Literatura

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Cervantes, del revés

Retrato de Miguel de Cervantes expuesto en la Biblioteca Nacional de Madrid con motivo de la exposición «De la vida al mito»
Retrato de Miguel de Cervantes expuesto en la Biblioteca Nacional de Madrid con motivo de la exposición «De la vida al mito»larazon

Este jueves sale a la venta «Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía», una obra en la que Jordi Gracia hace hincapié en la dimensión humana y sentimental del escritor y que está llamada a convertirse en su nueva biografía de referencia.

Al cumplirse cuatrocientos años de la muerte de Miguel de Cervantes (Alcalá de Henares, 1547-Madrid, 1616) van a sucederse numerosos actos conmemorativos y diversas publicaciones asediarán su fascinante obra y personalidad. Pero ¿quién fue realmente el genial autor del Quijote? Se ha especulado sobre penosas andanzas de su vida, su perfil intelectual, aparatosas relaciones familiares, lances y desafíos que han acabado conformando un imaginario entre admirativo y fantasioso, poco convincente desde el rigor historiográfico o la simple sensatez investigadora. Este desconcierto biográfico ha generado una emblemática iconografía: el manco de Lepanto, cautivo en las mazmorras de Argel, encausado por oscuras deudas tributarias, voluntarioso aunque fallido poeta o protagonista de una contrariada vida sentimental. Esta tópica figuración cervantina se ha impuesto durante años, arrumbando una deseable mirada selectiva, crítica y documentada sobre aspectos de difícil dilucidación. Es el caso, por ejemplo, situándonos en el contexto del siglo XVI español y la consideración social que otorgaba la «limpieza de sangre», del tema de la ascendencia judaico-conversa de nuestro novelista. Américo Castro así lo defendió en sus estudios cervantinos, mientras que Jean Canavaggio afirmaba que no existe prueba fehaciente de esa supuesta identidad.

Influencia de la locura

Al mismo tiempo, cabe reconocer el acierto de ya históricas teorías como, con Marcel Bataillon al frente, la influencia de Erasmo de Rotterdam, sin cuyo «Elogio de la locura» difícilmente entenderíamos los delirios del inolvidable hidalgo manchego. En la clarificación y certidumbre de estos y otros aspectos es definitiva la biografía «Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía», de Jordi Gracia (Barcelona, 1965), catedrático de literatura española en la Universidad de Barcelona, especialista en el género ensayístico y autor también de sendas biografías de Dionisio Ridruejo y José Ortega y Gasset. El subtítulo del libro nos orienta hacia esa particular actitud vital de Cervantes que acabaría impregnando toda su literatura: un arraigado tono de bonhomía irónica, comprensiva tolerancia, distanciada resignación existencial, condescendiente humorismo y relativizadora filosofía de lo cotidiano. La mirada crítica se centra en la propia mirada cervantina y el lector se encuentra acompañando así al biografiado en su singular aventura estética y personal: «Este libro cuenta la vida de Cervantes narrada a pie de calle, con el punto de vista emplazado en la cabeza del escritor, como si dispusiésemos de una cámara subjetiva que lo atrapase en sus virajes y sus revueltas, en las rectas y en las curvas (pág. 14)». Y efectivamente, contando con la rigurosa, aunque no amplia, documentación conservada, un consumado dominio de la mejor bibliografía sobre el tema, apoyándose en fundadas conjeturas personales, sólidas hipótesis y lógicos supuestos, Jordi Gracia va desarrollando la fascinante trayectoria de un genial novelista, acertado dramaturgo y discreto poeta traído a nuestra contemporaneidad con familiar criterio y desinhibida expresión.

En la mejor tradición biografista anglosajona, se combina aquí el análisis de acontecimientos políticos y sociales con el relato de la vida cotidiana, sin olvidar las mentalidades de época, el contexto cultural, la sociología lectora o las grandes corrientes literarias europeas. Se detallan así oscuros episodios como el de la aparición ante la casa de Cervantes, malherido y moribundo, del caballero Gaspar de Ezpeleta; la áspera relación que siempre tuvo Cervantes con su hija Isabel, fruto de sus amores con Ana de Villafranca, esposa por otro lado de un consentidor tabernero; el asunto de un célebre soneto atribuido a nuestro novelista y cuya autoría aquí se asegura, con motivo de las exequias de Felipe II; las curiosas circunstancias que devienen en la fijación de su firma, «Migueldecerbantes», como distintivo ya de una reconocida y celebrada autoría; las penalidades de un recaudador de impuestos rurales que había vivido en sus propias carnes, allá en Lepanto, «la más alta ocasión que vieron los siglos»; sus contrariados esfuerzos por acomodarse en un digno empleo burocrático cerca de la Corte y sus problemas frente a la Hacienda pública al no cuadrar las cuentas recaudatorias; el minucioso detalle de la retahíla de deudas, embargos, litigios y conflictos judiciales varios que asediaron continuamente a la familia de Cervantes; o sus interminables trifulcas personales y literarias con un combativo e ingenioso Lope de Vega. Pero esta es, ante todo, una biografía literaria, la historia y valoración de una obra de ingentes proporciones estéticas. Destaca así el proceso de gestación del Quijote, cuya inicial pretensión ridiculizadora de las novelas de caballerías se va ampliando hacia la configuración de un universo en el que, paradójicamente, un héroe loco representa la sensata sabiduría cotidiana.

