Cómo ser Charlie Kaufman
El director presenta en el Festival de Venecia un espléndido filme en «stop-motion», «Anomalisa», protagonizado por marionetas.
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El director presenta en el Festival de Venecia un espléndido filme en «stop-motion», «Anomalisa», protagonizado por marionetas.
Tres horas después de que Bertrand Tavernier recibiera el León de Oro a toda su carrera con la proyección de «La vida y nada más», llegaba Charlie Kaufman con una espléndida (ya era hora) película de animación «stop-motion» que podría haberse titulado como la de Tavernier. Consciente de que «Synecdoche, New York», su discutida y maldita ópera prima, suponía una especie de callejón sin salida a sus galerías de espejos sobre la identidad y su representación, Kaufman ha facturado, con «Anomalisa», su filme más sencillo y lineal sin sacrificar ninguna de sus preocupaciones temáticas, y quizá el que despierta una ternura más a flor de piel, menos pendiente de su física y su química. Si no fuera porque la programación de la Mostra, la más floja en años, está marcada por la solemnidad del cine «basado en hechos reales», esta hermosa excentricidad tendría muchas posibilidades de llevarse el León de Oro.
«Anomalisa», cuya financiación arrancó en la plataforma de «crowdfunding» Kickstarter y que se basa en una obra de teatro de Kaufman para el festival «Theatre of New Ear» que sólo se montó en dos ocasiones en Los Ángeles, cuenta la historia de un conferenciante inspiracional en crisis. Su problema tiene nombre –síndrome de Fregoli, como el hotel en que transcurre buena parte de la acción: entonces, ¿todo pasa en su cabeza?– y consiste en que percibe a todo el mundo como la misma persona, con la misma voz y distinto vestuario.
w Un tema de Cindy Lauper
Para Michael Stone, la Otredad no ofrece sorpresas, sólo un desencanto neurótico y deprimente. Hasta que encuentra a Lisa, una anomalía que habla y canta con su propia voz (la de Jennifer Jason Leigh). Dos versiones de un tema mítico de Cindy Lauper harán el resto. Kaufman insistió en rueda de prensa en no dar pistas sobre sus intenciones. «No quiero decir de qué trata, porque eso invalidaría la experiencia de cada espectador», puntualizó. En «Anomalisa» se concentran todas sus obsesiones –la soledad, el solipsismo, el amor como vía de escape y decepción permanente, la experimentación narrativa, la identidad– de una manera tan insobornable como accesible. Contaba Kaufman que el «stop motion» está dictado por una necesidad narrativa –«si hubiéramos hecho todos esos personajes con la misma voz en imagen real, habría despistado mucho»– pero la belleza de la técnica, que nunca esconde su artesanal artificio, también le dan un aspecto al filme a la vez cálido y singular, de un detallismo y una extravagancia (¿un cunnilingus entre marionetas?) que, muy pronto, se hacen transparentes, demostrando la implicación, la empatía que generan sus personajes.
Si el síndrome de Fregoli es una forma de locura, no lo es menos la paranoia opresiva, asfixiante, que retrata la turca «Frenzy». Dos hermanos –un exterminador de perros rabiosos y un recolector de basuras que acaba de salir de la cárcel y que sirve como torpe detector de terroristas para la Policía– son las brújulas de una película que retrata la Turquía del régimen de Erdogan como un auténtico infierno polanskiano, acaso demasiado insistente en su siniestro viaje al fondo de la noche, tanto que puede perder a buena parte de su público potencial a copia de maltratarlo con humillaciones, pesadillas y golpes de efecto sonoros.