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Adiós, querido payaso

Ha desaparecido el mago de la comedia a los 91 años, en su casa de Las Vegas. Fue un pionero de la mueca que formó pareja con Dean Martin y dejó filmes como «El profesor chiflado» y «El botones»
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Pocos cómicos exploraron mejor la fascinación que despierta la torpeza que el arrollador Jerry Lewis, que falleció ayer en su casa de Las Vegas por causas naturales y rodeado por gran parte de su familia.
Pocos cómicos exploraron mejor la fascinación que despierta la torpeza que el arrollador Jerry Lewis, que falleció ayer en su casa de Las Vegas por causas naturales y rodeado por gran parte de su familia. Actor, director, cantante ocasional, guionista y, en general, consumado showman, fue el rey de la comedia –por sacar a relucir aquí el título de la película con la que el director Martin Scorsese le recuperó en 1982 junto a su actor fetiche: Robert de Niro– durante los radiantes cincuenta, en los que América disfrutaba de un «boom» económico nunca visto. Desde finales de la década de los cuarenta hasta mediados los años sesenta no hubo ningún comediante que fuera capaz de llenar las salas de cine con la autoridad y frecuencia de un Lewis intratable, que era capaz de dominar varios registros de la comedia con absoluta soltura. Su nombre, en títulos emblemáticos como «El profesor chiflado», fue sinónimo de un éxito colosal. También de un cine engañosamente sencillo –y, por eso mismo, fácilmente criticable por más de una mente lúcida– y de una comedia muy física que, bajo la apariencia tontoide del arquetipo que acostumbraba a interpretar, guardaba una baraja de preguntas en torno a la personalidad y sus contradicciones que no está mal subrayar en este momento. Pero éste era un aspecto normal tratándose de un intérprete tan complejo y dispar, tan polifacético como inclasificable como fue este niño judío, hijo de cómicos, que soñaba con triunfar bajo el haz de focos y convertirse en una estrella del espectáculo.
Lo hizo a su manera y a lo grande, imponiendo sus propias condiciones cuando todavía imperaba en Hollywood el régimen tiránico de los grandes estudios, en obras que, de alguna forma, anticipaban en ciertos aspectos a cómicos posteriores como fueron Mel Brooks y Woody Allen. Nacido en 1949 en Newark (Nueva Jersey) como Joseph Lewis (o Jerome, al decir de su biógrafo Shawn Levy), el pequeño era hijo de Rae y Danny Levitch, dúo cómico que actuaba en distintos clubes de la costa Este. No resulta hiperbólico afirmar que mamó el género desde la placenta. Con apenas cinco años no era infrecuente verle perfeccionar un pequeño número cómico a base de canciones.
estudiado abandono
Ya de adolescente, pero todavía menor de edad, abandonó sus estudios para consagrarse de forma profesional a las bambalinas. Después de adoptar el apellido Lewis, conoció en 1945 a Dean Martin, un cantante sobrado de estilo y gallardía, elegancia y estudiado abandono, con el que formaría una de las duplas cómicas más explosivas e improbables de la historia de Hollywood.
Su éxito fue demoledor e instantáneo, luego de perfeccionar un número en el que Martin hacía de crooner y Lewis del bufón que una y otra vez interrumpía su espectáculo. Primero en los grandes locales y casinos y poco después en el cine, la pareja alcanzó muy pronto un estatus intocable, propulsados en taquilla por la innegable química que destilaban. Protagonizaron catorce películas, que en sus mejores momentos operan como afilados vehículos cómicos de una pareja huracanada, entre la media sonrisa de un Martin nacido para romper corazones mientras sorbía un dry martini y la astracanada feliz de un Jerry Lewis tan inocente y eléctrico como un niño hiperactivo.
O por decirlo con Dave Kehr, crítico del «New York Times», exploraron la dialéctica «entre la seguridad y la ansiedad, entre la experiencia, amarga, y la inocencia de ojos muy abiertos, para generar una poderosa imagen de la América de la posguerra, del joven y destartalado país que de repente dominaba en el escenario mundial».
De forma inevitable, la lucha de personalidades, el éxito y la envidia acabaron por cortocircuitarles (han estado más de veinte años sin dirigirse la palabra y sólo recientemente aceptar reunirse de nuevo con motivo de un acto benéfico). Dean Martin voló para ser parte de Rat Pack, actuar a las órdenes de Howard Hawks y cantar calipsos, mientras Jerry Lewis comenzaba a escribir y protagonizar sus películas más memorables, para envidia de su antigua pareja cinematográfica. Primero a las órdenes de Frank Thaslin, que venía de dirigir muchos de los clásicos de la Warner Bros con Bugs Bunny y el Pato Lucas, Lewis encadena obras como «El botones» (1960) y «El profesor chiflado» (1963).
Esta última fue, huelga decirlo, su mayor triunfo, y no únicamente comercial: desdoblado en personaje cool y científico patoso, ofrecía por el precio de uno lo que había hecho antes junto a Martin. Para qué necesitabas a nadie si tú mismo podías asumir tanto tu papel como el de tus socios, creando de paso una atmósfera de lo más inquietante bajo el colchón de risas. Con «El profesor chiflado» Lewis mostraba unas dotes camaleónicas sólo al alcance de fieras como Peter Sellers.
El declinar de los sesenta fue también el de su carrera. Con la llegada del Hollywood rebelde, las turbulencias provocadas por el conflicto de Vietnam y el auge de la contracultura fue achicándose el espacio para este tipo de humor más blando e inofensivo de un Jerry Lewis que de repente parecía demasiado viejo, como apartado de lo que estaba sucediendo en la nueva sociedad norteamericana.
últimos papeles
De ahí que en los setenta apenas se prodigase y que en su regreso, ya en el 82, necesitara de un cinéfilo tan apasionado y genial como el joven Martin Scorsese, que lo puso a actuar mano a mano con el entonces imparable Robert De Niro. «El rey de la comedia», aquella amarga cinta, fue el canto del cisne de un astro que seguiría haciendo apariciones en pequeños papeles, especiales televisivos y maratones solidarios (fue presidente durante décadas de la Asociación contra la Distrofia Muscular), pero que ya nunca recuperaría los abrumadores niveles de popularidad que disfrutó en el pasado, durante el cénit de su carrera.
Para la historia queda un puñado de cintas fabulosas y la tradicional miopía de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas, incapaz de premiar con un Oscar a uno de los más grandes actores que ha tenido. Un histrión menos reflexivo y agridulce que Woody Allen, menos salvaje y cáustico que Groucho Marx, pero igualmente memorable, que continuó en el cine hasta que ya no pudo más. Sus últimas intervenciones fueron en «Funny Bones» (1995) y «Policías corruptos», ya en 2016, una cinta en la que aparecía fugazmente en un cameo.