Cervantes, que ha descubierto hace años el valor de la ironía, desarrolla espléndidamente ese «mundo al revés» en el que nada es lo que parece; los molinos son gigantes y los rebaños de ovejas, temibles ejércitos. Imposible expresarlo mejor: «De golpe algo extraño empieza a pasar con Don Quijote. No todo el rato está atrapado por la fantasía caballeresca, ni habla solo desde su código privativo y autista. Corrige el habla inculta de los cabreros con buen tino, razona convincentemente con Sancho informándole de las condiciones de la caballería, perora sobre la edad dorada en medio de una escena humorística, sumido en cavilosas meditaciones sobre pasados y más justos tiempos, mientras contempla arrobado unas bellotas. (...) La conquista de la ironía como núcleo estructural de la novela está poniéndose en marcha porque en Cervantes ha cuajado ya lo que lleva dentro Don Quijote (págs. 245-246)». Se explica así ese prodigio metaliterario por el que un personaje de la extravagante literatura caballeresca se escapa de esos libros, cobra entidad humana y se planta en medio de los caminos, desastrado caballero andante, presto a «desfacer entuertos» y enfrentarse a innumerables encantadores y malandrines.

No se descuida aquí la restante obra de Cervantes y, por ejemplo, en el apartado hábilmente titulado como «Mesa de trucos para once novelas» se desvela la metodología creativa de ese conjunto narrativo que son las «Novelas ejemplares», auténtica joya del humanismo estético y la entrañable sentimentalidad; se valora en toda su excelencia la luminosa complejidad de una novela bizantina como «Los trabajos de Persiles y Sigismunda», que supone un cierto alejamiento del característico clasicismo realista; fluyen los perfiles cualitativos de «Viaje del Parnaso», un curioso y extenso poema narrativo de reminiscencias mitológicas y honda ambición retórica; se prueba la versatilidad creativa cervantina al analizar perspicazmente «La Galatea», conseguida novela de tradición pastoril; sin olvidar esa maravilla de humor teatral y crítica social que son los «Entremeses», una pura delicia comediográfica. Con una metodología de impecable rigor académico, el contrastado cotejo de una amplia documentación, la revisión crítica de la bibliografía especializada y un estilo expresivo cercano y hasta desinhibido, Jordi Gracia ha conseguido, apoyándose en los valores humanistas de lo irónico, una biografía de Cervantes de imprescindible consulta e inmejorable lectura.

Fin a las desgracias

Este libro desmiente esa arraigada imagen tópica de un Cervantes perpetuamente sufriente, anegado en una existencia repleta de desgracias y contratiempos. Sin obviar estas circunstancias, detallándolas incluso en su justa medida, resulta prioritaria la mentalidad gratificante y optimista de nuestro novelista, que se sobrepone pacientemente a todo tipo de adversidades. Un natural carácter tolerante, contemporizador y hasta compasivo, sumado a una concepción erasmista del humanismo cristiano dan como resultado una estoica noción de la existencia como el asumido relato de una serie de penalidades, de las que acaso la literatura venga a consolar. De ahí la legendaria bonhomía de Cervantes, a quien Jorge Luis Borges comparaba con Quevedo, desde el punto de vista de las entrañables complicidades que ambos podían establecer con el lector, concluyendo el genial argentino que del autor del Quijote cualquiera se haría inmediatamente amigo, mientras al esquinado –por más que lúcido– Quevedo, mejor admirarlo a prudente distancia. Este talante cervantino se traslada a buena parte de su obra, con inolvidables personajes extraordinariamente comprensivos con las flaquezas morales de la condición humana. Destacan, en este sentido y aparte de Don Quijote, los pícaros Rinconete y Cortadillo, o Tomás Rodaja, aquel conmovedor licenciado que se creía de vidrio.