«Señor Manglehorn»: Pacino, caso clínico
Dirección: David Gordon Green. Guion: Paul Logan. Intérpretes: Al Pacino, Holly Hunter, Chris Messina, Harmony Korine. EEUU, 2014. Duración: 97 min. Drama.
En su reciente, brillante reflexión sobre los secretos de la interpretación, «A los actores», Manuel Gutiérrez Aragón cita una máxima de Diderot que muchos actores del Método deberían haberse tatuado, como un reloj, en la muñeca: «La falta de sensibilidad es la que hace actores sublimes». Con semejante «boutade», no exenta de exageración, el autor de «La religiosa» da una lección de humildad a aquellos actores que se obligan a sentir para que el espectador sienta. Así las cosas, el actor no debe funcionar por empatía sino por una actitud paradójica, que provoca una fricción de opuestos con el personaje y a su vez con el público.
La teoría de Diderot toma relevancia cuando vemos a Al Pacino en «El señor Manglehorn» encarnando a un cerrajero viudo, atrincherado en su destartalada casa y amparado en el recuerdo de su esposa, minusválido social que pretende superar su desprecio por el mundo para reaprender a amar. Actor del Método que había convertido su desmedida sobreactuación en arma brechtiana, Pacino se reconcilia consigo mismo cuando David Gordon Green, que había hecho algo muy parecido con Nicolas Cage en «Joe», le ofrece la oportunidad de dejar de ser sensible; esto es, de abandonar su equipaje, su valor icónico como portador de sentido.
El resultado es tan admirable como desconcertante. Por un lado, da la impresión de que, en los ojos del espectador, Pacino no puede dejar de ser Pacino, o lo que es lo mismo, no es capaz de protagonizar una historia mínima, uno de esos relatos cortos que podrían haber escrito Raymond Carver o Charles Baxter, sin hacerse demasiado presente. Por otro, en algunas escenas –la cena con Holly Hunter, por ejemplo– se produce una especie de desprendimiento, en la que el actor deja de imponerse sobre el público, haciéndole olvidar su caída libre en los últimos años de su carrera. Solo por eso, la película de Gordon Green, por muy diminuta que sea, vale la pena.