Papel
Afonso Cruz: «Vivo a gusto en el campo, pero cuando me falla el wi-fi...»
Publica «La muñeca de Kokoschka» y emprende una larga gira de promoción.
Afonso Cruz ha vivido por todo el mundo. La maleta es una parte más de su cuerpo. Nació en Portugal, en Figueira da Foz, en 1971 y se trasladó a Lisboa con poca edad. Un día su padre decidió que se perdiera en su biblioteca y él le siguió el juego. Se enamoró perdidamente de los libros. La enorme ansiedad de conocer otras culturas le llevó a leer en cualquier rincón. Aquella biblioteca traería cola y acabaría por desembocar en lo que se ha convertido en profesión-pasión, que es la de escribir. Gracias a la promoción de sus libros, él puede seguir viajando alrededor del mundo, aunque ahora ha decidido frenar un poco el ritmo para dedicar más tiempo a la familia. Si por él fuera, querría que el día tuviera unas 48 horas, más o menos. Pero por ahora no puede ser. Acaba de publicar «La muñeca de Kokoschka» (Rayo verde), una novela que se centra en un curioso personaje: «A los cuarenta y dos años Bonifaz Vogel empezó a oir una voz. La voz que venía de la tierra», se escribe en la sinopsis de un libro que promete.
–¿Por qué Kokoschka?
–La primera vez que escuché hablar de él y de su muñeca, ese ser que había creado para recrear a Alma, su amor, me quedé fascinado. Parecía tan increíble, la carta que le escribió al fabricante es irrepetible. Un hombre culto, un artista como él, que llegara a convivir con una muñeca y obligara a los criados a que la sirvieran e incluso la cambiaran de ropa cada día me resulta inquietante. Me pareció una metáfora idónea para construir un libro sobre el otro, acerca de otras personas que nos dan la vida. La posibilidad de dar voz a otro y dar, así, vida. Y es de esta manera como fui construyendo vidas y como surgió este libro.
–Usted es un creador en el amplio sentido de la palabra, dibujante, músico, escritor. ¿Es un compendio de todo o hay alguna faceta que prime sobre las demás?
–Comencé a trabajar en el mundo de la animación, que se convirtió durante años en mi ocupación principal. También me gané bien la vida como ilustrador de revistas, de libros para niños; de hecho, publiqué más de treinta de varios autores. Ahora la literatura ocupa todo mi tiempo. Soy todo, pero más escritor.
–¿Se queda, pues, con la escritura?
–Sí, porque a su lado los otros campos profesionales salen perdiendo un poco, aunque no los he dejado en el cajón ni los he apartado de mi vida.
–¿Y la música?
–Sigo con ella. Voy a grabar un disco, en ello estoy. Pero la literatura es mi campo ahora.
–No me diga que también era líder de un grupo de rock...
–Bueno, líder, líder... Se llamaba Soaked Lambs, Corderos mojados, en español, y comenzamos con blues, aunque por el título seguro que imaginas que podría ser rock duro; también jazz en el sentido más tradicional, aunque ahora hemos dado un giro hacia las músicas mexicanas, introducimos también música portuguesa e incluso cubana.
–¿Amante del fado?
–Me gusta, aunque no es una música que me fascine especialmente o me haya influido. Sobre todo, disfruto con las letras, que son verdaderos poemas musicados. Me enorgullece que sea patrimonio mundial.
–No me extraña la Torre de Babel musical, porque usted ha recorrido prácticamente todo el mundo. ¿Sigue viajando tanto?
–Para mí es vital y se ha convertido en una parte de mi vida. Me ha dado momentos muy importantes, he aprendido viajando y me ha enriquecido. Me gusta ser ciudadano del mundo, coger una maleta y recorrer la vida. Un mundo sin fronteras seguro que sería bastante mejor.
–Es un ávido lector desde niño. No sé si recuerda el primer libro que cayó en sus manos.
–Ha pasado mucho tiempo ya. A los cinco años me gustaban los libros muy ilustrados. Después, a los 12, me fui introduciendo en otros universos. Sí recuerdo especialmente uno que me marcó, «Sueño de un hombre ridículo», de Dostoievski. Pensé entonces que lo entendía, aunque más tarde me di cuenta de las implicaciones que entrañaba. De ahí me aficioné a otros autores rusos como Gogol o Gorki.
–¿Guarda ya el siguiente libro en el cajón?
–Tengo cinco o seis acabados y listos para publicar. Pero hay que ir despacio. Uno, por ejemplo, es de un hombre que perdió la memoria y de las experiencias que vivió. No tengo prisa. Existe un estupendo «feed-back» con mi editora.
–¿Se siente reconocido en su país? ¿Vive en Portugal la cultura un buen momento?
–Me siento querido. Allí no hay Ministerio de Cultura, para bien y para mal. Yo creo que atravesamos un buen momento, sobre todo en el campo de la literatura, con nuevos escritores, propuestas y proyectos y una apertura y difusión mayores. La cultura en Portugal se está moviendo.
–¿Necesitan darse a conocer fuera todavía para hacerse una carrera?
–Cada vez menos, aunque no obvio que somos un país periférico con enormes dificultades para llegar.
–Usted dejó la gran ciudad y se trasladó al campo. ¿Se vive de otra manera?
–Para algunos es así. Yo siempre digo que no es tan idílico como pueda parecer, que la homogeneización y estandarización que padecemos hoy también afecta a la vida rural: las mismas marcas, comercios, modas. Eso sí, tengo más calidad de vida y veo las cosas de manera diferente. Puedo tener mi tiempo. Tampoco resulta sencillo, sobre todo cuando el wi-fi decide tomarse un descanso. Tengo un ordenador de repuesto porque sería trágico que me quedara sin ordenador en el campo.
–¿Cómo construye sus novelas?
–Como si fueran un cuerpo humano. Empiezo por los órganos, los voy ensamblando hasta vestirlos y peinarlos para que estén presentables y puedan salir a la calle. Es, diríamos, un primer esbozo. Después viene el trabajo duro.
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