El arquitecto Shigeru Ban, Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2022
El japonés ha sido galardonado en reconocimiento a su labor humanitaria y solidaria a través de su profesión y de su material estrella: los tubos de cartón reciclados
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El célebre arquitecto japonés Shigeru Ban ha sido galardonado con el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2022, según acaba de hacer público la Fundación. Shigeru Ban, reconocido por su trabajo con papel, en particular los tubos de cartón reciclados, se hace con un premio que, desde 1986, viene reconociendo “la labor científica, técnica, cultural, social y humanitaria realizada por personas, instituciones, grupo de personas o de instituciones en el ámbito internacional”, según se señala en el Reglamento. Con esto, recibe el premio, según reza el acta del jurado, “por su destacada contribución solidaria al proporcionar refugio en condiciones dignas a personas en situación precaria derivada de emergencias sociales y naturales o situaciones de conflicto. Su trabajo, guiado siempre por valores humanitarios y con la contribución del voluntariado, ofrece el ejemplo de una arquitectura sostenible con empleo de materiales reciclados que ha merecido un amplio reconocimiento internacional”.
Shigeru Ban (Tokio, 1957) estudió arquitectura en Estados Unidos y en 1985 creó la agencia Shigeru Ban & Associates. Una empresa desde la que ha construido edificios públicos en diferentes países, así como casas, templos y otras edificaciones privadas y emblemáticas. Es creador de construcciones como el Centro Pompidou-Metz, ubicado en Francia, así como el Templo de Takatori, en Japón, la Catedral de Cartón, en Nueva Zelanda, o la capilla Domo de Papel, en Taiwán.
Evidente sensibilidad
Es un arquitecto atípico, que se sale de las coordenadas habituales o de la idea que, en general, existen de los arquitectos. Ganador del Pritzker en 2014, con un renombre ya consolidado, el japonés desarrolló desde temprano una clara sensibilidad hacia los pueblos desfavorecidos (lo que no le ha impedido trabajar en grandes proyectos, como el que presentó para Notre Dame) o que han sido golpeados por la tragedia, y una conciencia ecológica, en el sentido mejor entendido, alejado de los lugares comunes que muchos activistas adhieren a esta palabra, que le ha conducido desde sus tempranos inicios a utilizar materiales procedentes de la naturaleza o que son biodegradables y dejan una huella contaminante mínima o nula.
A esta tendencia natural hay que sumar su inclinación, quizá debido a la herencia que existe en la cultura nipona, a desarrollar una drástica economía de ahorro en los propios materiales que emplea en los diseños que desarrolla. Estas características no proceden de ninguna tendencia aprendida en la universidad, una adhesión a un movimiento o por querer sumarse a una moda. Ya estaba presente en sus inicios, como puede observarse en uno de sus proyectos mejor conocidos y de mayor relevancia: «Domo de papel». Esta construcción desarrollada en 1995, justo después del terremoto acaecido en esa misma fecha, y que realizó tan solo una década después de la apertura de su estudio en Tokio, glosa parte de su ideario y de sus convicciones. En esta ocasión apostó por el papel y la madera y el resultado fue una sorprendente capilla para que pudieran orar todos los damnificados por este drama y que aliviara la preocupación y el desasosiego de los afectados.
De hecho, esto es una tendencia que se ve perfectamente en su recorrido. Siempre ha mostrado una evidente sensibilidad hacia las personas perjudicadas por las tragedias y siempre que ha podido a acudido a socorrerlas. Existen varios ejemplos de esto. El caso más evidente, y que saltó a la Prensa, fue su participación en Sri Lanka, en Filipinas o en Ruanda. Después de la brutal guerra que asoló a este país y las heridas que dejó su genocidio, Ban decidió apostar por un proyecto original para asistir a la población: levantar una serie de tiendas hechas con tubos de cartón que pudiera albergar a los individuos más desasistidos y frágiles de la población.
En Nepal hizo lo mismo cuando el país fue afectado por un terremoto que hundió gran parte de sus infraestructuras y dañó cientos de hogares. Sin apenas vacilar, propuso una serie de casas, marcadas por su capacidad para ser levantadas con extraordinaria rapidez, y que, al mismo tiempo tuvieran un uso polivalente, para que las personas pudieran concederles el uso que mejor les venía en cada momento. Estaban construidas con materiales cercanos, no alejados de las capacidades de los habitantes y les proveía de un refugio. Su originalidad para atajar y proponer soluciones inmediatas y de urgencia es en su caso todo un talento, algo, sin duda, reseñable. En Japón, de nuevo, dio muestras de su talento para la arquitectura improvisada, y creó en un tiempo récord toda una ciudad hecha a partir de contenedores para auxiliar a la población y mientras llegaba el dinero y la reconstrucción se llevaba a cabo.
Una apuesta por la tradición
Ban, en un principio, no iba a ser arquitecto. Su padre, en realidad, trataba de inculcarle la vocación musical, pero los instrumentos no tenían ninguna afinidad con él. Durante sus estudios en el colegio es cuando nació esta temprana inclinación hacia la ordenación del espacio y su racionalización. Su madre, una diseñadora de moda, resultó un sostén indiscutible para que sacara adelante esta temprana llamada y resultó un firme baluarte para sus intenciones. Ella resultó la persona que le inculcó esa mentalidad que le animaba a mantenerse de pie y no arredrarse ante las metas que se proponía, por muy altas que pudieran parecer.
Parece ser que esa tutoría resultó acertada, porque hoy Ban es uno de los nombres propios de la arquitectura, con proyectos en Francia, como la oficina temporal que hizo por encargo para el Centro Pompidou de París, el célebre Museo Nómada o el Pabellón de Japón para la Exposición Universal de 2000, que fue la estructura de cartón más grande y más compleja que se había realizado hasta ese momento, convirtiéndose en uno de los reclamos de esta cita. Shigeru Ban, que permanece alejado de algunas tendencias modernas, que rehúye de excesos tecnológicos y que, de hecho alerta a los jóvenes pupilos de su disciplina sobre este punto, le gusta apostar en realidad por materiales más tradicionales, a poder ser propios de la cultura de cada país, para mostrar una coherencia entre el lugar y los edificios que se erigen allí, logrando unos edificios que conjugan una enorme calidad, pero que no suponen enormes desembolsos.
De hecho, el acta del Premio Pritzker afirmaba: “Shigeru Ban es un arquitecto incansable cuya obra rezuma optimismo. Donde otros pueden percibir retos casi imposibles de superar, Shigeru Ban ve una invitación a la acción. Donde otros pueden preferir tomar un camino ya probado, él ve la oportunidad de innovar. Es además un profesor comprometido que no sólo representa un modelo a seguir para la generación más joven, sino también una fuente de inspiración».
Se hace así con este galardón, al que han optado un total de 36 candidaturas de 17 nacionalidades, y está dotado con una escultura de Joan Miró -símbolo representativo del premio-, un diploma acreditativo, una insignia y la cantidad en metálico de 50.000 euros.