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Amélie Nothomb: «No veo a Hollande como un héroe erótico»

La escritora belga reinterpreta en su nuevo libro, «Barba Azul», el famoso cuento de Perrault y cumple veinte años dedicados a la literatura
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  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Vestida de negro, con sombrero de chistera a juego y guantes rojos, Amélie Nothomb bebía ayer cava en una copa de cristal como la bella Saturnine, el personaje principal de «Barba Azul», su nueva novela, editada por Anagrama. La autora belga estuvo ayer en Barcelona para presentar un libro con el que también celebra veinte años dedicada con éxito a la literatura. Para ello se ha acogido al célebre cuento creado por Charles Perrault, aunque desde una perspectiva mucho más contemporánea e incorporando elementos de su imaginario, el mismo con el que ha logrado fascinar a todo tipo de lectores en el mundo.
–¿Por qué el cuento de Perrault como excusa para «Barba Azul»?
–Porque siempre ha sido mi cuento favorito. Mi madre me contaba todos los relatos de Perrault y siempre «Barba Azul» fue el que más me atraía de esas historias. En él había elementos que me gustaban de intriga, inquietud, miedo y emoción. Esa habitación cerrada y en la que no se podía entrar era lo que más me interesaba de toda esa historia. Cuando cumplí trece años lo leí por primera vez por mi cuenta. Seguí considerándolo como mi cuento favorito de Perrault. Me fascinó pero a la vez me indignó porque me dio la sensación de que él no hacía justicia al personaje de Barba Azul de la manera que lo trataba.
–¿Su intención ha sido humanizar al personaje, convirtiéndolo en un noble español de origen catalán llamado Elemirio Nibal y Mílcar?
–La creación de Perrault se inspiraba en Enrique VIII. Pero ese monarca siempre fue un personaje deleznable que no me gustaba lo más mínimo. Yo quería hacer lo mismo pero buscando todo lo opuesto. Por eso, nada más contrario a una corona inglesa que un noble español de origen catalán.
–De hecho, Elemirio critica a Enrique VIII en un momento dado del relato cuando se le compara con él.
–Sí, sí. A mi personaje le indigna que se le pueda comparar con alguien que fue muy vulgar. Se han hecho 10.000 series de televisión y películas y, aunque se sabe que era un ser horrible, se le ha puesto cara de guapo, como la de Jonathan Rhys-Meyers o cosas así. Es algo que me enfada porque nos estamos refiriendo a un tipo que fue absolutamente vulgar.
–Pese a que el punto de partida es la historia homónima de Perrault, al final acaba llevándola a su terreno hasta el punto de incorporar algunos elementos que son habituales en su producción literaria. Por ejemplo, el del secreto, ejemplificado aquí con el cuarto oscuro en el que han muerto las mujeres de Elemerio.
–Tiene razón. El secreto está en muchos de mis libros, como «Diario de golondrina» o «Higiene del asesino». Me parece que es un derecho de todos porque todos tenemos algún secreto. Es algo indestructible que se tiene que respetar. Creo que es un tema de gran actualidad porque nunca han estado tan amenzados los secretos como ahora por culpa de internet o las cámaras de vigilancia. Es como si no tuviéramos derecho a tenerlos.
–Siguiendo con ese cuarto oscuro en el que su Barba Azul guarda las fotografías de sus víctimas, no sé si se podría establecer un paralelismo con la caja en la que usted guarda los manuscritos que no publica.
–Quizá sí, pero debo decirle que la diferencia reside en que mis manuscritos están guardados en una caja de zapatos de mi apartamento de Bruselas. Es curioso porque se trata de un sitio al que han entrado a robar en varias ocasiones, pero jamás se han llevado ni uno. Y eso que están a la vista.
–A lo mejor los ladrones son analfabetos.
–Lo que más me gustaría sería poder psiconanalizar a estos ladrones porque siempre se llevan mi maquillaje.
¿Queda mucho por publicar en esa caja guardada en Bruselas?
–Se tratan de textos rechazados totalmente. Dicho esto, he hecho testamento para que quede claro que no se puede publicar lo que yo indico que no debe ser dado a los editores. Tampoco los quiero destruir porque son como mis criaturas. Mi testamento me protegerá en el tiempo que duren mis derechos de autor, que ahora no recuerdo si son cincuenta o sesenta años. Luego quedaré desprotegida. Usted me dirá que pasado ese tiempo es probable que ya nadie se acuerde de mí. Es posible, pero me sigue preocupando el destino de esos manuscritos. Siempre puede existir algún loco que quiera publicarlos. Así que la única solución es el Vaticano y estoy pensando en ellos para que los guarden. El espacio o el desierto son otras de las opciones que estoy teniendo en cuenta para mis textos, pero el Vaticano es mucho más seguro.
