Oliver Hirschbiegel: «Hitler era irreemplazable»
Georg Elser era carpintero. En 1938 fabricó una bomba casera y la colocó en una cervecería de Múnich con un único objetivo: matar al Führer.
Georg Elser era carpintero. En 1938 fabricó una bomba casera y la colocó en una cervecería de Múnich con un único objetivo: matar al Führer.
«No quería volver al Tercer Reich, pero no he podido resistirme». Georg Elser, ese gran desconocido que intentó acabar con el Führer por su cuenta y riesgo la noche del 9 de noviembre de 1938, fue el motivo por el cual Oliver Hirschbiegel regresó a la Alemania nazi después de ponerla patas arriba con su controvertido retrato de Hitler y su círculo más íntimo en «El hundimiento», que fue nominada al Oscar a la mejor película extranjera en 2004. Después de un paréntesis americano que le dejó un amargo sabor de boca –a saber: su montaje final de «Invasión» sufrió la intervención de los productores, que encargaron el rodaje de nuevas escenas a James McTeigue, y «Diana», su «biopic» de Lady Di con Naomi Watts, no fue precisamente bien recibida por la crítica–, Hirschbiegel se ha sentido como en casa dirigiendo «13 minutos para matar a Hitler», o al menos así lo parecía en su presentación en la Berlinale 2015. Elser fue detenido y sometido a un duro interrogatorio en el que se declaró culpable. Tras él fue trasladado a los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau, donde finalmente fue asesinado bajo orden personal de Hitler, el 9 de abril de 1945, tan sólo días antes de que la guerra acabase.
–Georg Elser es una nota al pie en la historia de la resistencia antinazi. ¿Por qué cree que ha sido una figura condenada al ostracismo?
–Fue una vergüenza para la sociedad alemana. Un hombre de clase obrera, que vive en un pequeño pueblo, y, de repente, es el único que, en 1938, se da cuenta de los peligros del nazismo, de que aquello va a terminar en catástrofe, y de que es necesario hacer algo. Hubo otros intentos de atentado contra Hitler más tarde, pero para entonces el mundo estaba en llamas y todos sabían que el nazismo era la encarnación del Mal. Por el contrario, en 1938, había un fuerte sentimiento de patriotismo en Alemania, la economía estaba floreciendo, teníamos el mejor ejército del mundo...
–Parecía haber en él una conciencia de mártir para la causa...
–Rebelarse contra ese monumental estado del bienestar era algo visionario. Primero, los nazis pensaban que Elser no había actuado solo. Luego hicieron correr el rumor de que era una marioneta de las agencias de inteligencia británica, un idiota comunista que sólo seguía instrucciones. Y los británicos se apresuraron a responder que Elser era un agente nazi, y, el atentado, una forma de probar al mundo que Hitler era invencible.
–Lo que más impresiona de su retrato es su autonomía y su capacidad de convicción.
–Elser era un perro verde. No fue un intelectual al uso y tampoco pertenecía a las élites aristocráticas. Era un hombre sencillo, un artista a su manera, que creía en la libertad. Si hubiera vivido en los sesenta, habría sido «hippie».
–Usted parece tener una cierta querencia por las películas basadas en historias reales: «El hundimiento», «Cinco minutos de gloria», «Diana» y ahora «13 minutos». Sin embargo, en esta última incorpora una historia de amor que, narrativamente, parece una licencia poética. ¿Ha sido fiel al relato histórico?
–Todo es cierto, todo está documentado. Evidentemente, hemos inventado lo referente a los momentos íntimos entre Georg y Elsa, pero por lo demás nos hemos pegado a los hechos. No he querido hacer un «biopic» convencional. Lo que me impulsó a implicarme en el proyecto fue la estructura del guión. No se trataba de contar la historia de Elser de un modo lineal, porque el atentado funcionaba como una especie de anticlímax, sino de utilizar el interrogatorio como pretexto para explicar cómo había llegado hasta allí.
–«13 minutos» nos hace pensar en qué habría ocurrido si Elser hubiera asesinado a Hitler. ¿Tiene alguna teoría al respecto?
–Hitler era irremplazable. No hubo ningún líder político, ni en Alemania ni en el resto del mundo, que tuviera la energía y el carisma que poseía él. Puede resultar difícil de entender ahora, pero su poder era inabarcable. Si el atentado de Elser hubiera tenido éxito, no sólo habría matado a Hitler, sino a los oficiales más importantes de su ejército. En ese escenario, dudo mucho de que Alemania ni siquiera se habría atrevido a invadir Francia. Y, por supuesto, el Holocausto no habría ocurrido. La noche del atentado de Múnich coincidió con la Noche de los Cristales Rotos, el gran primer asalto contra los judíos por parte de los nazis.
–El cine alemán sigue visitando una y otra vez la Alemania nazi. ¿Cree que ha llegado el momento de pasar página?
–Es una cuestión genética. Incluso para las generaciones más jóvenes, la responsabilidad por haber cometido los crímenes más atroces contra la Humanidad sigue ahí, es importante enfrentarse a ella. Si tu familia mata a otra familia, no puedes lavarte las manos. Lo importante es ir más allá de los interrogantes e intentar entender por qué ocurrió todo aquello.
–Las parodias internáuticas de «El hundimiento» se multiplicaron exponencialmente desde el momento de su estreno. ¿Le molestaron?
–En absoluto. Me parecieron bastante sanas. La primera lección que los alemanes aprendimos de los judíos fue a usar el humor como un arma y a la vez como un instrumento de defensa.