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65 grandes noches y contando

La tradicional velada del Premio Planeta volvió a acoger a la plana mayor del mundo de la literatura y de la sociedad civil y política, con la presencia destacada este año de los Reyes.
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La tradicional velada del Premio Planeta volvió a acoger a la plana mayor del mundo de la literatura y de la sociedad civil y política, con la presencia destacada este año de los Reyes.
El tiempo se mide por grandes momentos, por esas gloriosas excepciones que se marcan con fuego en la memoria y crean el relato de cualquier vida. No hay duda de que el Premio Planeta es uno de estos grandes instantes, y ya llevamos 65 de ellos. Quién no se acuerda de aquel 1986 cuando Terenci Moix ganó con «No digas que fue un sueño» o aquel 1999, a punto de girar el milenio, cuando lo hizo una jovencísima Espido Freire con «Melocotones helados», o ya el año pasado, cuando Alicia Giménez Bartlett se presentó con una particular blusa para recibir el galardón por «Hombres desnudos». Bienvenidos sean siempre los grandes momentos, porque seguirán viniendo, no hay duda.
Los Beatles cantaban «When I’m 65», y lo hacían con cierta ironía socarrona, porque no hay nada que espante más a un veinteañero que la visión de sí mismo a esa edad. Nada que ver con el Planeta, que parece que cada año es un poquito más joven y vistoso. Sólo había que darse una vuelta por el Palacio de Congresos de Cataluña, que volvía a acoger la tradicional velada de la entrega de los premios, para ver que esa noche es sinónimo de alegría y excitación, los adjetivos que mejor describen a la juventud. Cerca de un millar de personas se acercaron al evento para ver quién se llevaría este año el galardón. La incertidumbre era máxima, como siempre. El presidente del Grupo Planeta, José Creuheras, ya avisó un día antes de que no se lo darían a Bob Dylan. Las pistas acababan allí, así que aunque había un nombre tachado en la lista, las opciones estaban muy abiertas.

«¿Quién es quién?»

Además de un auténtico «¿Quién es quién?» del mundo literario español, esta edición también se llenó de autoridades, desde la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, pasando por la vicepresidenta del Gobierno en funciones, Soraya Sáenz de Santamaría, el ministro de Justicia en funciones, Rafael Catalá o el secretario de Estado de Cultura en funciones, José María Lassalle. La lista no acababa ahí. Por ejemplo, también vimos a Carles Puigdemont, el presidente de la Generalitat, y a quien le cedió el cargo, Artur Mas, así como a María Dolores de Cospedal, secretaria General del Partido Popular, o Albert Rivera, presidente de Ciudadanos.
No hay que ser un afamado matemático para comprobar que al menos el 90 por ciento de los invitados a la fiesta repetía, porque una vez vives y sientes el ambiente que se respira en el galardón, algo te atrapa y obliga e hipnotiza y tantas cosas más por el estilo, no hay más remedio que volver. Por eso, el 15 de octubre está marcado en un rojo muy intenso en el calendario del mundillo literario, social y político.
Y lo bueno es que ni siquiera hay tiempo para la nostalgia. Es curioso que en unos premios con tan larga tradición se continúe hablando más de futuro que de pasado. Supongo que ése es el único modo de mantenerse joven. Porque, como en todos los grandes premios, el más importante siempre es el último. Las conversaciones se centraban en eso y en hablar de libros, por supuesto, pero no tanto de discusiones filosófico-estéticas sobre la influencia de Dostoievski en la literatura negra, no, era más hablar de lo que uno está escribiendo ahora y cómo ve el futuro del sector y de si Dylan merece o no el Nobel de Literatura y hablar de amigos comunes que no están y si están, también, pero lejos, para que no les oigan, porque a los escritores les encanta hablar mal de otros escritores y si no son escritores al uso, como Dylan, todavía más.

Foco de las miradas

Como en cualquier fiesta, siempre hay alguien que roba todas las miradas. Este año había dos, y no era para menos. Los Reyes presidieron la velada, demostrando una vez más su amor incondicional por la literatura. No en vano uno de los regalos de compromiso de Doña Letizia al Rey fue una edición de 1850 de «El doncel de don Enrique el doliente», de Mariano José de Larra, una historia de intrigas y amores en la corte de Enrique III para la que Larra se inspiró en su propia relación con Dolores Armijo y construir una historia de altos vuelos. En la recepción privada realizada antes del acto, los Reyes seguro que comentaron su amor por los libros a los afortunados invitados. Aun así, como era un acto privado, no hay constancia. Lo que sí se vio en la velada es que se sentían como en casa rodeados de editores y escritores. La fiesta se cerró, como en los cuentos de hadas, a partir de la medianoche con la idea segura de volverse a ver, sino antes, tal día como hoy el año que viene.