Amparanoia: «Mi público mayoritario son mujeres entre los 30 y los 50 años»
La veterana artista acaba de publicar un disco junto a la charanga Artistas del Gremio y esta semana arrancan en Zaragoza una gira por España y Europa
Madrid Creada:
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Amparo Sánchez (Alcalá la Real, Jaén, 1969), conocida artísticamente como Amparanoia, se ha juntado con la charanga Artistas del Gremio y han parido el disco «Fan Fan Fanfarria», que contiene seis composiciones antiguas y cuatro nuevas. Hablamos, pues, de una doble fusión, la de la carne de las canciones incluidas, producto del mestizaje musical, y la de los músicos asociados, que suman un total de 15, ciento y la madre. Amparo explica de qué va la coyunda Amparanoia & Artistas del Gremio: «Es una unión maravillosa entre un proyecto a punto de cumplir tres décadas [Amparanoia] y unos artistas de Zaragoza especializados en la charanga, en versionar canciones pero también en crear temas propios. A pesar del título [una de las acepciones de “fanfarria” es la de un conjunto musical ruidoso] no hay jaleo, está todo ordenadito. Lo que hay es una fusión fuerte a través de esta propuesta más electrónica en lo que son las bases y la estética, con un dj también. El año pasado hemos hecho sólo ocho conciertos para poner a punto la parte técnica y artística, porque somos un montón de gente. Y el público se ha encontrado con la sorpresa de que los temas de toda la vida los estábamos presentando de otra manera, con la que enganchas rápidamente. Creo que mucha gente que nos tiene perdida la pista va a volver a engancharse con este álbum».
Amparanoia vivió dos etapas: nació como grupo en 1997 y se disolvió en 2008, cuando Amparo decidió lanzarse en solitario. «En realidad –explica–, no fue una disolución como tal, ya que Amparanoia soy yo, es mi proyecto. Pero sí fue una decisión personal, porque tenía una serie de canciones que había escrito y me parecía que no encajaban en la anterior propuesta. Quería tocar con otro tipo de instrumentación, escucharme más la voz, investigar otros recursos». ¿Hablamos de una crisis? «Sí, totalmente. Falleció mi padre y empecé a escribir temas que tenían una nostalgia y una melancolía que no era de Amparanoia, y yo no podía contarle a la gente que eso era un disco de Amparanoia. Y escribí el libro «La niña y el lobo», empecé a producir para otra gente…, a ganar tiempo. Porque sentía que estaba en una rueda en la que Amparanoia ocupaba todo mi tiempo entre álbumes, promoción, giras por multitud de países…, mucho tiempo fuera de casa. Y sí, hice un parón que para mí fue definitivo. De hecho, la gira de despedida se llamó Bye Bye Tour. Pero en 2016 mi equipo de trabajo me recordó que íbamos a cumplir 20 años como proyecto, aunque hubiera habido esa interrupción, y que los fans querrían volver a oír los temas y que era un momento de celebración».
La «música fusión» o «mestizaje» –«me gusta más la denominación que le dan en Europa, “música del mundo”, “world music”, porque lo que yo hago es integrar elementos de otras culturas y fundirlos con la mía», introduce Amparo– tuvo un momento de esplendor en los noventa, capitaneada por Manu Chao y sus Mano Negra, y con otros grupos como Los Fabulosos Cadillacs, Tabletom y Eskorzo, además de Amparanoia, pero luego se desinfló. «De lo que se llamó “movimiento” –explica la cantante y compositora– quedamos grupos en activo que seguimos componiendo y sacando música nueva, y luego hay otros que repiten la misma fórmula eternamente, y por lo visto también les funciona. Cada uno ha tomado un camino. Pero creo que en lo que coincidimos todos es en que somos un grupo “alternativo”, ya que en ningún momento hemos entrado en el circuito comercial. A mí me dijeron desde el principio que mis canciones nunca iban a sonar en la radio, y sí he sonado en las radios, pero no he sido una artista comercial ni de grandes ventas. Lo que sí tengo es un directo profesional, pegajoso y contagioso, y te guste más o menos lo vas a pasar bien». Y destaca aquí el interés de los jóvenes por su música y el peso que esta tiene entre las mujeres: «A mis conciertos viene un público intergeneracional, y eso me ha llamado siempre la atención. La gente más joven me dice que sus padres ponían nuestra música cuando eran chicos, y tenemos bastantes fans que nos siguen. Pero, sin duda, mi público mayoritario son mujeres. De todas las edades, pero la mayoría entre los 30 y los 50 años. Mucha, mucha mujer en mis conciertos».
