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Kiko Veneno: «Si algo he hecho yo es fracasar»

El cantante recuerda sus orígenes, sus deudas, la eclosión de la Movida y arremete contra el recorte de libertades y la necesidad de crear plataformas donde expresarnos con mayor tolerancia
Kiko Veneno, un músico con tradición y rebelde
Cristina BejaranoLa Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

  • Rebeca Argudo

Creada:

Última actualización:

Cuarenta y cinco años hace ya de aquel insustituible «Veneno» con los hermanos Amador y que le acompañaría ya a modo de apellido. Y hasta ahora y sigue, sin que le pese el pasado por todo lo conseguido, como si no le pudiese esperar por ese brillo ya nada nuevo y mejor mañana o pasado. «A mí el pasado no me pesa, al revés», explica. «Me da mucha alegría. Es una fuente permanente, como el coñac para el Rey Emérito, de orgullo y satisfacción. El pasado que yo tengo es una maravilla. Yo estoy en la música gracias a “Veneno”, a “La leyenda del tiempo”, a “Échate un cantecito” y a “Está muy bien eso del cariño”. Y gracias a esos discos estoy yo en la memoria de la gente. No pienso que ya no me quede nada por hacer, no pienso mucho en términos teóricos, al revés. Siempre he pensado en lo práctico, en lo que se podía hacer. Luego sí le doy una teoría a lo que hago, intento ver el porqué. Yo seguiré intentando hacer cosas en la medida que pueda y no me pesa el pasado, al contrario. Mientras tenga voluntad, ganas y sensibilidad, intentaré seguir haciéndolo lo mejor que pueda». De «Veneno», precisamente, aún hay algo que le pesa: «Me duele que se grabara como se grabó, en tres días y como se pudo. A mí me hubiese gustado que se grabara en un mes y entonces habría sonado perfecto. Y a día de hoy todavía sonarían perfectamente las dos guitarras juntas y la batería». Hablamos, de todos modos, de uno de los grandes discos de las últimas cinco décadas, uno de los más importantes de nuestra música, sin duda. «Cuando estábamos haciendo “Veneno”», recuerda el artista, «yo ya me daba cuenta de que aquello era precioso, que era una mezcla que no se había hecho antes. Veía a Raimundo, que cuando yo tocaba y cantaba salía punteando de una manera muy natural, puro instinto. Y después de cuarenta años si uno se pregunta “¿Con quién ha roto esquemas Raimundo Amador?”, se contesta “con Kiko”. ¿Con alguien más? Pues no. Pero en aquel tiempo yo no me proponía eso, eso se ve ahora. No había entonces una intencionalidad. Raimundo, con 17 años, era un gitano muy rompedor, totalmente fuera de los moldes, de las tendencias gitanas. Ya de por sí el era muy diferente. Con una cosa salvaje, de experimentar y de hacer que le dio una vigencia que estalló primero conmigo y luego con Pata Negra». Y luego llegaría la Movida, que «fue maravillosa. Cuando empiezo a venir a Madrid yo no tenía nada que perder y veía toda aquella vitalidad, lo que se hacía, y me parecía muy interesante. Todo fueron cosas buenas. Al principio, yo tenía prejuicios, porque venía de la música de los gitanos y del flamenco y me encontraba un poco desasistido. Echaba de menos el alimento que yo tenía en la música de Veneno. Pero no por eso me dejaba de dar cuenta de todo el talento que había», recuerda.

Entre Zappa y Sabina

Para Kiko Veneno, sin embargo, no se sitúa allí el despertar del rock español: «Yo soy muy antiguo, para mí el rock español no empieza ahí. Para mí son Los Estudiantes, son Micky y los Tonys y las primeras versiones que hace Miguel Rios con “Popotitos”, de Enrique Guzmán. Para mí, el rock que se hace en la Movida es un rock no muy original, deudor de lo anglosajón. Mientras que el rock de Los Brincos o de Micky y los Tonys era más arriesgado. Y luego está Radio futura, que fueron los únicos realmente renovadores del rock. Yo es que soy de otra época, yo soy de Frank Zappa. Al grupo que nunca pensé que le faltara nada es a Leño. Rosendo hace un rock internacional al que da un casticismo en sus letras, la afinación, la entereza, la coordinación… para mí era lo máximo del rock español, eso es incontestable. Y Sabina, que en mi opinión es un escritor buenísimo pero que musicalmente es una copia de los patrones extranjeros, me parece muy interesante en “19 días y 500 noches”, que para mí es el último disco bueno que ha hecho, cuando se mete en la base flamenca. Hasta entonces, aun dentro de esas limitaciones que yo le veía, esa poca personalidad española, hay canciones suyas que me han encantado siempre». Habiendo vivido toda aquella libertad no es de extrañar que a Kiko Veneno le parezca que en estos momentos vivimos «en un mundo al límite de las libertades en el que la tecnología se pretende que sea ya únicamente de los sabios minoritarios, la ley es del Tribunal Constitucional y las “fake news” de cualquiera que quiera decir cualquier cosa para epatar y engañar. Y esos son los tres pilares de la vida actual. Y desde ese punto de vista no se nos deja salida. Hay que intentar crear plataformas para expresarnos libremente, para que esto que está pasando no acabe definitivamente con la humanidad. Tomar decisiones personales e individuales para darnos cuenta del peligro de una tecnología que nos domine, una ley que nos domine (más importante que la voluntad popular) y una información que nos domine con la verdad embrutecida». Y tiene clara su postura ante el ruido en las redes y la conversación pública: «No podemos aceptar el veredicto de internet porque eso nos limita y, además, es mentira. El debate público no es el que nos quieren hacer creer en internet. Eso sólo conduce a perder el tiempo. Yo puedo perderlo, lo puedo perder un montón si quiero, pero según mi criterio. Lo que no puedo aceptar es perderlo por sistema. No lo voy a perder discutiendo con cualquiera de cualquier tema. No me verás nunca discutiendo con alguien que lo primero que saca es el odio ante lo que no entiende. Criticar al adversario y mantener mi posición para mí no es importante en la vida. Para mí lo importante es vivir algo juntos y que podamos corregirnos y ayudarnos unos a otros. Hablo de la hormiga, de construir un insecto social con un poquito de bonhomía y de humanidad».
Admite que a sus setenta se ha ganado el derecho a decir lo que le dé la gana y sabe del privilegio de poder hacerlo «sin miedo a que me despidan por ello. Pero eso no tiene mucho valor más allá del titular. Si yo hago una declaración y en redes quinientas o mil personas me ponen a parir no son más que eso. No voy a tomarme el debate superfluo, ignorante, embustero, zafio y mentiroso de internet como la realidad de la filosofía actual». Y añade: «Si algo he hecho yo es fracasar en muchas cosas. Me he propuesto muchas cosas que no he conseguido, en otras me he quedado a medias. Yo lo que he hecho es lo que he podido».

