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Música

Ulises Fuente

Chicho Sánchez Ferlosio, el cantautor ácrata hijo de la Falange

Un documental dirigido por David Trueba se asoma a la vida del hijo de Sánchez Mazas, fundador de Falange, un cantautor que se volvió anónimo pero sin el que no habrían existido Krahe y Sabina

Chicho Sánchez Ferlosio en una imagen de "Si me borrara el viento lo que yo canto"
Chicho Sánchez Ferlosio en una imagen de "Si me borrara el viento lo que yo canto"larazon

Un documental dirigido por David Trueba se asoma a la vida del hijo de Sánchez Mazas, fundador de Falange, un cantautor que se volvió anónimo pero sin el que no habrían existido Krahe y Sabina

El suyo es uno de esos casos de olvido paradigmático aunque a ello contribuyese la propia personalidad de nuestro protagonista, ácrata y esquivo, y otro factor: las canciones de Chicho Sánchez Ferlosio se convirtieron en populares, se filtraron en la conciencia como una lluvia fina hasta volverse anónimas, es decir, lo máximo a lo que puede aspirar quien escribe tonadillas. Un filme dirigido por David Trueba, “Si me borrara el viento lo que yo canto” y que se estrena en el Festival In-Edit de documental musical mañana, trata de acercarse a su figura como ya lo hiciera su hermano Fernando en “Mientras el cuerpo aguante” (1982). Su cancionero y el resto de su obra, entre maldita y de culto, sigue siendo difícil de encontrar si se busca, pero asoma por todas partes.

Chicho nació con los nombres de tres fundadores de Falange: José Antonio (por Primo de Rivera) Julio (por Ruiz de Alda) Onésimo (por Redondo) SánchezFerlosio. Así que tampoco es de extrañar que prefiriese bautizarse de nuevo. Después, incluso acortaría más su nombre hasta Chicho Sánchez. Aclaración importante: Chicho adoraba a su padre, Rafael Sánchez Mazas, pese a la diferencia ideológica y pensaba del autor del “Cara al sol” que era un estupendo poeta. En la película de David Trueba, abre sus cuadernos de poesía con admiración y cariño. Pero claro, Chicho era otra cosa: logró su primer gran éxito en público cuando fue expulsado del Ramiro de Maeztu por subirse a una estatua ecuestre y dar un discurso imitando la voz de Franco. Entró en el Liceo italiano de rebote y solo tenía 17 años cuando fue encarcelado en Carabanchel por proferir una blasfemia. Se libró por ser quien era su padre.

A su proverbial anonimato contribuyó un hecho fundamental. Sus mejores canciones, escritas a golpe de ira contra la realidad política y al calor de su militancia comunista, fueron editadas por primera vez como “anónimos españoles” en 1963. Fueron lanzadas por Clarté, una asociación sueca procomunista, que envió a dos de sus miembros en un Renault 4 hasta Madrid. Llegaron, asustadísimos, y grabaron a Chicho con un magnetófono cantar “Los gallos (gallo negro, gallo rojo)” y otras como “La balada de Julián Grimau” dedicada al ajusticiamiento del líder comunista en un disco titulado “Canciones de la resistencia española”. Sánchez Ferlosio había compuesto esos temas para levantar el espíritu contestatario, a lo Woody Guthrie, caminado por las Facultades de la Complutense cual flautista de Hamelín. Ningún crédito reconocía su autoría por razones obvias de seguridad, pero el lanzamiento fue un éxito entre los jóvenes socialdemócratas de Suecia (hicieron decenas de versiones en la lengua de Mankell), un país que se dividía entre los que viajaban a España en agosto a descansar y olvidarse de la política y quienes pedían el boicot a las vacaciones de verano en la España franquista. Ese disco, que ha sido recientemente reeditado, llevaba una portada de Pepe Ortega y cundió la impresión de que eran canciones populares de la Guerra Civil o algo parecido.

Chicho se aplacó de su comunismo maoísta cuando visitó Albania, el paraíso europeo de la doctrina y volvió horrorizado por muchas razones. Esa parte la explica en primera persona en le película de Fernando Trueba, pero en la de su hermano David también queda claro que vuelve desilusionado y abandona la militancia. Heredó y tiró el dinero y en 1970 agarró una furgoneta en Madrid y llegó a la India con su mujer y sus dos hijos durante cinco meses de travesía, llegando hasta Sri Lanka.

Sin distinguir después el anonimato de la clandestinidad de sus inicios, Chicho Sánchez Ferlosio fue coherente con sus principios. Fue el cantautor que eliminó el autor de la ecuación y el cantante que quiso serlo poco. Y eso que fue el primero en España que podría haberse dado a sí mismo el cargo de cantautor, pero abdicó de él y de unas cuantas cosas más. Porque al término de las locuras de la India, del mayo francés y otras inconsciencias, Sánchez Ferlosio busca asiento en Madrid y se convierte en punto cardinal de una generación. Chicho y sus “chichadas”, su ingenio, humor, locura fue el aglutinante e inspirador de una escena. Fue él quien convenció a Krahe para que se decidiese a cantar y por tanto quien plantó la semilla de La Mandrágora. Fue inseparable de Amancio Prada y se escoró cada vez más hacia el anarquismo que compartía con Agustín García Calvo. Más tarde, en 1999, surgieron las canciones a Durruti, Ascaso y García Oliver, conocidos como Los Solidarios, y todo tipo de coplas satíricas.

Sin embargo, siempre rechazó la profesionalización porque era un amante del oficio. Cuando la CBS le ofreció grabar un disco, él sencillamente dijo que no. “Que no veía el tema”. No es que se recree en el fracaso, sino que el éxito le parece desconfiable y detesta la burocracia, los contratos. Pero no iba a indultar por ello a la industria y al capital. Cuando Joaquín Sabina hizo famoso uno de sus temas, “Círculos viciosos”, que apareció publicado en “Malas compañías” (1980) Chicho demandó a las discográficas CBS y April Music, vinculadas entre sí, por falsificación de copyright. En 1978 acedió a grabar “A contratiempo” en directo, casi más para dejar testimonio de que las canciones que llevaban sonando una década eran suyas pero siguió siendo un escéptico de la fama y el comercio.

El documental, sin embargo, no profundiza en algunos dramas personales como la muerte de su primer hijo en 1964, el nacimiento del segundo con parálisis cerebral en 1975 y el fallecimiento de su única hija en 1977 por una caída. Tampoco abunda en sus múltiples facetas alucinantes, como la de lector de la Biblia, estudioso de las sílabas del castellano y otros aspectos lingüísticos, aficionado a las matemáticas. Pero lo cierto es que la vida de Chicho siempre fue muy propensa a lo inesperado y a cierta melancolía. “La milonga del moro judío” que escribió Chicho la versionó Jorge Drexler con mucha fama y fortuna, pero los versos se los dio Sabina. Y así es como a veces pasan las cosas.