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Audrey Hepburn, entre el glamour y el hambre

Tras la huesuda y elegante delgadez de la estrella de Hollywood se esconde una historia marcada por la tristeza de un padre ausente y por los horrores de la guerra
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No lo hacía por estética, sino más bien por una cuestión, quizá, de costumbre impuesta. Audrey Hepburn, que falleció un día como hoy de 1993 en Suiza, fue una gran estrella de Hollywood por su talento. Continúa hoy siendo leyenda gracias a sus interpretaciones en “Vacaciones en Roma” (1953) o “Charada” (1963). Y su rechazo hacia la comida no respondía a los canon de belleza establecidos en su época y , sino más bien a una serie de cuestiones que le venían desde siempre. Audrey Hepburn no tuvo lo que se llama una infancia feliz. Vivió la Segunda Guerra Mundial junto a su madre, en unos Países Bajos dominados por los nazis. Fue testigo de hombres, mujeres y niños judíos cargados en carromatos, una imagen que le atormentó durante toda la vida. A esto, se le suma que uno de sus hermanos estuviera en un campo de concentración, y que un tío y un primo fueran fusilados. Pero su tristeza también se fomentó por las carencias afectivas respecto a la figura paternal -él les abandonó tras divorciarse de su madre-, lo que influyó en que la actriz tuviera siempre una tendencia a la depresión.
Con la guerra llegó la escasez, lo que produjo una gran hambruna en los Países Bajos, ante todo durante el invierno de 1944. Hepburn pasó días sin comer, lo que tuvo algo que ver con la extrema delgadez de la actriz durante toda su vida. Pero no se trataba de una dieta autoimpuesta, ni era algo digno de la envidia, pues se convirtió en un icono de la moda y una de las intérpretes más elegantes y glamurosas de su época. Según contó en una entrevista su hijo Luca Dotti, la actriz, “al final de la guerra, estaba muy cerca de la muerte. Sobrevivió comiendo ortigas y bulbos de tulipán. Además, solo bebía agua para llenar su estómago. Pesaba 33 kilos. Sufrió de anemia durante el resto de su vida, posiblemente como consecuencia”.
De hecho, ella llegó a contar que un soldado americano le provocó una gran diarrea, pues le dio cinco tabletas de chocolate tras la liberación de Holanda. De esta manera, y según contaría la biógrafa de Hepburn, Diana Maychick, el hambre le hizo resentirse con la comida. “Decidí dominar la comida, me dije a mí misma que no la necesitaba”, le dijo la artista, “y por supuesto que eso lo llevé al extremo. Si en el pasado logré subsistir sin apenas alimentos, también lo puedo hacer ahora. Me obligué a eliminar la necesidad de comida”, confesó.
Una especie de tabú ante los alimentos, que no respondía a un trastorno alimenticio, según desmintió su hijo en una entrevista a “The Guardian”: “La gente piensa que ella era delgada porque tenía un trastorno, pero no es cierto. Le encantaba la comida italiana y la pasta. Comió muchos granos, no mucha carne y un poco de todo”. Por tanto, fue la tristeza y los horrores de la guerra lo que perjudicaron a la de “Desayuno con diamantes” en su constitución física, y lo que hizo que fuese reconocida por su fina figura, su huesuda y a la vez elegante silueta.

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