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Christian Bale, el peso pesado del poder

El actor, con 18 kilos más, se mete en la piel de Dick Cheney, vicepresidente de EE UU durante el mandato de Bush hijo, en «El vicio del poder», una disección de Adam McKay sobre la ambición política y la personalidad del hombre que llegó a regir los destinos del mundo.

Dick Cheney, interpretado por Christian Bale, en la Casa Blanca en una imagen de «El vicio del poder»
Dick Cheney, interpretado por Christian Bale, en la Casa Blanca en una imagen de «El vicio del poder»larazon

El actor, con 18 kilos más, se mete en la piel de Dick Cheney, vicepresidente de EE UU durante el mandato de Bush hijo, en «El vicio del poder», una disección de Adam McKay sobre la ambición política y la personalidad del hombre que llegó a regir los destinos del mundo.

No es descartable que Christian Bale tenga un pacto con el diablo. Y desde hace tiempo. Solo así se explica que sea capaz de estirar y contraer su cuerpo como si fuese un chicle. Hay otro indicio casi defintivo: el actor agradeció a Satán la «inspiración» para interpretar a Dick Cheney en «El vicio del poder» durante la gala de los Globos de Oro, en la que recogió el premio a mejor intérprete. Para dar vida al vicepresidente de EE UU durante la era Bush hijo, tuvo que engordar 18 kilos, al igual que años atrás, en 2004, adelgazó 30 para «El maquinista» y, poco después, subió 50 en «Batman Begins» con vistas a muscularse. Un despropósito para los nutricionista y algo solo al alcance de alguien que efectivamente haya pactado una dieta específica con las fuerzas del mal.

Pero más allá del sorprendente trabajo de caracterización, que exigió seis meses de pruebas de maquillaje con el ganador de tres Oscar Greg Cannom, el reto de «El vicio del poder» pasaba por exponer al público la vida y milagros de un tipo muy desconocido a pesar de haber sido, de facto, quien rigió la política estadounidense e internacional entre 2001 y 2009. Y, de paso, contarlo de manera amena y reveladora sobre el mundo que vivimos. En eso Adam McKay parece haber dado con la fórmula. Su estilo dinámico e irónico, muy juguetón con el espectador (flashbakcs, rupturas de la cuarta pared, collages...) y su predilección por adentrarse en las zonas de sombra de la política y la economía norteamericanas han hecho de él un cinesta de referencia. «La gran apuesta», su cinta anterior, que le valió un Oscar al mejor guión adaptado, es un ejemplo de ello. Su punto de vista jocoso sobre la América reciente hace de él una especie de complemento del más profundo e introspectivo Aaron Sorkin. A los dos les une, eso sí, su shakespeariana indagación de los resortes del poder.

Como gran parte de los estadounidenses, McKay confiesa «no saber gran cosa» de Cheney antes de sumergirse en la investigación. El hombre que decidía a la sombra de Bush, presentado en el filme como un ingenuo juguete en sus manos, era prácticamente un desconocido para su propio país. «A medida que empecé a leer sobre su vida me quedé fascinado con él, con lo que lo impulsaba, aquello en lo que creía. Seguí leyendo más y más y me quedé pasmado con la sorprendente manera con la que Cheney fue adquiriendo poder y lo mucho que ha influido en el lugar que ocupan actualmente los Estados Unidos en el mundo». Su carrera fue sorpredente y meteórica, desde su Wyoming natal, adonde regresó bien joven tras un paso frustrado por Yale, universidad de la que fue expulsado, y donde trabajó como instalador eléctrico mientras cae en la adicción al alcohol, hasta el centro de la política en Washignton D.F. Durante cuatro décadas escaló desde un puesto de becario en el Congreso a, cronológicamente, miembro de la Cámara de Representantes con Nixon, jefe de gabinete con Gerald Ford, secretario de Defensa junto a Bush padre, y finalmente vicepresidente con su hijo.

«Esta película trata un capítulo importantísimo de la historia política estadounidense que no creo que se haya examinado debidamente en la pantalla. Una pieza vital del puzle que explica cómo hemos llegado a este momento del tiempo en el que el consenso político se alcanza mediante propaganda, manipulación y desinformación. Y Dick Cheney fue el hombre en el centro de todo eso», recuerda McKay, que nos presenta a un político familiar, aficionado a la pesca con mosca, que poco a poco va adquiriendo la habilidad necesaria para moverse entre líneas y alcanzar sus objetivos: el poder efectivo, con mayúsculas. El que le llevó a decidir la invasión de Irak sobre la base de las armas de destrucción masiva, los métodos expeditivos de tortura para luchar contra el terrorismo y gratificar con contratos millonarios a Halliburton, empresa de la que había sido consejero delegado. Todo ello con la complicidad y ayuda de su esposa, Lynne Vincent, ambiciosa e inteligente, capaz de moldear a un Cheney perdido en el horizonte de Wyoming. En la progresión y la influencia de Cheney, y en la de los personajes que le rodean (Bush, Donald Runsfeld, etc.) contemplan los espectadores –en palabras del productor Dede Gardner– «cuarenta años de política estadounidense. ''El vicio del poder'' trata sobre la cultura de este país y cómo ha cambiado nuestra sociedad a lo largo del tiempo».

Un esfuerzo titánico

Asegura McKay que el papel de Cheney estaba asignado sin duda a Bale, no ya por su capacidad de transformación sino por la pericia para hacer creíble y generar empatía con cualquier material que cayera en sus manos. «Sabíamos que este papel exigiría un esfuerzo tremendo y lo único que queríamos era que Christian aceptara», recuerda el director. Dicho y hecho. Bale, que encaró la oferta con un gesto de incredulidad, cayó rendido al texto de McKay. «Iba mucho más allá de lo que esperaba. Era emotivo, no solo de una manera política, sino de una forma muy personal. Tocaba lo que suponía ser una persona, formar parte de una familia, de una nación. Y, como es característico de Adam, era muy gracioso». A partir de ahí se puso en marcha la meticulosa y hasta obsesiva maquinaria del actor: «Quería saberlo todo sobre Cheney y quería absorberlo todo –explica Jeff Waxman, productor ejecutivo–. También habló con un nutricionista para ganar el peso necesario de una forma sana. Contaba con un tutor de dicción y uno de movimiento. Cualquier cosa que pudiera hacer para ayudarle a transformarse en Dick Cheney, su forma de caminar, hablar y moverse. Para el día en que empezamos a rodar, se había convertido en ese personaje. Estabas convencido de que te encontrabas delante de Cheney».

Con el atractivo del trabajo de Bale, entre otras cosas, «El vicio del poder» promete ser una candidata firme a situarse en lo más alto de las nominaciones a los Oscar, como ya sucedió en los Globos de Oro. En esta última ceremonia, el pasado lunes, solo logró materializar en premio una de las cinco candidaturas. La semana que viene sabremos cómo encara la lucha por las estatuillas doradas.