Entrevista
Agustín Fernández Mallo: «Una persona que ha existido existirá siempre»
El escritor vuelve a la narrativa con «Madre de corazón atómico»
En los últimos años hemos visto como se ha ido imponiendo una literatura alrededor de las relaciones familiares. Podría pensarse que el nuevo libro de Agustín Fernández Mallo, «Madre de corazón atómico», publicado por Seix Barral, es mucho más, aunque gire alrededor del padre del autor, un veterinario que quiso traer una veintena de vacas en avión hasta Galicia desde Estados Unidos. Antes de empezar la entrevista, Fernández Mallo me matiza que este es un libro que «llevo doce años escribiendo. Lo empecé poco después de la muerte de mi padre».
¿Por qué ha tardado ese tiempo en escribir «Madre de corazón atómico»?
No podía ni quería hacer eso de usar la muerte de mi padre para hacerme el listo. Sentía remordimientos. No quería usar la muerte para hacerme el Pynchon. Sentía que tenía un cargo ético.
Este es un libro que parte de una pérdida: la de su padre.
Sí, me parece que es algo sobrecogedor ver alguien que se está yendo, se va de una pantalla y como esa pantalla se va volviendo negra. Pero es también un libro optimista porque es sobre alguien que me dio un legado.
Así que no podemos hablar de este libro como una carta al padre.
No, no lo es. Es un canto al padre, más que una carta. Es un canto a lo que ha legado desde el punto de vista cultural. Tampoco es un ajuste de cuentas, algo que no haría con alguien que no se puede defender como es un muerto. Lo que plantea esta obra, en cierta manera se apuntaba en el poemario «Ya nadie se llamará como yo». Me refiero a la idea de que cuando alguien muere, en realidad no muere. Yo, cuando muere mi padre, me doy cuenta de que en realidad la muerte no existe, es imposible que exista. Esa persona se reconstruye en tu cabeza de otra manera, y es un proceso totalmente misterioso, porque empieza a recomponerse y, de algún modo, bueno, ha muerto, pero resucita dentro de ti de otra manera. Quizá asumir su muerte de esa manera, como una última enseñanza que el muerto te da para entender lo que es la vida, lo que es una suerte de resurrección, de memoria y de continuar con esa persona viva siempre, porque esa persona evidentemente está en tu cabeza. Y es algo que, por otra parte, yo había escrito mucho ya en ensayos, pero a un nivel más abstracto y general. Hablo de la idea que para mí es cierta de que cuando el ser humano pone algo en el mundo, eso ya no se puede borrar nunca. Cuando el ser humano inventa el coche, el coche no lo puede borrar nunca. Cuando inventa, el marxismo, el marxismo ya no se borrará nunca, como cuando inventa la rueda. Todo lo que el ser humano pone en la Tierra existirá para siempre, aunque solo sea en nuestra cabeza.
En el libro dice que «solo la muerte pasa la vida a limpia».
Eso es un gran tema para mí y que ya estaba en mi primera novela «Nocilla Dream». Allí ya se decía que solo el escritor puede ver la vida de los vivos desde el mundo de los muertos y observarlo. ¿Por qué? Porque lo que hace el escritor es pasar la vida a limpio. Es como cuando llegas de clase y luego pasabas los apuntes a limpio. Solo desde esa distancia tú puedes narrar el mundo de los vivos, como si hubieras muerto respecto a ese mundo. Es una idea que está embrionaria allí en «Nocilla Dream» y que luego aparece súbitamente, sin yo pretenderlo, en «Madre de corazón atómico» porque, en efecto, tú tienes que fingir que algo se ha acabado de alguna manera para poder narrarlo.
También cuenta que a su padre no le interesaba su carrera literaria.
No le daba crédito a la novela, pero sí a la poesía o al ensayo. La novela le parecía un entretenimiento. Cuando hacía un viaje de promoción lo leía todo, lo seguía todo, pero no me decía nada.
¿Conoce mejor a su padre después de este libro?
No estoy seguro de conocer mejor a mi padre, pero lo he resucitado y lo he reconstruido mejor en mi cabeza.
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