Pere Gimferrer: «No se puede imprimir todo lo que llega a una editorial»
Es uno de los nombres más importantes en el mundo de la edición, como lo ha demostrado durante décadas en Seix Barral; ahora, un premio, que le será entregado la semana que viene, reconoce su labor en este terreno del también gran poeta
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La próxima semana abre sus puertas en Barcelona Liber, el certamen dedicado al libro. Entre sus numerosas actividades destaca la concesión del Homenaje Liber 2022 por su trayectoria y labor como editor a Pere Gimferrer. A él, desde su puesto como director literario de Seix Barral, se le debe la publicación de autores como Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina, Isaac Rosa o el primer Roberto Bolaño, además de promover tras la muerte de Franco la edición en nuestro país de las obras de autores como Octavio Paz o Rafael Alberti. El editor, poeta, ensayista y académico habló con este diario sobre este galardón y su trabajo como editor.
¿Qué significa para usted este reconocimiento de su labor como editor?
Es un ofrecimiento por una actividad a la que he dedicado mucho tiempo de mi vida. Tenía sobre todo dos vocaciones: la lectura y el cine. Pronto comprendí que para el cine no tenía las condiciones, quizá sí las visuales, pero no las psicológicas, físicas y de otro tipo que se requiere para ser director, ni para ser guionista. Sí que tenía las condiciones para ser historiador del cine, algo que en cierto modo he hecho en mi libro «Cine y literatura», pero eso era algo diferente a hacer cine. Era ser un espectador ilustrado o historiógrafo. En relación a la literatura, tenía dos posibilidades. La más evidente era el camino de la enseñanza que siguieron muchas personas que admiro y he admirado. Esto que a mí me interesa mucho, no es probablemente lo que prefería ser porque era perpetuar un saber a otros que, a su vez, perpetuarían dicho saber. La edición es incidir en lectores más diversos. Tenía a la vista numerosos ejemplos de poetas que habían trabajado para la industria editorial, muchos de ellos los había conocido personalmente. A Eliot, no, pero dirigía literariamente Faber & Faber. Sobre ese aspecto suyo solo recuerdo una entrevista que le hizo Muñoz Rojas durante un viaje a Londres para la revista «Cántico», aunque no trataba concretamente de su labor editora. Luego tenía a Cesare Pavese, Gabriel Ferrater –que tuvo una dedicación intermitente pero perseverante al mundo editorial, aunque fue director editorial durante un breve tiempo– y Marià Manent, que había sido un gran traductor pero también fue un editor muy considerable. Son los tres que sentía más próximos a mí. Ese fue el camino por el que me decidí y en él he seguido.
Usted es director literario.
Sí, aunque es una palabra que ha caído hoy un poco en desuso. Ha tenido significados muy variados según las épocas de la edición. Casi nunca el director literario es o era el que respondía de la cuenta de resultados. Para eso estaba el director general. Es difícil entrar más en detalles porque todo esto ha evolucionado, aunque no ha variado.
¿Qué es lo que debe tener un buen director literario?
Hay dos cosas o tres, no que tenga, sino que conviene que tenga. Entre sus funciones, quizá la principal, está descubrir autores nuevos, que no hubieran publicado o apenas. Ese es el papel más importante desde su gusto literario y desde la misión básica de un editor a partir de su propio entorno. Hay otros papeles, como es el de la búsqueda en literaturas extranjeras coetáneas o en literaturas del mismo idioma, aunque en otros territorios, algo que puede extenderse a la literatura de creación, así como al ensayo. Las editoriales no siempre han estado especializadas en un único género. La primera misión es percibir autores que no han publicado; descubrir autores nuevos es la misión más genuina. Pero también resulta igualmente importante incluir autores clásicos vivientes o importantes, no muy conocidos fuera de su ámbito inicial.
En los años setenta, usted incluye en el catálogo de Seix Barral autores que hasta ese momento no eran accesibles al lector en España por el franquismo. Pienso en dos casos muy concretos, como son Rafael Alberti y Octavio Paz.
Dos ejemplos que, además, están muy ligados a mí. Alberti ya tenía hablada una obra que se publicó en mayo de 1975, aunque no lo contraté. Por otra parte, un director literario no es el que contrata, sino el que hace posible la contratación. Rafael Alberti y Octavio Paz son casos distintos. Alberti era un autor que había publicado en los últimos años fundamentalmente, aunque no solo, fuera de España, sobre todo, en México y Argentina. En el caso de Paz había publicado en varios países, pero era más conocido en el extranjero que en España. Los dos eran amigos míos, aunque cada uno a su manera. En los setenta y los ochenta, en un caso y otro, se publicaron más libros, algunos ya aparecidos fuera de España y otros inéditos.
Me gustaría preguntarle por los autores que ha descubierto, como Eduardo Mendoza.
En su caso era compañero de Facultad de Derecho, aunque él iba dos cursos por delante. Lo había tratado bastante en la facultad, en el bar naturalmente, no en las aulas porque cada uno iba a su curso. En la barra de la facultad había gente que no siempre eran alumnos, como Félix de Azúa o algún catedrático, como Ángel Latorre. Unos cuantos años más tarde, en 1973, me habló y lo confundí con un primo hermano suyo, casi homónimo, que había sido compañero mío de colegio, José Eduardo de Mendoza. Me trajo una novela que, según supe más tarde, había sido rechazada por algunas editoriales. En su descargo debo decir que cada vez que tuvo un rechazo hizo un trabajo sobre ese libro. Lo leí en muy pocos días, me gustó mucho y lo contrató Joan Ferraté. Era un homenaje, un pastiche y parodia de Baroja, además de ser un libro muy divertido, algo que le dije. Eduardo Mendoza lo agradeció. Ocurrió en muy pocos días, en vísperas de su viaje a Nueva York. Hablamos de «Los soldados de Cataluña», título prohibido por la censura, por lo que pasó a llamarse «La verdad sobre el caso Savolta». No hubo más retoques de censura salvo el del título que partía de una canción muy conocida.
También descubrió a Antonio Muñoz Molina.
Es algo que él mismo explica en «Como la sombra que se va», el libro sobre el asesino de Martin Luther King. Era funcionario en el Ayuntamiento de Granada, en la Consejería de Cultura. Fui jurado de un premio, el Ciudad de Granada, y lo conocí entonces, pero no hablamos de nada que estuviera escribiendo. Había publicado un solo libro, «Diario del Nautilus», de artículos, que me provocó muy buena impresión. Al regresar a Barcelona, un amigo común granadino me dijo que Antonio tenía una novela y si podía recibirla. La novela era «Beatus Ille», título que se quedó aunque le sugerimos cambiarlo. Él cuenta que solo le indiqué que sería interesante que le quitara cuarenta páginas a la novela. Lo hizo con su criterio. El libro fue apreciado, pero no un bombazo. Sí, en cambio, tuvo una gran repercusión «El invierno en Lisboa», la siguiente novela, que tenía una prosa rítmica y un ambiente jazzístico que era más fácilmente captable por cualquiera que «Beatus Ille». A partir de aquí vinieron «Beltenebros» y «El jinete polaco».
¿Y Roberto Bolaño?
Mandan muchas veces a las editoriales libros no deseados. No se puede imprimir cada cosa que llega. Llegó un libro que se llamaba «La literatura nazi en América» y me interesó el título. También a Mario Lacruz, editor de Seix Barral, que pensó que era algo serio. Vi que se trataba de una novela paródica y eso cambió su punto de vista. Ana María Moix le hizo un informe muy bueno. Con la siguiente novela, «Estrella distante», nos equivocamos ,porque pensamos que era muy local por su tema chileno.