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Bieito embrutece con Zimmermann

El director regresa al Teatro Real con «Die Soldaten», un montaje con 120 músicos-militares que «muestra la maldad humana».
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El director regresa al Teatro Real con «Die Soldaten», un montaje con 120 músicos-militares que «muestra la maldad humana».
Vuelve Bieito al Real –recordemos la que se lió con «Carmen» durante el otoño, pese a llevar años girando por medio mundo– y lo hace con otro montaje «cañero, duro. Hay que venir preparado», avisan desde el teatro. Es el «Die Soldaten (Los soldados)» de Bernd Alois Zimmermann, que se programará del 16 de mayo al 3 de junio. «El momento más imprescindible de la temporada, un acontecimiento mayúsculo», apunta Joan Matabosch, director artístico del centro, sobre «una de las obras más importantes del siglo XX». Pieza «irrepresentable», como se consideró durante años, que ha hecho de su mala fama su mejor arma para convertir cada representación en un evento único. Un hito que, en manos de Calixto Bieito y según las palabras de Matabosch, se convierte en «un espectáculo colosal» en el que se muestra al ser humano atrapado en un medio social mediocre y marginal donde la razón sucumbe a las circunstancias.
Pero, ¿qué hace de «Die Soldaten» una ópera tan difícil? Responde Pablo Heras-Casado, responsable musical de la cita: «Es lo más extremo a lo que cualquier músico se puede enfrentar. Una obra tan fundamental como ambiciosa. Todo forma parte de lo utópico. Descifrar la partitura es ya un reto. Ahora el Real saca músculo y demuestra que está al nivel requerido».
Un listón puesto por un Zimmermann, de quien se celebra su centenario, que no escatimó en artificios ni en dimensiones: 16 papeles solistas y 120 músicos que estarán, literalmente, sobre el escenario del Real en una «disposición atípica», como la define Matabosch. El foso se cubre para darle espacio a los cantantes y la orquesta se eleva sobre las tablas como «el elemento dramático más potente», añade Heras-Casado.
En «Die Soldaten» es la música la que tritura a los personajes. «Los instrumentos son armas de fuego, la percusión son los cañones y la orquesta va arrastrando a los personajes hasta la extenuación. Una orquesta que vuela y masacra», cuenta Bieito, aquí director de escena. Los cantantes se acercan al patio de butacas hasta ocupar el foso –nivelado con el resto de las tablas– para «provocar un efecto de primer plano muy importante para esta ópera –continúa–, porque en la tradición de los montajes presentados hasta ahora la energía se expandía por muchos sitios en contra de un hilo argumental que se perdía».
Una violación
Ahora Bieito lucha contra los elementos de la ópera para completar una puesta en escena que marca época y que Matabosch define así: «Los inmensos efectivos orquestales de “Die Soldaten”, imposibles de acomodar al foso de un teatro, se sitúan sobre un andamio que ocupa todo el escenario y cuya agresiva desnudez retumba contra los oropeles decorativos de la sala. Sobre el andamio, los músicos de la orquesta visten uniformes de combate, con sus instrumentos musicales en ristre igual que si fueran ametralladoras y cañones. Como si la partitura no tuviera que interpretarse, sino más bien dispararse. Bajo esta imponente construcción se sitúan diversos túneles por los que hacen su aparición cantantes, actores y carros rodantes sobre los que se encuentran algunos de los numerosos instrumentos de percusión», cierra.
Pero si hay algo que destaca en la obra de Zimmermann es la brutalidad, «tanta como la del ser humano, que es infinita. Tenemos una capacidad inimaginable para destruir», lamenta Bieito. «Si algo ha caracterizado el siglo XX desde un punto de vista negativo es que jamás se habían visto en la Historia tal cantidad de horrores, maldades y aberraciones. Y aquí el autor, que lo conoció en primera persona [luchó en la Segunda Guerra Mundial], lo refleja como nadie. Es un abismo de brutalidad». Horror que le ha hecho cambiar la rutina a Bieito y acortar los ensayos de 6 a 3 horas «para no dejarme arrastrar por la propia pieza. Te lleva a sitios en ti mismo que te crean una inquietud y una angustia extremas. Tuve miedo de dejarme llevar por ese pesimismo». Tan salvaje como actual, «porque desafortunadamente el ser humano es capaz de crear cosas formidables y hermosas, pero también tiene la capacidad de la maldad. Algo que está presente continuamente y para lo que no hace falta que ponga ningún ejemplo».
La principal muestra del mal en esta ópera es la violación de Marie (Susanne Elmark), en quien se centra la descomunal puesta en escena. «Personaje naif, simple y auténtico que sufre un proceso de degradación y destrucción por toda la sociedad que la rodea, incluso por su familia», define el director del montaje. Es la protagonista, una ambiciosa adolescente de buen linaje que está «ansiosa por escalar en la jerarquía social utilizando sus contundentes armas femeninas», explica Matabosch. Pero, completa Bieito, «su trágico destino es el punto culminante donde sufre una violación y expresa el grito de horror de todo este siglo XX». Es ese llanto el que cierra, un símbolo de la aniquilación de la humanidad.

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