Como creadora, Amparo rechaza la tiranía de lo políticamente correcto que llevamos padeciendo desde hace años. «Me parece lamentable –dice rotunda–. Admiro profundamente a los compañeros que afilan los cuchillos, que son mordaces e irónicos a la hora de exponer su obra. Yo me expreso desde otro lugar, busco lo bonito en mi corazón, e intento transmitir esa fuerza intentando no ofender ni atacar. Pero me considero trovadora, y los trovadores tenemos que contar lo que vemos, y para mí es primordial una sociedad en la que se respete la libertad de expresión». No obstante, afirma que debe haber límites: «La violencia no se justifica en ningún caso, tampoco en una canción. Es cierto que existen unos límites y que tenemos que cuidar nuestros comentarios. Hoy no se hacen chistes de personas con discapacidad, por ejemplo. Vamos evolucionando en nuestra ética y en una humanidad más humana. En el arte no se puede caer en la incitación a ningún tipo de violencia o discriminación o desprestigio por cualquier condición. Pero vivimos en una sociedad muy distópica y se rompen líneas a cada momento».
Amparo ha vivido en muchos lugares y ahora ha vuelto a Granada, una de las ciudades más importantes de su vida, pero reconoce la grandeza de Madrid: «Mi hijo vive en el mismo barrio en el que vivimos nosotros hace 30 años, y allí me siento como en casa. Es un planeta con muchos planetas alrededor. La ciudad mágica. Un lugar apasionante».
LAS PARANOIAS DE AMPARO
Por Javier Menéndez Flores
A Amparo sus paranoias la salvaron de la muerte segura de una vida convencional. El día en que se imaginó en una oficina, un supermercado o en cualquier otro lugar que no fuera en lo alto de un alambre –a la intemperie, sobre el volcán–, sintió dentro del pecho el galope de cien caballos oscurísimos y creyó por un segundo que la tierra se abría bajo sus pies y que hasta ahí había llegado el juego no tan inocente de respirar. Pero las obsesiones son el zumo y el motor de todo artista, su sangre quemante y su espuela, y Amparo se encomendó a las suyas como el creyente al catecismo incontestable de su dios, y no le ha ido nada mal. Porque aquello que nace en ti y te corroe con insistencia, que te avisa sin descanso de que algo está sucediendo en el ático en donde confluyen deseos y miedos, es mejor arrancártelo en forma de pintura, poema, novela, película o canción que dejar que te vaya envenenando lenta pero implacablemente.
Tienes en el organismo, te das cuenta, el virus del blues, el soul, la rumba, el reggae. Solo que mucho antes de todo eso, incluso antes del principio, ya estaba ahí Antonio Machín, aquel negro que leía los boleros igual que Fred Astaire bailaba, sin que se le notase el esfuerzo. Y venga con la matraca de que si Manu Chao esto y Manu Chao lo otro, qué hartura. Pero Amparo fue ella y nada más que ella en los barrios extremos de León de Aranoa, allí donde la pasta va por delante del oxígeno y la poesía está impresa hasta en las fotos más feas. Maldito seas un millón de veces, parné. Por ti el mundo es un cuadrilátero de norte a sur y de este a oeste, y por todo aquello cuanto prometes y no siempre entregas hay estrellas que en vez de despedir luz, irradian la sombra del tormento.
He venido a nombrar las cosas que pesan de verdad y dejan honda huella. Allá van las caricias y las voces cálidas de la infancia. Y «Dos gardenias» y «Angelitos negros». Y Camarón y Bambino. Y Chrissie Hynde y Sinéad O’Connor y Cyndi Lauper. Y Radio Futura y Kiko Veneno y Parálisis Permanente y Golpes Bajos. Y la radio como un susurro al que agarrarte fuertemente; bendito chorro de voces múltiples capaz de disolver las fronteras. Y puedo añadir aquí la fortaleza de La Mota, el Albaicín, Malasaña, Lavapiés, El Raval, Esauira, Marsella y el cementerio del Père Lachaise, donde jamás descansan mis amigos Jim Morrison, Chopin y Oscar Wilde. En esa geografía de emociones e islas transcurre una vida que quiso desde el primer segundo ser vivida sin poquedades.
Pero el amor es, debe ser, la meta principal, el objetivo. Porque cada segundo de placer que da, te acoraza frente al odio que acecha al otro lado de la puerta de tu guarida. Y la belleza, ese animal con un millón de cabezas y brazos, es la tarea de todo artista, pues si tenemos que contar historias, hagámoslo, por Dios, con el mejor trazo posible.
Amparo no es una, es legión: su música bebe de todos los manantiales y lleva impreso un «prohibido prohibir» en cada nota. Dejad que cualquiera que ame el arte se acerque a mí, que lo abrazaré con fuerza. Yo, Amparo, puedo volverme bala o cuchillo si es necesario, pero tan solo muerdo a quienes vienen en son de guerra.