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Sergio del Molino: «El Estado de las autonomías está agotado, crea más problemas de los que resuelve»

El escritor publica “Un tal González”, un lúcido acercamiento biográfico a la figura de Felipe González y su época, y una oportuna reflexión sobre la consolidación de nuestra democracia en un momento en que tantos la cuestionan

El escritor Sergio del Molino.
El escritor Sergio del Molino.Jesús G. FeriaLa Razon

Sergio del Molino se ha anticipado al veredicto de la historia, que siempre se escribe a posteriori, cuando el personaje ya es pasado y no presente, y en un claro ejercicio de valentía ha abordado la figura de Felipe González, FP, como lo llamaba Francisco Umbral, cronista de Villa y Corte por aquel periodo. Un libro necesario y oportuno que llega con una mirada limpia sobre una de las figuras más relevantes de nuestra democracia y que aporta lúcidas reflexiones sobre una de las épocas esenciales del siglo XX.

De claros contornos biográficos y con una narrativa de impulso novelístico, estas páginas analizan uno de los nombres que más admiraciones, polémicas y conjuras ha concitado. El autor publica «Un tal González» (Alfaguara) en un momento delicado, cuando se cuestionan los asentamientos de nuestra democracia y se siembra la duda sobre los hombres que la consolidaron y la impulsaron. Él, con equidistancia, saca a relucir los éxitos y errores de Felipe González para fijar bien la fotografía del retratado, con sus luces y también con sus sombras justas, y sacar la instantánea precisa del momento en que gobernó.

¿Por qué Felipe González?

Es la figura política más relevante que ha habido desde Franco y la que define el siglo XX. Es fundamental en nuestra historia y lidera la transformación más impresionante del país. Su dimensión histórica es incomparable a la de ningún otro presidente. Es difícil percibir su relevancia porque no va ligada a una crisis económica o a una guerra, sino a un momento anodino: la consolidación de la democracia. Aquí no hay discursos de Churchill, pero no se entiende España si no entendemos a Felipe González.

Nos integra en la OTAN, en la UE, ¿Hubiéramos recorrido el mismo camino sin él?

No creo en los procesos inevitables de la historia. Siempre hay bifurcaciones. Nuestro pasado habría sido distinto con otro gobernante sin la fortaleza de él. Con Calvo Sotelo hubiera sido diferente. Había en la sociedad gente que no quería ese camino. Desde el presente parece inevitable ese rumbo, pero cuando te acercas y lees la letra de pequeña, te das cuenta de que podía haber salido mal. En nuestro caso es determinante que, en el 82, en La Moncloa, estuviera sentado un presidente de su firmeza y con un carácter tan marcado.

¿Ha entendido de dónde proviene su carisma?

Sospechaba que era su forma de hablar, su retórica y la manera envolverte con el discurso. A veces no dice nada y te está encantando. Es una de las pocas personas que tiene esa virtud, esa capacidad de centrar la atención de las demás, de forzar que todo el mundo quiera su aprobación. Creo que tiene que ver con su actitud, pero su carisma es un misterio.

¿Ha caído en su embrujo?

(Risas). Pocos escapan de él. Incluso sus adversarios más fieros caen. Tiene una enorme capacidad envolverte, de venderte lo que sea. Si fuera comercial sería capaz de venderte lo que le diera la gana. Tendría una cuenta de resultados impresionante. Siempre tiene ese encanto, pero cuando lo ves en directo te impresiona el doble.

Se impone a la vieja guardia del PSOE y se convierte en su líder. ¿Cómo lo logró?

En los primeros años, tiene una capacidad de analizar con una gran precisión la sociedad en la que vive. A esos exiliados románticos es capaz de desplazarlos de un plumazo porque tiene esa mirada penetrante sobre la realidad que poca gente posee. Él percibe cómo es la sociedad y también lo que viene. Al contrario de la mayoría, consideraba que, en una democracia, el Partido Comunista sería marginal. Este partido, para él, solo tiene fuerza por la dictadura, pero en una España democrática, concluye, que no tendría pujanza. Acertó y esta clase de visiones hacen de él un líder político muy aventajado, que se merendaba a sus rivales dentro y fuera del partido.

¿Esa visión está en los políticos de hoy?

Creo que esa visión es muy útil en el momento histórico que vivió, cuando, a partir de una dictadura, hay que construir una democracia, pero hoy los políticos no tienen que ser tan perspicaces. Cuando se vive en una democracia bien asentada puedes tener políticos hasta tartamudos y miopes. Estas personalidades son útiles cuando hay que hacer cosas. Emergen porque son necesarias, si no, no tienen cabida. Hace quince años, Felipe González no hubiera tenido cabida. Hoy que estamos a punto de resquebrajar, sí.

