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Beatriz Carvajal: «Hay un desprecio por lo nuestro que no entiendo»

larazon

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Hace de Toñi en «Los diablillos rojos», una histérica creyente que tendrá que pelear con unos personajes que le rondan en la cabeza y que la hacen gozar de más.
De pequeña soñaba con ser actriz e, indudablemente, lo logró, como sus referentes, Baró y Gutiérrez Caba. Más mayor, quiso tener dos hijas y las adoptó, Nisma y Montse. Ahora, sus sueños se juntan –tras estrenar en Segovia, Zaragoza y San Sebastián– en las tablas del Teatro Amaya, desde hoy, para compartir aventura junto a Montse, que conserva el apellido familiar Pla. Amor, locura y algo de cordura, de quien menos se esperaba, se unen para combatir el ataque de histeria de Toñi, Beatriz Carvajal.
–¿Cómo lleva la relación con los diablillos?
–¡Ay, qué tortura... (bromea)! Es una función hecha con mucho humor y llena de amor. Por momentos el público puede sentirse enternecido con los personajes y luego que se va a reír. Son dos casos psiquiátricos reales fruto del encuentro entre Eduardo Galán y Arturo Roldán.
–Hábleme de su personaje.
–Es una mujer abandonada por los suyos, está muy sola. Y esto hace que termine histérica, estado en el que, por lo visto, se desarrolla mucho la sexualidad. Entonces su mente, para defenderla de esa soledad, le crea una fantasía: unos diablillos que la divierten y le hacen gozar. Aunque, por otro lado, como es muy creyente está horrorizada. Quiere que se los quiten, pero le da pena, pues es su única compañía.
–¿Llega a estar enferma?
–No, es circunstancial, creo yo. La soledad puede hacer enfermar.
–¿Y qué diablillos tiene Beatriz Carvajal en su cabeza?
–¡Y yo que sé (risas)!
–Pues si no lo sabe usted...
–Afortunadamente, aunque he hecho muchas locuras en mi vida, creo que –toco madera por si acaso– estoy medianamente centrada como para no tener diablillos.
–¿Ni siquiera los «clásicos» bueno y malo?
–De esos tenemos todos. Aun así, me acuesto con la conciencia tranquila de no haber hecho daño a nadie. Por inevitable que sea que, un día, una frase, una palabra, moleste a alguien que no pretendías. Ahí están los diablillos malos, y los buenos salen cuando echas una mano a quien lo necesita.
–Y Toñi no es la única en esa planta de psiquiatría.
–Está el personaje de Juanjo Cucalón, que sufre el síndrome de Cotard. Esta gente piensa que es transparente, que pesa menos que una pluma, que huele mal... y el pobre va con una máquina de escribir toda la función porque dice que si la suelta saldrá volando.
–Y luego aparece una compañera de reparto especial, con la que trabaja por primera vez.
–Estoy encantada. Cuando me ofrecieron la función, vi su personaje y le dije al director: «Si hacéis casting me gustaría ver a Montse». Y resulta que Eduardo la había visto en «Razas» y le había gustado mucho, y entonces dijo: «Quiero que sea ella». Como actriz, le viene muy bien estar en el teatro, el espacio por excelencia de la interpretación. Y, egoístamente, me gusta tenerla en el escenario.
–¿Se deja ver ese rol de madre?
–No, en el momento que empieza la obra nos ponemos a hacer el trabajo lo mejor que quiere cada una.
–¿Ni un poco?
–No puedes evitar el qué bien esto o lo otro. Ahí sí, pero lo importante es que ella sale a hacer su trabajo y yo el mío. Además, empezamos las dos la función con un enfrentamiento brutal.
–Hay quien comenta que hasta se parecen físicamente...
–(Risas). Eso dicen, pese a no tener sangre común. Pero bueno, el mimetismo, el haber estado juntas tanto tiempo...
–Los gestos...
–Sí, cosas parecidas. Me gusta.
–Al principio ha citado el amor, que aquí se dice que no sabe de edades, usted lo sabe bien.
–Está muy bien que se trate. Cuando te enamoras no puedes andar con tonterías...
–Ni miramientos...
–Eso. Qué más da si te lleva 20, 30 o 40 años, hay que vivirlo, lanzarse. Si surge no hay que ponerle puertas al campo. Que dure lo que sea, pero lo disfrutas.
–Amor y humor, ¿terapia estrella?
–La mejor. ¿Cómo se pueden abordar temas tan duros así? Precisamente por eso. Los grandes monólogos siempre hablan de cosas que duelen, hay que darles la vuelta para llevarlas para delante. Está muy bien rebajar el dolor con humor.
–Quitarle hierro.
–No, sino darle toda la importancia que tiene desde un punto de vista en el que seamos capaces de reírnos de nosotros.
–Dentro del juego de la cordura y la locura médico-paciente, ¿quién pierde más el norte?
–Todos tenemos un punto de locura, médicos incluidos. Y al final cuerdos terminamos todos porque triunfa el amor, que es cordura.
–Ahora está centrada en la interpretación al 100%, pero tuvo una etapa de humorista en la que vendía «caracoles» en una cesta.
–Eso era una cosa de mi padre, le salía el humor por los poros, era tremendo. Un día dijo: «¿Sabes que los políticos son iguales que los caracoles? Tienen cuernos, son blandos, son babosos, se arrastran, son hermafroditas y cuando les atacas se menten en su caparazón hasta salir al sol que más calienta». Entonces me dio el ataque de risa y lo incorporé al «show» que hacía. Tiene su gracia, pero no digo que todos sean así.
–No los metamos en la misma cesta.
–Exactamente.
–Y, además de luchar con estos diablillos, ¿qué más tiene entre manos?
–¿Te parece poco para mi edad?
–Yo es que era muy de «Los misterios de Laura», se echan en falta.
–Eso fue una pena, enganchó muy bien y tenían muchos seguidores, pero TVE, de repente, decidió que prefería comprar la versión americana a la nuestra... Eso sí que es un misterio.
–Habrá que mandar a Laura a que lo averigüe.
–Vamos a tener que ponernos con ello. Han pasado cosas muy raras, a María Pujalte le dieron el premio en EE UU a la mejor actriz de televisión y aquí no se ha contado. Hay un desprecio por lo nuestro que no lo entiendo.
–Malos tiempos para TVE.
–Estoy convencida de que en otra cadena hubiera funcionado muy bien y que se habría mantenido porque era una serie de culto, llegaba el día y la gente se pegaba a la televisión. Yo me lo pasaba muy bien haciéndola. Ahí había alguien que tenia un contencioso con Laura...