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Vuelve «Lo que el viento se llevó»: ni racista ni machista

La obra de Margaret Mitchell se vuelve a traducir -la última vez había sido en los años 40- en una edición ilustrada por Fernando Vicente que derriba los prejuicios que hay a su alrededor
Un clásico, Clark Gable y Vivian Leigh en «Lo que el viento se llevó».
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Cuando el todopoderoso Louis B. Mayer, de la Metro Goldwin Mayer, le preguntó a Irving Thalberg, jefe de producción de su estudio, más conocido por aquel entonces en el mundillo como «The Wonder Boy», por las posibilidades cinematográficas de una novela titulada «Lo que el viento se llevó», este respondió, en un preclaro ejemplo de lo que supone tener una visión de conjunto del negocio, que a ningún norteamericano le interesaría una historia basada en la Guerra de Secesión. Después de varios ninguneos y menosprecios continuados, acabaría produciéndola David O. Selznick, quien también elegiría a la protagonista del filme, Vivien Leigh, en una jornada que solo cabe definir de épica. Mientras, según los testigos, con una ilusión que rayaba en lo pueril, prendía fuego con unos manditos a los decorados de Atlanta, ante una sorprendida legión de bomberos, que, con toda la razón del mundo, debieron pensar que en Hollywood se habían vuelto locos, decidió, sin apartar los ojos del incendio, que esa mujer que le había traído su hermano era la más apropiada para ser Scarlett O`Hara.
La película, a pesar de las profecías del bueno de Thalberg, acabó siendo la más oscarizada de todos los tiempos, recibió diez estatuillas de las trece nominaciones, todavía sigue siendo una de las cintas más taquilleras y, gracias a la corrección política y a la reciente política de cancelación se ha convertido en un filme polémico y controvertido. Se ha intentado que los cines norteamericanos, que conservan la tradición de proyectarla todos los años, suspendan esta iniciativa alegando motivos racistas y se ha llegado a presionar a las plataformas «online» para que la retiren de su catálogo o que hagan algo casi más infantil: ¡Que hagan una introducción para advertir a los espectadores sobre lo que están a punto de ver!
Lo cierto es que la ira, el enfado, la rabia o llámese como se prefiera, de estos canceladores siempre se han dirigido a la película y nunca han pedido, al menos por ahora, que el libro se retire de las librerías y bibliotecas. Lo que todavía subraya más el absurdo. En medio de esta marejadilla, la editorial Reino de Cordelia ha hecho un sano y necesario ejercicio cultural y ha traducido de nuevo al castellano «Lo que el viento se llevó». La traducción que impera todavía en estos días se remonta a la que hicieron Juan G. de Luaces y Julio Gómez de la Serna en 1947, o en una fecha inmediata previa, y adolece de los defectos comunes de ese instante. Además, se ha procedido a su ilustración a través de los dibujos de Fernando Vicente.
El resultado es un volumen impresionante de 816 páginas y un texto, por fin, actualizado a nuestros días. Algo que estaba por hacer. Pero también ofrece al lector la oportunidad de conocer el verdadero calado de la obra y lo que pretendía transmitir Margaret Mitchell, su autora, una joven periodista que cambió de registro, tomó como referencia de Rhett Butler a su exmarido y que falleció antes de conocer el éxito en que terminaría convirtiéndose su novela. «El libro es más objetivo, mucho más crítico y no toma partido por nadie. Todo el sur es del Klan y Rhett Butler los aborrece. Hasta la autora remarca que es una barbaridad pertenecer al Klan. La novela no es para nada racista. La escribe una mujer, que, además, siempre defiende la postura de una mujer. Lo que sucede es que existen matices que se pierden lógicamente en el cine porque se tienen que reducir alrededor de 1.000 páginas en unos 80 o 90 folios de guion. La prueba de que la historia no es en ningún caso racista es que le dieron el Premio Putlitzer en el año 1937. No hay que denostarla en absoluto. Es crítica contra el Norte y contra el Sur; contra el Norte porque, una vez que ha vencido, abusa del que ha perdido, pero que también es terriblemente dura con el espíritu y la mentalidad sureños», comenta Jesús Egido, editor del Reino de Cordelia.

Una obra por descubrir

Él mismo recalca un asunto que, en medio de las controversias, se suele orillar, pero que es de enorme importancia: «La novela está por descubrir por mucha gente. Se afirma, por ejemplo, que es una obra machista, pero eso no es para nada verdad. Incluso es feminista. Se tiene que saber que Margaret Mitchell fue defensora del sufragio universal, que se esforzó para que votaran las mujeres en todos los Estados Unidos. Incluso existe un momento que deja el lenguaje de la narración para explicar cuáles eran las condiciones en las que vivían las mujeres de esta época. Es como si dijera: «Estoy contando la realidad, no lo que me gustaría que fuera». Pero Egido también introduce un aspecto de modernidad que recorre el relato desde el principio hasta el fin: «Dickens y Galdós fueron dos grandes novelistas, pero Galdós es más moderno porque sus protagonistas no son ni muy buenos ni muy malos. Él no desprecia ni los personajes más odiosos. Para él, todos los personajes tienen lados claros y oscuros. Esto sucede en esta misma historia. Ashley Wilkes y Rhett Butler, que es el gran personaje de la novela, son así. Los dos saben que se dirigen al fracaso, que el tiempo va contra ellos y actúan así. Con ella, que nunca se somete a nadie, sucede igual».
Jesús Egido, que ha hecho un enorme esfuerzo para afrontar la traducción, ilustración y publicación de un volumen de esta naturaleza, relata un encuentro de escritores, presidido por André Gide. Los escritores presentes, reputados y que hablaban de sus méritos, repararon en la presencia callada de una mujer. Cuando le preguntaron a ella qué había escrito, contestó: «Nada de gran mérito como ustedes. “Lo que el viento se llevó”». André Gide se levantó y le dirigió un largo aplauso. Detrás de él todos los demás. Una anécdota que ilustra el reconocimiento que la novela tenía entre el propio gremio de escritores. «Al leerlo, entiendes por qué existe esta división tan brutal en EEUU. Es la lucha que vemos entre republicanos, demócratas y trumpistas. La novela tiene este componente actual, han pasado cien años y aún puedes ver las imágenes de esta clase de altercados en los Estados Unidos», asegura Egido, quien explica también que «esa fractura se ve bien en la obra. En esa época los progresistas eran los republicanos y los conservadores eran los demócratas. En el Sur eran demócratas que no quieren sacrificar sus privilegios. Son los grandes algodoneros, que viven viajando, acudiendo a fiestas y trayendo ropa de París. Eso se va descomponiendo. Es como la aparición de internet. Llega una gran revolución y se ven incapaces de adaptarse. Ashley, por ejemplo, en el libro, se da cuenta de que ha perdido su mundo y el que viene es un mundo en el que jamás podrá insertarse, que no entiende y en el que jamás podrá acomodarse. Ha perdido su vida, también de esto va el libro».