Phoenix, el animal ha despertado
El actor más enigmático de su generación regresa convertido en un vengador «con cicatrices», en palabras de Lynne Ramsay, directora de «En realidad, nunca estuviste aquí», donde el protagonista se dedica a salvar a niñas del proxenetismo
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Puede sonar a lugar común, pero en el caso de Joaquin Phoenix se ajusta mucho a la realidad: es uno de esos actores que marcan la diferencia. Él, su mera presencia, con una economía gestual pasmosa, rellena los huecos que separan un producto aceptable de una gran pieza.
Puede sonar a lugar común, pero en el caso de Joaquin Phoenix se ajusta mucho a la realidad: es uno de esos actores que marcan la diferencia. Él, su mera presencia, con una economía gestual pasmosa, rellena los huecos que separan un producto aceptable de una gran pieza. ¿Es su rotundo físico? ¿Esa marca que lo atraviesa del labio superior a la nariz? ¿Sus enigmáticos ojos verdes? Quizás todo ello junto con otra cosa menos específica: el carisma. Hay quien lo tiene y quien lo anhela. Montgomery Clift lo tenía, por citar a alguien (otro intérprete torturado, marcado también) que nos puede venir a la cabeza si pensamos en Phoenix. Alguien que da un plus al personaje de entrada, una biografía que se confunde con la propia del actor. El secreto de Phoenix no son sus ojos, su marca sobre el labio ni siquiera el carisma que se le supone, sino la plasmación en sus papeles de su personalidad: tan en el filo como el Johnny Cash de «En la cuerda floja», tan capaz de destrozar su reputación como el hombre irracional que le brindó Woody Allen. A Joaquin Phoenix le creemos ciegamente capaz de todo, lo peor y lo mejor (de ahí el éxito de su falso documental «I’m Still Here»), y por eso sabemos que lo que interpreta es verdad. Y que él puede ser, es, Joe, el misantrópico, torturado y mesiánico asesino de «En realidad, nunca estuviste aquí».
Lynne Ramsay, la directora británica de este artefacto corto, seco y sugestivo, un «thriller» poco convencional, concibió a Joe y, por ende, a Joaquin Phoenix, como un «gran animal, con cicatrices en el cuerpo, que se saliera del cliché del héroe de Hollywood. Me interesaba la parte humana de este tipo que está jodido, con tendencias suicidas, que vive con su madre y es todo lo contrario al cachas típico». Así se nos presenta Joe: tan mastodóntico (un Phoenix engordado, con los hombros echados para adelante como una especie de «jorobado de Notre Dame», al decir de Ramsay) como frágil, apocado por sus traumas de infancia (los maltratos sugeridos en el filme), la guerra (sabemos que es veterano), la soledad y la incomunicación.
Una doble vida
Casi todo en «En realidad, nunca estuviste aquí» está sugerido, velado. Lo que importa es mostrar el efecto de todo ello sobre este personaje central que lleva el peso de la historia y que carga con una doble vida: la mayor parte del tiempo la pasa con su madre anciana, en casa, en una teóricamente apacible rutina; por la noche generalmente dedica sus horas a salvar mujeres víctimas de la explotación sexual. Como si tratase de expiar un pecado o de redimirse de sus traumas. «Joe es una persona fallida», señala la directora, un tipo que cuadraría en aquella máxima de «la violencia engendra violencia». Su modo de expresión, aun con buenos propósitos, es aguerrido. «En esta película la violencia es mecánica, pero también interior, dentro de Joe», apunta Ramsay, que ha adaptado una novela de Jonathan Ames de la que, en realidad, no ha tomado tanto prestado: «He quitado mucho del libro, que ha quedado más como inspiración en cuanto a trama porque me quería centrar en el retrato de un personaje torturado, algo que es poco usual para una película de género». El libro, de 2013, se centra en una trama mafiosa, mientras que a Ramsay le interesaba más poner el foco en la corrupción política. No obstante, eso está expresado solo como contexto. Son «los malos» del filme, cuyas personalidades, nombres o motivos, nunca llegan a estar del todo claros. Ramsay pasa sobre la trama para concentrar aún más la historia, el carácter de Joe, cuyo último encargo será salvar de las garras del proxenetismo a la hija de un senador.
