A Proust no le falla la memoria
Si no fuera porque un tal Marcel Proust lo registró hace ahora cien años, «En busca del tiempo perdido» hubiera sido un buen nombre para una saga de videojuegos superventas. Más que un título de estrategia, él proponía un desafío filosófico-temporal, un mundo paralelo que abarca alrededor de cuarenta años, que aún resulta complejo y atractivo para los lectores de la época de «GTA» y de «Assassins Creed». Para aquellos que no lo tengan en su biblioteca, la obra magna de Proust no es un volumen, sino siete, y es precisamente del primero, «Por el camino de Swann», del que se cumple ahora su centenario. Colocar esta primera piedra, lejos de ser rentable, costó dinero al autor (tuvo que autoeditarlo, como lo llamamos ahora), pero el segundo ya obtuvo el Premio Goncourt, que sigue siendo hoy el más prestigioso de las letras francesas. Con motivo del cumpleaños, Hermida Editores lanza en España «El almuerzo en la hierba», una selección de pensamientos de la obra recopilados por Jaime Fernández, que más que como manual de instrucciones, funciona como carnoso aperitivo de esta monumental novela de novelas. Según el compilador, que completa esta ensalada de máximas proustianas con un generoso estudio preliminar, pretende «introducir en las complejidades del pensamiento proustiano al lector que nunca lo haya leído y animar a una saludable relectura». Aunque lo cierto es que los españoles no pudieron disfrutar en su lengua de semejante joya hasta que en 1922 la tradujo el poeta Pedro Salinas. Para ello ofrece algunas razones de peso: «"En busca del tiempo"es un viaje desde la ingenua ignorancia de la adolescencia hasta el conocimiento de la realidad tras una tenaz búsqueda en la que se encuentra el arte como forma de redención personal». Por si esto fuera poco, ofrece un todo en uno, porque se trata de «una obra en la que se advierten influencias de lo más granado de la literatura francesa y europea como Montaigne, La Bruyère, Saint Simon, Stendhal, Flaubert, Baudelaire, Balzac, John Ruskin, George Elliot y Thomas Hardy». Esta frondosa colección de referencias propicia que su estilo requiera un alto grado de concentración. Ambientada en la alta sociedad parisina de finales de siglo, en los años inmediatamente anteriores y posteriores al caso Dreyfus, hay muchos historiadores europeos que la consideran como palanca del antisemitismo en el Viejo Continente. Sin ir más lejos, según Hannah Arendt, el personaje de Swann es fundamental para entender la génesis de ese antisemitismo, porque describe muy bien la situación paradójica en la que se quedaron atascados los judíos en la sociedad francesa.
Si por algo resulta aún peculiar esta obra es por la novedosa concepción temporal: Proust comienza «En busca del tiempo perdido» con la lectura de un libro por parte de su protagonista y termina con la escritura de otro, el que el Narrador se dispone a escribir: el mismo que el lector tiene entre sus manos. Así pues, en la novela el tiempo futuro –el libro proyectado por el Narrador–, el tiempo presente –el que está escribiendo al final de «En busca del tiempo perdido»– y el tiempo pasado –el texto, ya escrito, que lee el lector– se conjugan armoniosamente en una fantasmagórica secuencia temporal. Este narrador ficticio, sin embargo, tiene poco que ver con otros de la literatura, a juicio de Jaime Fernández: «A diferencia de otros narradores ficticios, que escriben sus autobiografías (o más bien seudobiografías) para justificar algún episodio crucial de su vida ante el lector, el Narrador Marcel se embarca en la redacción de su autobiografía ficticia para dejar constancia de que, al contrario que los personajes que han compartido con él sus experiencias, no ha vivido en balde; que los placeres y sufrimientos, pero también el bagaje de conocimientos adquiridos, no morirán con él».
La trascendencia de una obra como ésta puede atribuirse, además de un sólido y novedoso armazón formal, a que, en el fondo, se ocupa de un binomio fundamental para la existencia humana, si acaso el único: vida-muerte. «El individualismo proustiano arranca con un obstinado combate, más que contra la muerte, contra sus fatales consecuencias: el olvido, la disolución de los recuerdos. Sin duda, el núcleo de ''En busca del tiempo perdido'' hay que buscarlo en este binomio». Sus biógrafos aseguran que la muerte de su madre, Jeanne, fue una de las primeras motivaciones del relato. Filosóficamente, una de sus contribuciones es «el obstáculo para acceder al yo». Hay quien dice que «Proust le dio memoria al siglo XIX y Freud inconsciente al XX». Pero, fundamentalmente, hay que permitirse abordar esta obra por puro placer, aunque sea para romper el maleficio de la frase con que empieza el narrador esta saga: «Mucho tiempo llevo acostándome temprano».