–En «Barba Azul», sus dos protagonistas, Saturnine y Elemerio, comen lujosas cenas en las que tiene un papel muy importante el huevo como alimento, algo que liga con su fascinación por el mundo de los pájaros.
–El huevo me parece la cosa más fascinante y apasionante del mundo. Me encantan. Una vez, cuando era joven, me dije que iba a comer todos los que pudiera hasta que acabara aborreciéndolos. Ese fue mi alimento durante una semana: comía diez huevos al día. Al final me salieron manchas rojas por la cara. Para mí es la perfección total con esa forma redonda estéticamente preciosa. Está protegido por una cáscara, lo que me recuerda que mi pintor favorito, El Bosco, cada vez que quiere representar a dos enamorados lo hace metiéndolos en una cáscara de huevo.
–¿Tanto le fascina?
–¡Me encantaría vivir una historia de amor dentro de un huevo!
–Su Barba Azul habla de una serie de aspectos que me recuerdan a alguien. En concreto me refiero a esas referencias al huevo, al oro, al pasado glorioso citando a la Inquisición, sus lecturas de Ramon Llull, me recuerda a Salvador Dalí. ¿Se ha fijado en él para crear a Elemirio Nibal y Mílcar porque parecen indudable las similitudes entre ambos?
–No conozco muy bien su obra pictórica, pero sí la producción literaria de Dalí. Es un escritor absolutamente genial. Tiene usted razón. Elemerio es como el hermano pequeño de Dalí. Aunque conocía algunas cosas sobre él, no las sabía todas por lo que intuí. Por ejemplo, una vez acabado el libro supe que Dalí estaba fascinado por los huevos, pero era un aspecto que ignoraba mientras trabajaba en «Barba Azul». Fue una intuición.
–Con este libro también conmemora sus veinte años publicando. ¿Se atrevería a hacer un balance de lo que han representado estas dos décadas para usted? ¿Imaginaba que podría llegar tan lejos con sus novelas?
–Jamás. De ninguna manera podía pensar que llegaría a donde he llegado. Para mí ya era insospechable que una belga pudiera publicar un libro en Francia y que además fuera muy bien. Si me hubieran dicho que esto iba a durar seis meses, tampoco me lo habría creído. No tengo una explicación para este fenómeno, pero parece que finalmente se ha hecho sólido. No quiero recurrir a esa teoría de Dalí terrible y horrible de que su éxito se basaba en la mediocridad de sus contemporáneos.
–¿Sigue manteniendo ese ritual de escribir todas las mañanas entre las 4 y las 8? ¿Hoy también lo ha cumplido antes de presentar el libro?
–Sí, hoy ha sido igual. Es verdad. Continúo haciéndolo y será así por siempre. Voy a seguir manteniendo este ritual. Me he dado cuenta de que mi cuerpo es como una máquina y que he logrado dar con el buen funcionamiento de esta máquina. Como es así y es para bien, voy a mantener esa manera de trabajar.
–La situación que se está viviendo actualmente en Francia, concretamente las infidelidades del presidente François Hollande con la actriz Julie Gayet, ¿cree usted que podría ser un buen material para una novela? ¿No lo ve como una inspiración para un libro?
–No. Esto debería ser como en Estados Unidos donde no se dan a conocer detalles de la vida privada de los jefes de Estado. Tampoco es ésta una historia que me haga soñar. De todas maneras, lo que sí que me resulta difícil es ver a Hollande como a un héroe erótico. Probablemente sea un tipo agradable y simpático, pero eso de que pueda hacer soñar a una mujer me cuesta mucho.

Material no tan infantil

Los cuentos infantiles no solamente han fascinado a los lectores más pequeños sino también a autores adultos. Es el caso, por ejemplo, del dramaturgo y Premio Nobel Jacinto Benavente, quien se inspiró en «El gato con botas» para su obra más popular: «Los intereses creados». Desde una perspectiva diametralmente opuesta, el estadouinidense Robert Coover ha escrito muchos cuentos inspirándose en clásicos de la narrativa infantil. El «Barba Azul» de Perrault no solamente ha cautivado a Amélie Nothomb. Kurt Vonnegut ha sido otro de los escritores que ha dado una vuelta de tuerca a ese relato en «Barbazul», donde narra la historia de un septuagenario armenio, pintor tuerto y veterano de la segunda guerra mundial, Rabo Karabekian, se ve sacudida por la llegada de una joven mujer llamada Circe Berman. Uno de los casos más curiosos es el de James Finn Garner con sus «Cuentos infantiles políticamente correctos» en los que propone una nueva lectura de «Caperucita roja» (imagen de abajo), «Los tres cerditos», «Blancanieves y los siete enanitos» (en la imagen de arriba) o «Cenicienta», El cine, en los últimos años, también ha hecho su aportación, especialmente gracias a la serie «Shrek».