«Yo veo muchos documentales –continúa Ramsay–, con temáticas de este mundo oscuro y sus problemas. Eso ha influido en esta película, en la que se nota que vivimos en un mundo oscuro en el que nunca estamos seguros de lo que está pasando y en el que continuamente nos sorprenden las noticias». Joe es oscuro, sus encargos son oscuros y sus objetivos son oscuros. Lo vamos descubriendo todo al tiempo que Joe, «sabemos tanto como él en la película», añade la realizadora británica, que suma otro toque personal a su concepción del «thriller»: la elipsis. Aunque «En realidad, nunca estuviste aquí» respira violencia, nihilismo incluso, Ramsay nunca (o casi nunca, que excepciones hay) pone el foco en la sangre, en los asesinatos. «Vivimos en un mundo demasiado explícito y yo no quería caer en eso. Mi violencia es más interior, de la imaginación y, cuando se produce en otros, vemos solo las consecuencias. Creo que eso lo puede hacer más impactante».
Vecinos de Brooklyn
Lynne Ramsay se dio a conocer en 2011 con «Tenemos que hablar de Kevin». Tras aquello se trasladó a Nueva York. En los tiempos en que andaba enredando con este guión, y con una hija ya en el mundo, empezó a estrechar el cerco a Joaquin Phoenix, que rápidamente dijo sí. «Vivíamos los dos en Brooklyn, a la vuelta de la esquina uno del otro, así que, aunque yo estaba con mi hija de año y medio y buscando localizaciones, una locura, siempre encontraba un hueco para ir a su casa y hablar del personaje». Los dos estaban de acuerdo en la dirección que dar a este Joe en el que algunos han visto una especie de hermano gemelo del Travis Bickle de «Taxi Driver» (Scorsese, 1976). En algunas entrevistas, Phoenix ha negado que este personaje fuese un referente para la creación del suyo, pero, a nivel atmosférico, más aun cuando lo vemos conducir de noche por Nueva York, con el horizonte de la redención tan cerca y tan lejos, resulta difícil no acordarse de aquella cinta.
Pero, a diferencia del apestado Travis, Joe tiene alguien en el mundo: su madre, su pequeño vínculo con la cotidianidad, la realidad. Judith Ann Roberts interpreta a esta mujer impedida. El suyo es un caso curioso: a sus 82 años solo ha participado en dos película, ésta y la mítica «Cabeza borradora» (1977) del joven David Lynch. «Tuvo desde el principio una química muy fuerte con Joaquin Phoenix –recuerda Ramsay–. Y yo quise aprovechar esa relación que se había establecido entre ambos para introducir una parcela de normalidad en este mundo de locos en el que vivimos, porque fuera de esa casa todo lo que sucede en la película es una locura». El caracter agrio, reconcentrado de Joe se atempera con su madre, a la que dedica todo tipo de atenciones. Ese retrato familiar humaniza la cinta y es el contrapunto perfecto para la pesadilla. «Joaquin tiene un detector de chorradas», afirma la directora, de tal modo que una de las escenas más macrabamente divertidas y naturales de este filme, que poco tiene que ver con lo ligero, surgió de ese radar. «Yo estaba hablando con Judith sobre su personaje, que estaba viendo la televisión en el sofá. Ella me preguntó qué veía en la tele, y sugirió que podía ser ‘‘Psicosis’’, de Hitchcock», narra. Ese detalle fue aprovechado por Phoenix para imitar en el rodaje, a modo de broma con su madre, la famosa escena del asesinato en la bañera, remedando el sonido de aquel corte. «Lo único malo es que la broma nos costó 15.000 dólares en derechos de autor».
Amen del premio a mejor actor para Phoenix, la cinta se hizo con el galardón a mejor guión en el pasado Festival de Cannes. Mientras que el primero estaba cantado, el segundo, que recayó sobre la propia Ramsay (guionista también) resultó más polémico: al fin y al cabo la británica adelgaza e incluso mantiene en la nebulosa la trama, que incluso puede no quedar del todo clara para el espectador, para abandonarse en brazos del retrato de su protagonista. Es por eso, de hecho, por lo que Ramsay opina que «En realidad, nunca estuviste aquí» no es un «thriller» al uso. La directora es además consciente que no es este género (o el noir, o el suspense) el más típico para una mujer, pero «creo que cualquiera debería poder hacer cualquier tipo de historia. Yo no pienso en mí como mujer sino como cineasta y hago lo que me apetece. Pero es verdad que no hay suficientes mujeres en el cine y deberían ser capaces de tocar todos los temas sin ceñirse a los clichés que se le suponen a una directora».