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Cuando Nixon encontró a Elvis

Kevin Spacey y Michael Shannon interpretan, respectivamente, al presidente de Estados Unidos y al cantante en un filme que recrea, dentro de lo que se sabe, la reunión que mantuvieron en la Casa Blanca
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Kevin Spacey y Michael Shannon interpretan, respectivamente, al presidente de Estados Unidos y al cantante en un filme que recrea, dentro de lo que se sabe, la reunión que mantuvieron en la Casa Blanca
Elvis Presley, el Rey, el chico blanco que cantaba como los negros en la liberadora década de los cincuenta, decidió a principios de 1970, cuando ya solamente era una estatua cerúlea y viviente de los espectáculos nocturnos de Las Vegas, mover algo más que las caderas y ayudar a su país. ¿Cómo? ¿Por qué? Y, sobre todo, ¿Para qué? Una incógnita. Pero la historia, la real, cuenta que acudió a Washington para, nada menos, reunirse con el presidente de los Estados Unidos, que en esa legislatura en concreto era Nixon. Los avatares de este encuentro es justamente lo que narra «Elvis & Nixon», un filme de corta duración que se mueve en las aguas de la comedia y que reflexiona sobre la que, con toda probabilidad, fue una de las reuniones más extravagantes que se han presenciado en la Casa Blanca. Protagonizada por Michael Shannon y Kevin Spacey, a los que se les nota que están encantados con la oportunidad que les ofrece sus papeles, la cinta no se cierra al plano político, desborda su propósito inicial y aporta un retrato genial de un Elvis extravagante, ya en el extrarradio de sus grandes logros musicales, y aporta un perfil acertado de la soledad sin fondo que rodea a los artistas en la cúspide de su fama. En un diálogo genial, Shannon/Elvis reconoce que él ya no es nadie, que él ya sólo es un cinturón dorado, un pelo fijado con laca, una camisa abierta hasta el pecho, unas ojeras disimuladas con una pomada para hemorroides, una tiranía de anillos dominándole las manos y un golpe de cadera. Él ya es un objeto que la gente, los llamados fans, contemplan boquiabiertos, como la Venus de Milo o el «David», de Miguel Ángel. La persona que respira debajo de ese disfraz de roquero decadente, sin embargo, no le interesa a nadie. Este Elvis, que no necesita pasaporte ni documento de identidad para viajar en avión, que porta armas y que se presenta sin cita previa en los jardines de la Casa Blanca, acabará mostrando su recelo hacia los hippies, los Beatles, las drogas y la juventud que se pierde en Woodstock. Este tipo, que escandalizó a los padres de la mitad de América, encajará precisamente con el tipo más tosco que ha pasado por el Despacho Oval.
El duelo entre estos dos pesos pesados centra el filme y no defrauda. Cada uno de ellos llega a ese encuentro con sus propias reglas, pero será Elvis quien se llevará la palma y hará sonreír a un presidente con rostro de piedra. Nixon, que muestra sus recelos hacia esta estrella procedente del mundo del rock, al final, quedará encantado con él. Al principio cede y acepta mantener esta entrevista con el Rey porque le insisten sus asesores (que afirman que mejorará de esta manera su imagen), aunque, en el fondo, acepta porque quiere que le dedique a sus hijas una fotografía. Pero, como casi todos los personajes que circulan por la cinta, Nixon también quedará seducido por un roquero que es capaz de rezumar cierta ternura, cierta familiaridad irresistible, aunque se beba la botella de agua que el protocolo reserva para el presidente.

Un cara a cara que no defrauda

Michael Shannon y Kevin Spacey no se parecen ni a Elvis Presley ni a Nixon. No les importa a ellos, no parece importarles demasiado a los productores y lo cierto es que los espectadores olvidarán enseguida el capítulo de parecidos y diferencias. Las interpretaciones de los dos actores son una caricatura convincente de sus papeles, una manera de acercarse a ellos y extraer lo más humano y lo más extravagante que tenían.