o drogarse, aunque ha habido poetas que se han drogado mucho.

¿Ayuda la literatura?

La cultura es un auxilio para los más desdichados socialmente. Si una persona gana 800 euros, si lee libros, al menos, salvamos su alma. Su sentido de la vida puede estar protegido. Si puede acceder a buenas pelis y libros, su desesperación será menor. La cultura, creo, tiene un sentido terapéutico.

A estas alturas, ¿le cansan las palabras?

Sí, cuando no dicen nada, cuando no contienen ninguna verdad, cuando no te rompen el corazón o te enseñan algo. En ese momento, me producen hastío; cuando no llevan a la revolución. Las palabras antes estaban cargadas. «La poesía es un arma cargada de futuro», decía Celaya. Creía en las palabras. Ahora no dicen mucho, o no tanto como quisiéramos. Pero bueno... Sigue habiendo literatura. La gente la necesita. Un libro es un amigo. No te miente. No te va a mentir. Es absurdo mentir en un libro.