Haneke: «El odio no es ninguna ideología»
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Michael Haneke ha irrumpido en las salas de cine con una cinematografía de la conciencia, que es lo que algunos denominan «de-sasosiego». Europa resulta un continente muy viejo, con demasiados arrepentimientos en su seno para desaprovecharlos o reducirlos a unos tópicos. Y es ahí donde interviene el realizador con sus trabajos. Sus filmes devuelven al espectador, sin velos, lo que es la enfermedad, la barbarie o la muerte, aunque no le guste y después de que hayamos ocultado estos conceptos detrás de mil máscaras complacientes. Con todo el peso del que es capaz el drama, incomodando al espectador con imágenes violentas para sacar a los espectadores de su larga somnolencia, Haneke ha reflexionado sobre la culpabilidad, la violencia o el origen de los totalitarismos. «La tarea de los dramas es mostrar la herida de una sociedad o poner el dedo en esa llaga», asegura Haneke, Premio Príncipe de Asturias de las Artes, un hombre que se muestra más tímido en las ruedas de prensa y más abierto en las entrevistas personales.
Cuando se le pregunta, hablando de la temática que desarrolla en «La cinta blanca», qué se ha deteriorado en nuestra sociedad, responde con ironía que «si tuviera una idea aproximada, tendría la piedra filosofal en la mano. En esa película muestro lo peligroso que es que una idea se convierta en una ideología». A Haneke no le gustan las cuestiones amplias porque piensa que «al final, no vale generalizar. Sólo vale el caso individual. Alguien que da indicaciones generales es un político. O un gurú. Y yo desconfío mucho de ambos». Otro de los temas favoritos del realizador es la culpabilidad, que aparece en múltiples ocasiones a lo largo de su filmografía. Una idea que considera fundamental para comprender la historia reciente de Europa. «A través del complejo de culpa no puedo justificar ninguna razón. Más bien todo lo contrario. Cuando las acciones que emprendemos se tuercen, se genera el sentimiento de culpa en nosotros. Muchas veces hacemos cosas para compensar el sentimiento de culpa y esto tiene que ver con el género humano y no tiene que ver con el mundo actual. A nivel social, no se puede vivir sin el sentimiento de culpa –asegura Hanecke–. Lo que planteo es qué hacemos con el sentimiento de culpa y qué aprendemos de él. O no lo aceptamos y no aprendemos nada».
Aspirar bajo la alfombra
La radicalización del pensamiento, cuando deja de ser reflexión para convertirse en doctrina, es una de las preocupaciones de Haneke. Ahora, cuando la crisis erosiona los pilares sobre los que se habían asentado las sociedades europeas actuales, parece crecer de nuevo el radicalismo, la xenofobia y el odio: «El odio no es ninguna ideología. El odio es una consecuencia. Evidentemente, en todas partes del mundo se lanzan ideologías, pero cuando las cosas van mal, siempre viene bien la aparición de una figura que nos diga lo que tenemos que hacer. Esa es la transformación de la idea en ideología. Y es muy peligroso cuando su doctrina se convierte en algo absoluto. Sobre todo para aquellos que no encajan en dicha ideología».
-Sólo reconocemos la vida real, con su dolor y su brutalidad, cuando aparece en sus películas. ¿El hombre no está aún preparado para ver determinados sentimientos de una forma directa?
-Naturalmente. Los dramas tienen por naturaleza que evocar esos sentimientos. Lo desagradable de la realidad es algo que tendemos a barrer y poner debajo de la alfombra. Cuando ya hemos barrido muchas veces y hay mucha porquería, la alfombra empieza a moverse. Y ese es el problema que tenemos. Los escritores y los dramaturgos lo que hacen es aspirar todo lo que se encuentra debajo de la alfombra de forma que lo podamos airear.
Haneke mostró su preocupación por el futuro del cine y el cierre de salas en todo el mundo, por el impacto que internet y el consumo del «cine en casa» en el séptimo arte. «No soy profeta. No sé lo que sucederá. El cine está muriendo, pero no creo que muera del todo, porque a la gente todavía le gusta compartirlo en sociedad, verlo en la gran pantalla». El director reconoció que «nunca rodaré una comedia. Mi abuela me lo preguntó, pero no hay que pedir peras al olmo –bromeó–. Hago películas sobre lo que me entristece o me enfurece. Tampoco haré nada de acción: es un atontamiento general del público. No las prohíbo, pero jamás haré esa clase de filme».
Al cineasta austriaco no es que le molesten las películas de acción en sí mismas, sino su forma de tratar la violencia. Tampoco se muestra más transigente sobre ese tema, sino incluso duro con la frivolidad de determinados planteamientos: «Siempre presento la violencia de una manera fría y distante. La mayor parte del público disfruta con la violencia, pero, en cambio, yo intento que les de asco. Revertir esa impresión en los que consumen violencia. Es la única forma de tratarla. Pienso que es muy peligroso tratar la violencia de una forma atractiva».
Respecto a los personajes de su filmografía, Haneke negó ante preguntas de la Prensa que sean monstruos, aunque reconoció que cada uno «tiene dentro uno, según las circunstancias vividas». Por último, el cineasta ha manifestado que nunca utiliza alegorías ni simbolismo en sus películas. «Dejo un espacio abierto y doy al espectador la posibilidad de crear su propia interpretación. Si introdujese simbolismo estaría poniendo trabas a las interpretaciones que cada uno pueda hacer de mis trabajos».