Dame Veneno, que quiero vivir

Por Javier Menéndez Flores
El amor por la música es un adolescente que mira el cielo de Sevilla y se ve a sí mismo en un escenario, atravesado por los gritos y los aplausos, y que desde el suelo sin magia de los mortales, tiembla y comienza a salivar como el perro de Pávlov. Esa imagen le provoca un placer hondísimo, que no puede expresar con la voz. Es como si alojara en la sangre una fiesta perfecta, en la que no caben las prohibiciones, pero que a la vez lo aturde, lo desasosiega, lo daña. La imagen parece una fantasía y, de hecho, lo es, enteramente. Solo que él la ve, claro que la ve. Porque su deseo es tan sólido que es fácil expulsarlo a la realidad igual que si chutara un balón o lanzase una piedra, como si fuera una película del porvenir. Y en ese instante, ese adolescente es uno más de esos salvajes maravillosos a los que ama –Zappa, Hendrix, Dylan– y de los que bebe con una sed que no logra aplacar. Unos chiflados que son como una lluvia de talento que cala, eleva y salva, pero crea adicción y siempre exige más.
Aquel adolescente respondía al nombre de José María, aunque todos lo llamaban Kiko. En los setenta, ya veinteañero, se puso la capa de Drácula para tocar con los hermanos Amador, Rafael y Raimundo, y poder extraer de ellos todo el zumo de su genio. Además de componer, su labor consistió en dejarles hacer. En darles luz verde para que vomitaran cuanto llevaban dentro, para que fueran más ellos que nunca. Y cualquiera sabe que nadie monta a caballo ni dispara flechas mejor que un indio. Cuánto arte, en fin, en tan escasa carne. Y después, Kiko volando fue, volando vino –queridísimo Camarón–, y ahí quedan “Veneno” y “La leyenda del tiempo” como trofeos intangibles. Dos de los más excelsos discos que ha dado la música popular, entre Francia y Portugal, en el último medio siglo.
Kiko había ingresado ya en la treintena en el momento en que se transformó en Frankenstein para “La bola de cristal”. Hablo de cuando la Movida se movía como un F-18 y Madrid era el país de Nunca Jamás y la noche de que te hablé. Unos años, los ochenta, en los que el sol era el gran proscrito, el eterno ausente, el Innombrable, y en los que los contratos se firmaban en las barras de los bares con un insensato apretón de manos.
Pero las luces de neón no se encendieron del todo hasta que Santiago Auserón, amigo íntimo del talento de sus amigos, levantó el teléfono y Kiko entró en una multinacional y conoció al Hombre, Joe Dworniak. Y resulta que a los cuarenta tacos aún es posible camelarse al éxito si te echas un cantecito como Dios manda: “Lobo López”, “Echo de menos”, “Joselito”, “Reír y llorar”, “En un Mercedes blanco”. Ahí es nada. “Venga, Santiago, vamos a celebrarlo. Coge tus bártulos, que salimos de gira. Quiero que todas las noches sean de luna llena para sacar al lobo que me habita y que lleva hambre de humanidad”.
El deneí, ese aguafiestas, afirma que aquel adolescente que miraba el cielo de Sevilla y se sentía un dios, suma ya siete décadas. Pero qué importa eso. El talento nada sabe de la edad, es joven por los siglos de los siglos, y en el camino aún por transitar aguarda, quizá, la mejor canción, la melodía definitiva, la pieza magistral que todo compositor jamás deja de buscar.
Los Chunguitos, qué grandes, pedían veneno para morir. Yo propongo escuchar a Veneno para que esta sucesión de días resulte algo más grata, para que su emoción se enrede con la nuestra, para que la luz disipe las sombras que nos acechan como buitres siniestros. Veneno para vivir, sí. Anímense.