Timothée Chalamet, con poca hambre en Venecia
El actor protagoniza «Bones And All», una historia de adolescentes caníbales que recorren Estados Unidos dirigida por Luca Guadagnino
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Sobre el papel, no puede ser más atractiva: una película de romance adolescente entre dos hermosos caníbales… ¡con Timothée Chalamet!. “Bones and All”, lo último de Luca Guadagnino presentado a concurso en la Mostra, podría ser un “Crepúsculo” para nostálgicos del cine ‘indie’ de los noventa a los que no les importara comer carne cruda, aunque, probablemente, esta definición prometa más de lo que, en realidad, la película está dispuesta a dar. Guadagnino asegura que “Bones and All” es una meditación sobre el amor entre criaturas que viven al margen de la sociedad. Eso explica por qué el canibalismo, considerado como uno de los mayores tabús de la sociedad occidental, funciona no tanto como metáfora sino como pretexto argumental. Guadagnino no parece interesado en el género fantástico, ni en sus posibilidades subversivas: si la comparamos con “Crudo”, donde Julia Ducournau ponía en relación el despertar sexual de la adolescencia femenina con el consumo de carne humana, “Bones and All” es puro Disney. Da la impresión de que el director de “Call Me By Your Name” no confía en su propuesta, muy singular, hasta las últimas consecuencias. Prefiere cortar a una canción ‘folk’ a mostrar lo inmostrable; es decir, a cruzar el límite, bien sea del ‘kitsch’ (la primera y deliciosa parte de “Crepúsculo”), bien de lo políticamente correcto (“Crudo”).
Lo que queda es una película que quiere ser demasiadas cosas al mismo tiempo: una de “lovers on the run” con rebeldes atormentados al volante (y con carisma: a Chalamet se le añade Taylor Russell); una ‘road movie’ que atraviesa la América profunda de los ochenta reaganianos (apunte político nada desarrollado); una reformulación caníbal del cine ‘teen’ a la que le faltan caninos más afilados; y una película generacional, que reflexiona sobre lo que los padres dejan en herencia a sus hijos, y cómo estos sobreviven a las heridas de ese legado sin que estas cicatricen del todo. Es ahí donde “Bones and All”, que podría ser una secuela de la notable serie de Guadagnino para la HBO, “We Are Who We Are”, consigue algo parecido a sentir empatía por sus personajes. El filme transmite con acierto esa soledad inherente a la adolescencia, ese mundo donde el adulto o está ausente o es una amenaza (el personaje que interpreta un perturbador Mark Rylance), y todo parece posible, menos la normalidad. Tendrá razón Chalamet cuando, en loor de multitudes y con una falda de lo más chic, afirmó rotundo en rueda de prensa: “Estamos al borde del colapso social”.
La banlieue
Para los inmigrantes de segunda generación que nacieron en las ‘banlieus’ francesas, la normalidad sigue siendo la marginalidad, la xenofobia, las condiciones de vida paupérrimas. Desayunan colapso, vaya. En el ghetto se forman comunidades estancas, con las diferencias identitarias -desde la rabia extremista y el mercadeo con armas y sustancias ilegales hasta la voluntad de integración- que “Athena” representa en los tres hermanos protagonistas, que hacen circular la trama a partir del asesinato (en off) de su hermano pequeño. Ese asesinato, que puede o no haber sido perpetrado por la policía, desata una batalla campal en ese suburbio que lleva el nombre, precisamente, de la diosa de la guerra y la sabiduría.
El prólogo, un virtuosísimo plano secuencia que cruza espacios y personajes en una coreografía imposible, puede ser engañoso. Parece que vamos a ver los conflictos sociales de la Francia contemporánea convertidos en un espectáculo para masas, concentrado en el microcosmos de un suburbio flanqueado por barricadas y defendido por cóctels-molotov. Si la interpretamos como una fábula social, “Athena” sale mal parada, más allá de su innegable nervio visual: por un lado, frivoliza sus denuncias convirtiéndolas en material en bruto para una película de vikingos, con enfática y wagneriana banda sonora, y por otro, acaba defendiendo al sistema policial de una forma un tanto maniquea. Si la interpretamos, por el contrario, como una tragedia griega, el filme supera sus complejos. Cuando el director, Romain Gavras -que ha trabajado en estrecha colaboración con Ladj Ly, autor de la muy similar “Los miserables”-, afirma que es una película que podría transcurrir en cualquier época y lugar porque “cada guerra oculta una manipulación, una mentira original”, que implica que “siempre haya fuerzas en las sombras que alimentan el conflicto”, está universalizando el relato del filme, a la vez que lo particulariza en una historia de venganza ciega que es, también, la crónica de una disolución familiar impulsada por el Estado. Es entonces cuando “Athena”, alentada por su sentido de lo trágico, resulta menos previsible de lo que parece.
Cancelando a Tolstoi
Trágica fue, por supuesto, la vida de Sonia Tolstoi, que, en su primer largo de ficción (y ya ha cumplido los 92), titulado “Un couple”, Frederick Wiseman condensa en un monólogo de poco más de una hora. Adaptando la profusa correspondencia que mantuvieron mientras eran marido y mujer, y también fragmentos de sus diarios íntimos, el maestro del ‘cine directo’ le concede la palabra a quien nunca la tuvo, a quien siempre fue negada por la misoginia y los ciclotímicos cambios de humor del autor de “Guerra y paz”. Como en sus documentales, no hay una búsqueda de la progresión dramática sino la descripción de un proceso de decepción y desenamoramiento que se despliega a través de la repetición de los desencuentros de una vida en común. Wiseman sitúa a su actriz, Nathalie Boutefeu, en plena naturaleza, liberándola de un espacio doméstico que la oprimía, y una vida familiar (tuvieron trece hijos, de los que sobrevivieron nueve) que la esclavizó. “Un couple” cancela por omisión a León Tolstoi.