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Cine
La gran comedia española
La sede de la SGAE presenta una muestra en la que hace un recorrido por las cintas que han provocado las carcajadas del público desde la posguerra

No hay mejor pareja para recibir con alegría que Manolo Morán y Pepe Isbert. Protagonistas de la comedia más grande que hemos parido («Bienvenido, Mister Marshall») y protagonistas ahora de la exposición que acoge la sede de la SGAE sobre la historia de las risas y carcajadas de la gran pantalla española. Son ellos, Manolo y Pepe –no había nombres más cañís–, los encargados de saludar los primeros al visitante desde la escalera principal de la casa. Desde ese lugar privilegiado da inicio un recorrido que trata de «cubrir el máximo de toda la comedia en España, aunque seguro que echamos en falta alguna película», asegura Arturo González-Campos, el comisario, sobre un viaje que va de la posguerra hasta los Javis; de «La vida por delante» a «El perro del hortelano». Por el camino, una infinidad de títulos que solo de verlos ya van despertando la alegría en quien los recuerda: «Amanece que no es poco», «Cateto a babor», «Plácido», «El verdugo», «El extraño viaje», «La gran familia», «Historias de la radio», «Días de fútbol», «El otro lado de la cama», «Aibarg»...
En ellas ya se encontraba todo lo que vemos hoy en pantalla, asegura el comisario: «Las maneras y las interpretaciones que tienen los actores cómicos ahora ya estaban en Pepe Isbert». Pero también en un olvidado Benito Perojo («La verbena de la Paloma») que trata de rescatar esta muestra –también a Conchita Montes– o en el «transversal» Fernando Fernán Gómez. Directores y autores de películas que, para González-Campos, «estaban perfectamente dirigidas e interpretadas. Se cuidaba mucho lo formal». Ya ocurría en el cine de la posguerra, pero llegó Berlanga para romper con todo sin perder la excelencia, para llevar el surrealismo al genial absurdo –«que es más difícil»–. «Cualquiera que en España haya intentado hacer reír al público a través del cine ha bebido de la misma fuente: lo berlanguiano», añade Félix Tusell Sánchez, productor.

Con él, y luego con Landa y con Cuerda, se representaba la España que quedaba atrás y la que estaba por venir. «La vaquilla» y «La escopeta nacional» son dos ejemplos de esas «películas especialmente bien hechas cuyo contenido no entra en la cabeza del siglo XXI, pero porque somos nosotros los que tenemos que ir al pasado para apreciar eso; no que la película acuda al futuro», defiende el comisario.
Con Alfredo Landa llegó la estrella cuyo brillo radicaba en algo y «que parece fácil y sin embargo es extremadamente difícil. Podía ser cualquiera: tu primo, tu hermano, tu padre... cualquier señor que te cruzas en cualquier parte...», afirma la directora Paula Ortiz. El Landismo ponía a Sancho Panza en el centro: «Después de cuarenta años de dictadura, se iba de vacaciones, abandonaba los campos, los burros, los pueblos, los talleres, las fábricas, la tienda de ultramarinos y el bar de la esquina para irse a la playa, al sol y jugar –continúa–. Y buscar novias. Y con sus aventuras más o menos amorosas, en este tiempo de verano permanente, se contó un rincón de nuestra Transición al que quizá no le dimos importancia por pertenecer a un género bufo».
Ellos dieron paso a un Pedro Almodóvar que es hoy, en palabras de Mariona Borull –crítica–, «un objeto “deluxe” más reconocido que visto en carteleras», un hombre que «apretó las tuercas a la comedia al devolverla a la calle», donde construyó «un gran guiñol de emociones disparadas». Y así el manchego hace de enlace entre aquellos y los herederos actuales de la jauja española, en la que «el grueso de la cartelera sigue confiando en el enredo clásico y el blanqueo de las desavenencias sociales. No hay más que un padre, pero sí muchos cuñados simpáticos», añade Borull.
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