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Libros

Liudmila Ulítskaya: “En Rusia han vuelto otra vez la denuncia de personas”

La novelista recibe el Premio Formentor de Las Letras y denuncia que su país está ”siendo gobernado por un fiel pupilo de la policía secreta” y que con el tiempo “se acabarán arrojando piedras contra la tumba de Putin”

La escritora Liudmila Ulítskaya, Premio Formentor de las Letras
La escritora Liudmila Ulítskaya, Premio Formentor de las LetrasCati CladeraCati Cladera

Liudmila Ulítskaya abandonó Moscú cuando Putin decidió invadir Ucrania, sumándose a esa corriente de expatriados, inmigrantes y exiliados que jalona el pasado de su país. La escritora vive entre la contradicción que suponen las ensoñaciones de la literatura y los hechos que arroja la realidad. Quizá por eso mismo, al recibir el Premio Formentor de las Letras 2022, haya querido dedicar su discurso a los libros. La novelista, autora de «Los alegres funerales de Alik» (Lumen), considera que el «estalinismo ha regresado a Rusia», una idea que ella misma explica: «Tengo amigos que ahora mismo están en Moscú y que no se han ido. Me preocupa mucho su futuro y también su presente. Y me preocupa mucho más cuando veo las imágenes que nos llegan, leo las noticias o veo que anteayer fueron detenidas más de mil personas en las manifestaciones contra la guerra o contra la movilización. Esto se parece bastante a lo que vivimos años anteriores en mi país. Y, por supuesto, me dan bastante miedo las denuncias. Las llamadas secretas para denunciar a personas, que es algo que está sucediendo ahora mismo. Sí, lamentablemente esto ha vuelto a Rusia. No sé cómo no ha llegado a Occidente este hecho, pero las denuncias son algo que el Estado está incentivando. Incluso está pagando para que la gente denuncie a los vecinos».

Liudmila Ulítskaya, que hace bandera del sentido del humor -«Nuestra vida se convierte en una prueba de resistencia si le quitamos el humor; es lo que nos ayuda a sobrevivir en los momentos más difíciles y trágicos»-, reflexiona sobre lo que está sucediendo en Rusia y aclara: «El poder de Putin, desde su entrada en la política y su posterior desarrollo, no hay que relacionarlo con el imperio zarista o el soviético, sino con la policía secreta, una de las mayores fuerzas presentes desde siempre en Rusia y que ahora campa a sus anchas. Hay que entender que en la Rusia soviética siempre ha habido dos fuerzas, el partido ideológico y la Inteligencia o servicios secretos. Entre ellas siempre ha habido una rivalidad y su relación está llena de intrigas y conflictos».

En este pulso, asegura, no hay duda de que existe un claro vencedor: «Hoy somos testigos de la victoria de la policía secreta. No quiero marcar quiénes son mejores o perores. Solo el hecho. Y el hecho es que ahora lo que estamos viendo es que mi país está siendo gobernado por un fiel alumno, un verdadero engendro, de la policía secreta. Preferiría que Rusia fuera gobernada por una persona de cualquier otra profesión. Aunque fuera agrónomo».

La novelista reconoce que «no me gusta lo que ocurre en Rusia desde que nací. Solo me gustaron unos pocos días con Gorbachov. A nosotros no nos gusta la política. La observamos con gran tristeza». Por eso no se hace demasiadas ilusiones respecto a lo que viene. Considera que a corto plazo es imposible «una revolución en Rusia. No me la imagino, pero sí que tenga lugar un proceso más positivo en unos años. Creo que será evolutivo, que se desarrollará mientras se producen cambios sociales. Se darán por la línea de la legislación, como ocurre en las repúblicas bálticas». Pero, como reconoce, para ella el futuro es un enigma sin resolver. «Estas son preguntas que todos nos estamos haciendo y que nos torturan sin parar. ¿Cuál será la relación de Rusia con Europa? ¿Nos habremos separado para siempre? No sé qué contestar a esto. De lo que único que estamos seguros es que nadie es eterno, que nadie vive para siempre y que antes o después el que gobierna el país morirá, caerá y los que vengan después a sustituirlo, no tengo dudas, acabarán arrojando piedras a su tumba, a Putin, por todo lo que ha hecho. El futuro de Rusia me inquieta, como el de la gente que vive ahí y los niños que están naciendo en este momento. Los próximos treinta años son un campo impredecible».

Sin final feliz

La cuestión resulta inevitable, casi imposible de eludir. Si la actual situación política fuera una novela, ¿cómo terminaría? Liudmila Ulítskaya sonríe antes de responder. «No veo un final feliz, lamentablemente. En serio». Después intercala una pausa, reflexiona y retoma la contestación. «Lo único bueno que veo en esto es que al final de este conflicto, o, incluso, mientras dure este conflicto, el pueblo ucraniano, por fin, podrá crear una nación en toda su plenitud, porque hasta ahora esta hermandad ruso-ucraniana ha perjudicado este proceso. Ha recortado las posibilidades para que se fundara. El imperio ruso era, y sigue siendo, muy fuerte; el imperio de antes de la revolución, el zarista, y el imperio soviético siempre han sido potencias opresoras para las llamadas repúblicas soviéticas, las que están bajo su influencia. No estoy hablando de economía, sino de una mentalidad imperial que influye en la gente que vive dentro de sus fronteras».

Para la escritora «estamos viviendo el proceso de formación y de consolidación de países independientes, que crearan dentro de poco su propia cultura en libertad y libres de esta prisión». Por eso, recapacita, que «no todo es cien por cien negativo en esta situación». Por eso Ulítskaya apunta un argumento de tono cultural que se aleja de tanto pesimismo: «Es imposible imaginar que puedan traducirse todas las obras de la literatura mundial al idioma de una diminuta república, de un pueblo que sea muy pequeño. En este sentido, gracias al idioma ruso, la gente ha conocido la literatura universal. Aunque es verdad que el conflicto entre la influencia rusa y las culturas autóctonas siempre ha estado presente. Es un fenómeno complejo».

Esta tesitura ha puesto en primer plano el rol que juegan los intelectuales. Ella ha tomado parte; ha dejado la ciudad donde residía y se ha marchado a vivir a Alemania. Para ella el papel de la literatura, con las enormes transformaciones que están ocurriendo, ha variado. «Estamos viviendo en un momento muy importante de cambios en la civilización en sí. Se están produciendo en todos los sentidos y en todos los niveles de los distintos modos de comunicación, tanto interpersonales como en la relación entre los Estados. Es una nueva cualidad de este tiempo y de la época en la que nos desenvolvemos. Enseguida se transmite todo y llega a un sinfín de personas. Esta velocidad cambia la vida misma. Cuando era una niña, estuve una vez en una aldea perdida. Allí conocí a un hombre, a un anciano que, a lo largo de toda su existencia, no se alejó de su casa más allá de la distancia que podía recorrer a pie en un día. Su mundo tenía sus propias fronteras: ese radio. Hace cincuenta años, había personas así. Ya no las hay. El papel del escritor y del libro en estos momentos no se puede definir. Cambiará, está claro, pero a dónde va a llegar es algo que no sabemos. La mitad de los textos, los leo ya en ordenador. No me cuesta demasiado imaginar la situación de las casas privadas en el futuro. Hoy existen grandes bibliotecas, pero algún día en los estantes habrá solo tres o cuatro libros».