Thomas Vinterberg: «El Dogma fue arrogante»
El danés reaparece con el hundimiento del submarino ruso «Kursk».
El danés reaparece con el hundimiento del submarino ruso «Kursk».
Viendo «Kursk», pocos dirían que Thomas Vinterberg es el mismo director que firmase en 1995 ese manifiesto llamado a reinventar el cine que era Dogma. De aquella «Celebración» (1998) a esta historia de submarinos nostálgicos de la Guerra Fría ha pasado el tiempo suficiente (20 años) para que el cine del danés se haya volteado por completo. Aunque él se defienda: «Hay mucho más Dogma de lo que parece».
–¿Seguro?
–Puede resultar lejana, pero se puede ver el sentido de la pureza que defendimos. Después se hizo una moda que, como un traje, ya ha quedado desfasada.
De entonces, de 2000, de cuando su cine era tendencia, Vinterberg rescata el hundimiento y posterior intento de rescate del submarino ruso «Kursk». Un mundo a cientos de metros de profundidad incomprensible para el director: «¿Qué hace la gente ahí abajo intentando proteger a su país? Así solo se desafía a la naturaleza, que siempre es más fuerte».
–¿Está mal enfocada la industria submarina?
–Si la gente muriera explorando los mares por la evolución, bien, pero si juegas al escondite militar pues termina siendo mortal.
–Ha sorprendido al público que juegue con submarinos...
–Completamente, pero para mí todo eso es superficial porque el núcleo habla de humanidad.
–¿Puede el orgullo de un país con las vidas de las personas?
–Es fácil dar una respuesta cuando eres humanista, pero en Rusia es diferente. Sin embargo, hay mucha hipocresía aquí en Occidente, donde construimos barricadas y dejamos que la gente muera de hambre.
–¿Se cree Occidente superior?
–Culturalmente, no, a nivel político, por supuesto: hemos amenazado la libertad de Prensa y colaboramos con el régimen que ha matado a Khashoggi. En la película se ve cómo Rusia tuvo la oportunidad de tender la mano al mundo y eligió otra cosa.
–¿Recuerda ese año?
–No especialmente. Estaba haciendo una película y, cuando te metes en algo así, te aíslas de la vida. Eso es muy peligroso, como estar en un submarino.
–Entonces, en el 2000, Dogma estaba en auge...
–Pues hoy yo volvería incluso antes, cuando estaba en la escuela de cine. Era más inocente y puro. Dogma fue arrogante.
–¿Echa en falta movimientos renovadores?
–Sí, pero también ese sentido de comunidad. Éramos un grupo de personas, compitiendo, peleándonos, jugando... Era como saltar de un acantilado de la mano. Tuve la sensación de que no podía ir mas lejos. Estuve flotando.
–Hablaba de arrogancia...
–Pfff... por supuesto. Queríamos hacer una ola que cubriera todo el mundo y no éramos más que un grupo de cineastas mediocres. ¿No es eso arrogancia? Luego pase dos años de mi vida en Francia, así que acabé hasta las narices de la arrogancia (ríe).
–¿Qué queda por inventar en el cine?
–Me hago la misma pregunta y me temo que no lo sé. Se está haciendo una forma de arte muy conservadora. Tengo colegas que todavía están intentando superar los límites, pero no estoy seguro de lo que pueden encontrar.