¿A punto de resquebrajar?

Estamos en una democracia asentada, pero le han salido grietas en lugares preocupantes. Necesita reparaciones. Quizá no un arquitecto, pero sí una cuadrilla de albañiles. Hay que intervenir y rellenar esas grietas para que no se hagan más profundas.

¿Qué grietas son esas?

Son tres. El desgaste producido por un Estado de las autonomías que no se ha terminado de concretar en un modelo compatible con una democracia liberal y donde surgen grupos de poder que rompen el principio de igualdad y de convivencia, con dos nacionalismos, además, con tendencias a chantajear al Estado. Otra sería el desgaste del populismo de izquierdas, que antes era de Podemos y ahora no sabemos quién lo ocupa, pero que es corrosiva para la democracia liberal, y, la tercera y la más grave, un partido como Vox, que se asienta con su fuerza de dinamiteros. Todas juntas hacen que peligre el proyecto democrático en España. Ahora mismo no son amenazas urgentes, pero sí comprometen el futuro democrático en nuestro país.

Ha mencionado las autonomías.

Eran una solución en su momento. Felipe González nunca fue autonomista, aunque acabó incorporando esa estructura porque no tenía más remedio. Pero él ni el PSOE felipista eran autonomistas. Solo era un parche para un momento provisional que, en ninguno caso, fue diseñado para durar cuarenta años. Era una estructura territorial para salvar los muebles en momentos de desequilibrios políticos y disfunciones. Un Estado no puede estar a medio hacer. Debe decidirse. Y cómo se relacionan sus partes territoriales es crucial. Estamos en una negociación continuas con ellas. Y ahora han descubierto que estar en contra del Estado es una manera beneficiosa para ellas. Un Estado no puede vivir en esa tensión constante, necesita un entramado sólido. Solo hay dos caminos: el federalismo, y eso implica, elementos de arbitraje y reglas del juego estrictas para evitar caciquismos y que el Congreso Diputados no sea un lugar donde las regiones chantajean, o te vas a un Estado centralista. Pero el Estado de las autonomías está agotadísimo y crea más problemas de los que resuelve.

Con Felipe González hubo prosperidad y también el GAL, la corrupción, la cultura del pelotazo...

La corrupción y las guerras sucias suceden en todas las democracias y forman parte de sus disfunciones, Surgen en todos los Estados. Son consecuencia de la sociedad, de cómo se entiende el poder y las relaciones entre sus distintos grupos. Felipe González no instigó eso, aunque sí se le puede acusar de verlo crecer a su alrededor. Tendría que haber hecho algo cuando empieza a ser evidente que existen nidos de corrupción. Él lo niega por incredulidad y se queda pasmado. No sabe cómo enfrentarse a ese desmoronamiento. En buena medida, ese funcionamiento se ha enquistado en el Estado y ha manchado las administraciones del PP y PSOE. Si él hubiera reaccionado a tiempo quizá tendríamos otro país más decente en ese sentido, pero no creo que sea consecuencia de su política, sino de su inacción, porque sí ayudó a consolidar un Estado del bienestar.

¿Y el GAL?

Mi interpretación es que él considera que la historia está siendo injusta con su legado, porque considera que la guerra sucia contra ETA no fue tan sucia como la de otros gobernantes en otros países. Margaret Thatcher empleó la guerra sucia contra el IRA, pero no le ha manchado ni por asomo como a él. Los gobiernos del PSOE no jugaron tan sucio contra ETA como se dice y han sido injustamente tratados cuando en realidad otros Estados han sido más brutales y no les ha pasado esta factura. Por eso, Felipe González y otra gente cercana a él creen que han sido injustamente tratados. En su discurso de dimisión en 1997, lo dice. Alude a esa injusticia y asegura que con el tiempo se verá cómo lucharon contra el terrorismo.

Habla de la relación de Felipe González con algunos dictadores. ¿Qué aprendió de ellos?

Con algunos comparte cierta afinidad. Felipe González ha tenido con América Latina una relación como no ha tenido ningún otro presidente. De Omar Torrijos aprende que sin poder no sirve de nada la acción política. Lo que ven ellos es el ejercicio del poder y entiende qué significa, y que, si el activismo político no va acompañado de poder para intervenir, no sirve de nada. Es a través del poder cuando se obtienen los logros. De Olof Palme asume el tipo de sociedad que desea, pero el ejercicio del poder lo aprende de Omar Torrijos.