Pretencioso Apocalipsis caníbal en Venecia
La peculiar Ana Lily Amirpour presenta en la Mostra su segundo trabajo, «The Bad Batch», una producción bizarra con Jim Carrey y Keanu Reeves que no cuaja.
La peculiar Ana Lily Amirpour presenta en la Mostra su segundo trabajo, «The Bad Batch», una producción bizarra con Jim Carrey y Keanu Reeves que no cuaja.
La norteamericana Ana Lily Amirpour tiene la sospechosa costumbre de definir sus películas como híbridos contra natura. Sus eslóganes funcionan como tuits supuestamente ingeniosos, o lo que es lo mismo, como estrategias de marketing jibarizadas a medida de nuestros veloces, acríticos tiempos. Si su celebrada ópera prima, «Una chica vuelve a casa sola de noche» era «el primer spaghetti-western de vampiros iraní», «The Bad Batch», que competía ayer en la Mostra veneciana, es un cruce entre «‘‘Mad Max’’ y ‘‘La chica de rosa’’ con una banda sonora ‘‘cool’’» o un cruce, otro, entre «‘‘El topo” y “Dirty Dancing”». Es innegable que el talento de Amirpour está en los saldos de 140 caracteres.
«The Bad Batch» tiene un arranque prometedor. Estamos en una cárcel de régimen tan abierto como el desierto de Texas, en un futuro distópico que podría ser la fantasía lúbrica de Donald Trump y sus secuaces: un lugar donde los presos tengan que sobrevivir al hambre y al calor sin que sus derechos estén amparados por la constitución de Estados Unidos. A los diez minutos de metraje, a Samantha una tribu de caníbales ya le han cortado un brazo y una pierna, como si la familia de Leatherface en «La matanza de Texas» hubiera decidido viajar en el tiempo. Es un arranque contundente que, por desgracia, se deshincha en el resto de las dos largas horas que dura la película.
Con la intervención estelar de un camuflado Jim Carrey y un mesiánico Keanu Reeves como líder de una secta neohippy anestesiada en ácido, su colección de imprevisibles éxitos del pop, sus diálogos monosilábicos y su discreta parodia de los arquetipos del macho alfa y la damisela en apuros, «The Bad Batch» parece desesperado por ser el más «hipster» de los filmes a concurso. Es algo que su ópera prima lograba trascender con la singularidad de su heroína y su jarmuschiana puesta en escena. Por el contrario, en «The Bad Batch» todo es impostura y autoindulgencia, desde su condición de violento pastiche de referentes hasta su feminismo de revista de tendencias digital. El resultado es tedioso y gratuito.
También tediosa es «Une vie», de Stephane Brizé, aunque en ella anide una buena película luchando por abrirse camino entre las malas hierbas. El director de «La ley del mercado» adapta la novela homónima de Guy de Maupassant con la intención de mostrarnos que estamos marcados por la fuerza del destino, que el paso de la juventud a la edad adulta puede enfrentarnos a una realidad para la que no estamos preparados. Es lo que le ocurre a Jeanne (Judith Chemla, una especie de Heidi alucinada): al salir del convento donde ha sido educada y al casarse con el hombre equivocado, no sabe anticiparse al rosario de desgracias que se le viene encima.
Académico Brizé
Brizé filma el via crucis de Jeanne en formato académico, cuadrado, encerrando sus estupefactos treinta años de dolor en un encuadre claustrofóbico, casi dardenniano. Da la impresión de que el cineasta francés ha visto las «Cumbres borrascosas» de Andrea Arnold y quiere imprimirle a su drama de época un aire más realista, siempre filtrado por el punto de vista de su maltrecha heroína. Y aunque el desarrollo de los acontecimientos es previsible, su tragedia nos pertenece, nos toca. El problema está en el único y significativo cambio que Brizé ha hecho respecto a la novela de Maupassant: frente a la linealidad narrativa de aquélla, su adaptación está trufada de «flashbacks» y «flashforwards» que entorpecen la intensidad de lo que cuenta, y lejos de dar una densidad temporal al relato, obstaculizan el determinista declive de Jeanne, poniendo a prueba innecesariamente la paciencia del espectador.