Serrat miente
Se retira, dice. Pero no es cierto. Porque su obra seguirá erguida como un mástil e irá a los sitios que él no vaya, lo suplantará.
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Ha sido largo el camino andado, incalculable la felicidad repartida, igual que el amor recibido de miles de personas por medio mundo. Pero Serrat, a sus casi 79 años, ha dicho basta, ya está bien. No morirá con los zapatos puestos. Hoy mismo se descalzará y dedicará el último tramo de su vida a dialogar con el mar y los bosques, con los pájaros, los perros y los gatos, a leer libros acumulados, a probar platos y vinos importados de la cueva de Alí Babá y de la isla del conde de Montecristo, a pasear con Candela por pueblos y playas, y a no tener que atender otros compromisos que los de los suyos y los del hombre nuevo que a partir de ahora será. Un jubilado excelso que caminará a idéntica altura que el resto de los hombres. Puesto que ya no mirará a sus congéneres desde la fatua atalaya de un escenario, sino a los ojos. Como hacen los amantes y los amigos.
Serrat se retira, dice. Pero no es cierto. Porque su obra seguirá erguida como un mástil e irá a los sitios que él no vaya, lo suplantará. Hace ya más de dos décadas se inventó un ‘alter ego’, Tarrés –palíndromo de Serrat–, pero no será aquel quien le coja el testigo: lo harán, ya digo, sus canciones, algunas de las cuales figuran entre las más hermosas que se han escrito nunca en lengua española. Porque mientras él esté a otras cosas, a jugar a las cartas con amigos o a divertirse trasteando con un grifo o un enchufe rotos, esas canciones inmensas sonarán a todas horas y en todas partes, y seguirán entristeciendo y alegrando igual que llevan haciéndolo lustros.
Serrat ha tenido distintas etapas, algunas más fértiles que otras, pero desde hace un siglo es eterno. Su poesía, su música, su personalidad escénica y social, su leyenda, son una alfombra roja para toda la vida. Por eso, la noticia de su marcha ha noqueado al personal. “¿Que se va Serrat? Pero cómo va a ser, hombre, si es un chaval…”. Y en eso llevan también razón: los artistas de tallo alto, los superclase, no envejecen nunca, están fuera del tiempo.
Y ahora, ese chaval cuasi octogenario dice que nos deja. Pero nos miente. En realidad, lleva haciéndolo toda la vida, como los grandes creadores. Aunque son esas, las del artista, las únicas mentiras que no están manchadas, que no apestan y nos ayudan a sobrellevar mejor el peso de la existencia. Que demandamos porque traen consigo la luz de la emoción.
Mañana será otro día, y Serrat y sus canciones seguirán con nosotros aunque se vaya (dice). Y esa es la buena noticia.