Estreno

Terry Gilliam: Venecia no es «Brazil»

Siempre extravagante, el director lució una singular y alegre camisa acorde con su actitud en el «photocall» de la Mostra. Su película, sin embargo, decepcionó.
Siempre extravagante, el director lució una singular y alegre camisa acorde con su actitud en el «photocall» de la Mostra. Su película, sin embargo, decepcionó.larazon

En las notas de producción de «The Zero Theorem», Terry Gilliam declara que «no habiendo trabajado con un presupuesto tan pequeño durante décadas, me obligué a hacerlo rápido e instintivamente, presionado sólo por la falta de tiempo y dinero». ¿Suena a excusa? Adoramos a Gilliam, pero, a los 72 años, da la impresión de que aún le pesa demasiado la etiqueta de cineasta gafe, y que le cuesta recuperar la frescura torrencial de su época gloriosa. Es curioso que el guión de «The Zero Theorem», que ayer se presentaba a concurso en la Mostra, no sea suyo, porque los vínculos con «Brazil» son innegables. En ambos filmes el protagonista es un burócrata anacoreta que vive en una sociedad como la que imaginó Orwell en «1984», bajo los imperativos del Gran Hermano; su objeto amoroso se duplica en un universo onírico, virtual, que sirve como vía de escape a su sociópata neurosis; y su diseño de producción también evoca la ciencia-ficción retrofuturista, tubular y abarrotada. Aunque Gilliam negó que el filme cerrara una trilogía completada por «Doce monos», es obvio que el imaginario es común y los temas –el genio incomprendido que encuentra su refugio en la imaginación, el sistema como opresor del rebelde, la teoría del caos como motor narrativo– son muy parecidos.

Un elefante en una cacharrería

Qohen (Christopher Waltz) trabaja para una gran corporación tecnológica, vive en una iglesia semiabandonada, habla de sí mismo en primera persona del plural y espera una llamada de teléfono que le explique el sentido de su vida. Un día recibe el encargo de demostrar el teorema cero del título, que explicaría que el universo es puro vacío, la nada total. El teatro del absurdo de Beckett (Waltz interpreta a Qohen como si fuera la protagonista de «Días felices», cada vez más hundido en un agujero negro) se da la mano con el existencialismo de Sartre para hablarnos de la contemporaneidad. Gilliam señaló que la cinta trata de las dos caras de la moneda de las nuevas tecnologías, y puso como ejemplo la Primavera Árabe. Pero ante todo, «The Zero Theorem» habla de la soledad del hombre, de su dificultad para encontrar su lugar en el mundo. Todo el filme, que el director ha sabido llevar a su terreno, está recorrido por un hermoso nihilismo, matizado por una vena romántica típicamente gilliamesca. «Lo importante», dijo Gilliam, «es tener control sobre nuestra vida, sea real, virtual o surreal». Y es precisamente lo que el director parece haber perdido sobre su material: el control. Su condición de cineasta neobarroco (en la tradición de Fellini o Tati) exige que la cadencia de sus imágenes acompañe su puesta en escena, que la arrope y la haga legible para no cansar al espectador. Es algo que no ocurre siempre en ésta, y entonces la película parece un elefante en una cacharrería, ruidosa pero cansina.

Era el día de los cineastas excesivos. El canadiense Xavier Dolan presentó «J'ai tué ma mére» en Cannes en 2009 con 20 años. A los 24, y con 4 títulos en su haber, es el cineasta más joven en colarse en la sección oficial de la Mostra con «Tom at the Farm». Dirige, escribe, monta e interpreta sus películas, que funcionan a impulsos, con desequilibrios de intensidad variable que las hacen imprevisibles. Es lo que ocurre con este filme bizarro y taquicárdico: nunca sabes por dónde va a salir, si por la vía del Chabrol criminal o del Fassbinder sádico. Tom viaja a la granja de la familia de su ex novio para asistir a su funeral. La madre no sabía que era homosexual, por lo que se hace pasar por un compañero de trabajo. El que sí lo sabía era el hermano mayor, un tipo rudo y hostil que inicia una relación casi sadomasoquista con Tom. Ambos, en realidad, buscan en el otro un sustituto al amor perdido. Los cambios de tono, y–bascula entre el «psycho-thriller» y la comedia negra–, son tan desconcertantes como la fanfarria romántica de la banda sonora de Gabriel Yared. Imposible aburrirse.